Justicia Social, anhelo de México (Capítulo tercero)

Réplica y Contrarréplica
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LA REBELIÓN MADERISTA CONTRA LA DICTADURA DE PORFIRIO DÍAZ

Al estudiar la personalidad de Francisco Ignacio Madero, iniciador de la lucha armada contra la dictadura porfiriana, la reconoceremos como una de las más discutidas e incomprendidas pero indudablemente de gran mérito para lograr la evolución política de nuestra patria.

Rasgos de índole distinta y algunas veces de apariencia contradictoria, son muy frecuentes entre nuestros grandes hombres y estos pueden apreciarse en el iniciador de la Revolución, cuyo carácter resultó modelado por las circunstancias de su medio y de su tiempo; por la influencia hereditaria; el ambiente familiar en que se crió; la educación y los conocimientos que le impartieron así como por la formación cultural que recibió de sus maestros.

De esta manera quedó formada, definitiva y fatalmente, su capacidad para determinada actuación política y lo inutilizó para la misión de caudillo de fuerzas armadas, indispensable en la tarea que se vería precisado a emprender. El señor Madero, miembro de una acaudalada familia de latifundistas coahuilenses relacionados íntimamente con el gobierno del general Díaz, mismos que sostenían una estrecha amistad con don José Ives Limantour, director intelectual de la Camarilla científica, fue alumno de los mejores colegios en Francia y en Estados Unidos; adquirió los refinamientos del ambiente parisino, acostumbrándose a vestir el jaquet y a usar el sombrero de seda. Fue vegetariano, teósofo y espiritualista, con carácter bondadoso hasta la ingenuidad, inclinándose siempre a juzgar a los demás, como si todos fueran tan leales y sinceros como lo era él mismo.

Así pues, Madero fue un hombre culto, de elevados ideales, de conducta limpia y fina educación que hubiera podido disfrutar de su fortuna personal, administrando sus propiedades, adquiridas a fuerza de trabajo, de una vida cómoda y tranquila. Merece por tanto toda nuestra admiración y nuestro aplauso al verlo arrostrar una empresa tan llena de peligros para la cual no estaba preparado. Soñaba con un México demócrata al estilo francés o norteamericano; quería unión y paz, aun cuando para lograrlas tuviera que hermanarse con quienes únicamente podrían odiarlo.

Sin embargo, desafiar la dictadura del porfiriato con un movimiento armado, dictadura cuya fuerza era en aquellos tiempos considerada como una muralla inexpugnable, demostró que si fue tolerante y bondadoso aun con sus enemigos, sabía también afrontar los mayores peligros con serenidad y energía extraordinarias. Porque al emprender su aventura militar, había ya hecho ofrenda de su vida a la liberación de México.

Se enfrentó en Ciudad Juárez a Pascual Orozco y a Francisco Villa, quienes pretendieron traicionarlo, de esta sublevación salió triunfante con la única fuerza de su valiente actitud personal en circunstancias bien difíciles. También, cuando sus escasas fuerzas fueron derrotadas al atacar Casas Grandes, estaba empeñado en morir luchando, como hubiera sucedido a no ser por la oportuna intervención de sus ayudantes que se vieron precisados a retirarlo de tan inminente peligro, casi a la fuerza.

Que un facineroso, perseguido a salto de mata por las tropas para castigarlo por sus depredaciones, aproveche el descontento nacional, como algunos lo hicieron, para sumarse a un movimiento de rebelión contra el gobierno, es muy explicable, porque significa para el bandolero la oportunidad de convertirse de ladrón, en vengador del pueblo humilde, y al propio tiempo tomar represalias de quienes antes lo perseguían. Pero que un hombre de fortuna y posición social, lo deje todo para perseguir un ideal, no deja de ser digno de admiración.

Desde los primeros años del siglo actual, al mismo tiempo que la notoria senectud del general Porfirio Díaz avanzaba, se dejaban sentir los síntomas de que la organización política, por tantos años sostenida, principiaba a resquebrajarse. El barco hacía agua y las ratas salían de sus madrigueras, buscando salvación. Enviaban sus fortunas al extranjero comprando palacios en Francia o en Italia, para refugiarse. Aquel hombre de pequeña estatura material pero de un gran valor personal, que al principio vieron ellos con desprecio, se agigantaba por momentos y los hacía temblar. Por ello preparaban el terreno con mal disimulada nerviosidad, para salir lo menos mal librados de la hecatombe ya inevitable.

Los miembros de la nobleza criolla y de la aristocracia pulquera, seguían este ejemplo y muchos de ellos fueron a disfrutar de los regalos que brindaba la abundancia, para morir después olvidados en países extranjeros. El señor Madero en cambio, a pesar de ser poseedor de una fortuna que en aquel tiempo se estimaba en veinte millones de pesos; en lugar de seguir el camino antes señalado, al darse cuenta de las atrocidades del porfiriato y de la miseria y el dolor que reinaba entre los humildes de su patria; al verlos convertidos en esclavos, que eran vendidos a los latifundistas, sintió hondamente las carencias de sus compatriotas y se decidió a entregar su fortuna y su vida misma, en el afán de corregir esos males.

Resolvió hacer lo que hasta entonces nadie había emprendido; dejar a un lado la publicación de ataques enconados y programas de gobierno llenos de promesas, para lanzarse a una lucha que principiando por ser política, sabía muy bien que tendría que llegar a ser, rebelión armada.

Hasta el año de 1910, la oposición al dictador por sus múltiples reelecciones, se había limitado a la publicación de enérgicas y muy comprobadas denuncias, tanto por los fraudes electorales, cuanto por las lacras y explotaciones que la camarilla porfiriana continuaba haciendo contra el pueblo. Se formulaban programas políticos muy interesantes como lo fue el Partido Liberal Mexicano que enunciaba resoluciones básicas para los problemas agrario y obrero; resoluciones que fueron orientación nuestra para la redacción de los artículos 27 y 123 al actuar como Diputados Constituyentes en 1917.

Estos programas contenían por lo general, claras y precisas normas para un gobierno del México moderno.

Pero hasta entonces, nadie había tomado la determinación real y efectiva de organizar una rebelión contra el porfiriato, que por medio de las armas, desbaratara la que parecía una montaña de granito, que impedía el logro de la renovación social y política del país.

Apareció entonces el hombre de acción, de carácter firme y decidido, quien al mismo tiempo que con gran fe en la ilusión de que el pueblo y el ejército se unieran para sostener un gobierno de auténtica democracia, comprendió que no era ya tiempo de continuar haciendo únicamente programas y lanzando ataques escritos, sino que con una visión clara de la situación puso, como ya lo he dicho, toda su fortuna y la de su hermano Gustavo a disposición de quienes quisieran seguirlo en una rebelión armada. Invirtió ese dinero en la compra de armas, parque, caballos, medicinas y demás pertrechos, y se lanzó a la lucha.

Ese hombre fue Francisco I. Madero, quien dio principio y vida a la que habría de llegar a ser la Gran Revolución Social de México, aún en marcha, y que como acción inicial obligó al general Porfirio Díaz y a Ramón Corral, a huir al extranjero, después de presentar las renuncias de los cargos que ostentaban.

El señor Madero, empeñado en seguir los procedimientos de sus ideas de liberal clásico, tan en boga en aquellos días, decidió agotar todos los medios de convencimiento y de legalidad. Por ello en el año de 1903 empezó a trabajar con el propósito de fundar en San Pedro de las Colonias, Coahuila, lugar de su residencia, un club político con sus numerosos amigos. El objetivo era trabajar para elegir gobernador, diputados y munícipes lejos de toda influencia oficial o familiar. Las candidaturas deberían recaer en aquellos que por sus ideas anti reeleccionistas respondieran al deseo de acabar con la oprobiosa dictadura que encontró en México, al regresar de sus estudios en el extranjero.

El día tres de abril de aquel año, un periódico de Monterrey que llegó a sus manos, daba la noticia de la forma brutal con la que había sido disuelta una manifestación organizada frente al palacio de gobierno de la capital regiomontana, para protestar por las arbitrariedades del gobernador del estado, general Bernardo Reyes. Los manifestantes fueron balaceados por la policía a pesar de que entre ellos figuraban algunos estudiantes de la facultad de derecho y personas de significación social, el resultado del zafarrancho fue de algunos heridos y muchos prisioneros.

Este fue uno de los primeros actos atentatorios que sublevó su mente contra el porfiriato, y le sucedieron las matanzas de obreros que reclamaban trato más humanitario en las fábricas de Río Blanco en Orizaba, en Puebla y en las minas de Cananea en el estado de Sonora, mismas que acabaron por decidirlo a tomar el camino de una acción política inmediata. Escribía ya su proyecto para la fundación del Partido Político Independiente en San Pedro de las Colonias y en él decía:

 

...un sutil veneno mortal penetra en los poros de la patria; el ciudadano mexicano vive sin seguridades, puesto que depende de la voluntad de un poder personal; la debilidad del individuo ajeno al estado irá en aumento hasta hacerla incurable y por lo mismo, se extinguirán las fuerzas para luchar contra alguna de las huracanadas tempestades que pueden poner en peligro a la patria mexicana.

No es mi propósito hacer una relación detallada de los acontecimientos que tuvieron lugar como preámbulo, o bien ya en la acción armada, con motivo de la rebelión que el señor Madero jefaturó para derrocar al dictador, general Porfirio Díaz. Quiero referirme a ellos brevemente, ya que escritores revolucionarios prestigiados, como Juan Sánchez Azcona y otros muchos, han dicho lo que presenciaron como actores, deseando yo sólo recordarlos a la juventud de mi patria, cuya futura actuación es la esperanza de quienes dedicamos muchos años de nuestras vidas al logro de un régimen de justicia social de México.

Los favorecidos de la dictadura, los grandes latifundistas y los patronos, los compradores de esclavos, la llamada aristocracia criolla que vivía en París, en Roma o en España, disfrutando los millones acumulados mediante la explotación de un pueblo hambriento y sin abrigo; cuando oían hablar de las persecuciones, destierros y asesinatos de los enemigos del dictador, se encogían de hombros y con una sonrisa de satisfacción decían:

 

Mientras sigan enviándonos de México el producto de nuestras rentas, nosotros sólo queremos paz y orden, si para lograrlo es necesario matar a los campesinos y a los obreros alborotadores, eso es cosa de don Porfirio y él sabrá como arreglárselas... ¡allá él!

Por eso es desconcertante y admirable que un hombre con recursos económicos suficientes para disfrutar de lujos, comodidades y placeres, haya sentido el anhelo de entregarse por completo a la dura tarea de tratar de poner fin a los abusos de Porfirio Díaz, de quien su propia familia era favorecida. El creyó honradamente que el camino para conseguir este objetivo, era una democracia al estilo extranjero. Sus ideas liberales hacían que sintiera horror a una guerra entre los mismos mexicanos, sus compatriotas y por ello, trabajó desde un principio y sin descanso, poniendo en juego todos los medios de persuasión para evitarla.

Sobre este particular cometió desaciertos que desconcertaron a muchos de sus amigos; llegó a proponer al general Díaz, que continuara en el poder mediante una nueva farsa de reelección como Presidente de la República, a cambio de hacer al pueblo la merced de permitirle elegir al Vicepresidente.

Pidió y obtuvo una entrevista con el dictador por conducto de don Teodoro A. Dehesa; acto éste que repugnó francamente a todos los que en Francisco I. Madero habíamos puesto nuestras esperanzas de que realizara un verdadero cambio en la situación infrahumana en que vivía el pueblo mexicano.

Desconociendo lo ofrecido en su propio Plan de San Luis, bandera de los grupos armados que secundaron su llamado a la lucha, cometió el más grande de sus errores: aceptar los llamados Tratados de Ciudad Juárez, con los cuales entregó, muerta por suicidio, a la naciente Revolución Social de México en manos del ejército federal que era el peor de sus enemigos. Este error vino a costarle la vida, ya que al admitir el desarme de las fuerzas maderistas, y nombrar en los momentos más peligrosos para su gobierno como comandante militar de México, a Victoriano Huerta, el más asqueroso de todos los traidores, firmó su sentencia de muerte.

Pero con todos sus equívocos de hombre bondadoso hasta la ingenuidad y su desconocimiento de la realidad mexicana; en los medios militares y políticos, nadie puede negarle un valor personal muy grande y una resolución definitiva de entregar su fortuna y su vida misma para tratar de conseguir el engrandecimiento de México, a pesar de que el camino elegido por él haya sido desafortunado.

Sus ideas políticas fluctuaban entonces, entre un liberalismo clásico y el socialismo radical, con las tendencias anarquistas de Ricardo Flores Magón; ya que el señor Madero, al enviarle fondos de ayuda para el sostenimiento del periódico Regeneración, le dice, en carta que ya es del dominio público (...) estando enteramente de acuerdo con sus ideas... y éstas eran francamente de extrema izquierda.

Fundó el señor Madero en San Pedro de las Colonias, el club Benito Juárez y al presentarse ante el presidente municipal de aquella población, acompañado de un grupo numeroso de sus correligionarios, el manifestaba que... “fundaban aquella agrupación política independiente, apoyados en lo preceptuado por el artículo 9 de la Constitución, a fin de impedir un nuevo fraude en las elecciones tanto de munícipes como de Gobernador de Coahuila...“

Como era de esperarse, ya que el general Díaz ordenó en forma terminante que se sostuviera la candidatura oficial de munícipes y que el licenciado Miguel Cárdenas, continuara eternizado en el puesto de gobernador del estado, los independientes perdieron las elecciones, de hecho aun cuando no de derecho, pues su votación local fue muy superior a la de los porfiristas.

No se arredró Madero ante estos primeros fracasos políticos; fundó un periódico al que denominó El Demócrata. Desde sus columnas principió a combatir enérgicamente a la dictadura porfiriana. Se dedicó desde luego a terminar su libro La sucesión presidencial en 1910, cuyo primer ejemplar recibió de manos de su editor, el 20 de diciembre de 1908.

Envió ejemplares de este libro a todos los gobernadores y secretarios de estado, haciéndolo llegar al propio Presidente Díaz. Expresa en tal libro, de una manera terminante y bien clara su intención de recurrir al movimiento armado, pues dice en él:

Si fracasa el esfuerzo por solucionar esta situación por la vía democrática, más tarde, sólo las armas podrán devolvernos nuestra libertad, y por dolorosa experiencia sabemos cuán peligroso es tal remedio...

 

No escondía por lo tanto su resolución de recurrir al camino de la acción armada... Don Jesús Silva Herzog opina así a propósito del mencionado libro de Madero:

 

...Es un somero y a la par valiente estudio de las condiciones políticas de México en aquellos años. Los temas sociales y económicos, apenas asomaban en unas cuantas páginas. Madero se muestra defensor apasionado de la democracia y cree que la libertad política, es la panacea para todos los males de la Nación...

 

Decidido a llevar adelante sus propósitos de lograr una elección democrática, que él suponía de efectos salvadores, el señor Madero salió de su ciudad querida y como un verdadero apóstol, emprendió la marcha a México, llevando como arma una petaca llena de ejemplares de su libro La sucesión presidencial para repartirlos entre sus amigos instándolos a secundarlo, a dar el primer paso de la campaña con la fundación de un partido político que aspiraba a llegar a toda la nación, y que debería llamarse Partido Nacional Democrático.

Don Filomeno Mata, uno de los más convencidos antiporfiristas, y el ingeniero Alfredo Robles Domínguez, amigo sincero y fiel partidario de Madero, fueron de los primeros en unírsele y Robles Domínguez puso desde luego a su disposición un amplio local en la calle de Tacuba, del cual era propietario, para que en él se efectuara la reunión inicial de los antirreeleccionistas.

Previa cita, se reunieron allí la noche del 22 de mayo de 1909, unas cien personas aproximadamente, entre las cuales destacaban: el que había de ser infatigable luchador hasta su muerte Aquiles Elorduy, el entonces entusiasta maderista licenciado Roque Estrada, que sería su compañero de prisión en la penitenciaría de Monterrey, para llegar después a manifestarse inconforme con la actuación política del señor Madero. Lo acompañaban también aquella noche, el Ingeniero Eduardo, Hay, que llegara a ser su jefe de estado mayor en campaña, así como el ingeniero Félix F. Palavicini, el licenciado Luis Cabrera, don Paulino Martínez, José Vasconcelos y Filomeno Mata.

Después de un cambio de impresiones, del discurso del señor Madero así como de la intervención de otros varios oradores en la improvisada tribuna, se llegó a la conclusión de que era inconveniente pensar en la inmediata formación de un partido político nacional con la escasa concurrencia que se tenía. Se consideró que para lograr la existencia de una agrupación de tal categoría, era indispensable, mucho trabajo, mucho tiempo y mucho dinero, a fin de que esa labor fuera realmente útil al logro de una organización política de importancia, que pudiera enfrentarse con buen éxito a la maquinaria que se oponía al porfiriato.

En realidad era nula la existencia de verdaderos partidos políticos en nuestro país, que pudieran emprender una campaña realmente democrática en aquellos años. Juan Sánchez Azcona, uno de los elementos más allegados al señor Madero, dice a este respecto lo siguiente:

 

...No había en México partidos políticos organizados para ejercer una práctica acción cívica; porque los partidos históricos tradicionales, llamados respectivamente liberal y conservador, no eran propiamente partidos políticos organizados para la acción cívica institucional, tal como los exigía el ejercicio de la política orgánica, sino agrupaciones con tendencias adversarias, que no tenían funcionamiento permanente ordenado, fuera de la propaganda y del recíproco combate dialéctico...

En el año de 1910, México con sus quince millones de habitantes, se encontraba dividido en tres grupos que podrían ser factores en el desarrollo de los acontecimientos políticos. El primero constituido por gobernantes y sus favorecidos asociados en grandes negocios; así como los funcionarios y empleados de todas categorías, empeñados en retener sus privilegios, a cambio de apoyar incondicionalmente las farsas de reelección ordenadas por el porfiriato. En el segundo grupo se encontraban los opositores del dictador figurando entre ellos, escritores, líderes de grupos populares, periodistas, y como siempre la juventud estudiantil, llena de inquietudes y de inconformidades. Todos ellos anhelaban el cambio de régimen, publicaban programas inteligentes y atrevidos, demandando justicia y libertad; pero se encontraban desligados unos de otros, siguiendo caminos políticos distintos que tan pronto eran de tipo democrático, como liberales clásicos y socialistas teóricos. Carecían igualmente de los elementos económicos indispensables para poder pensar en la organización de un verdadero partido político que fuera capaz de obtener resultados positivos en la lucha contra la maquinaria impositiva del porfiriato.

Las grandes mayorías formadas por campesinos y obreros, constituían el tercer grupo, del que debían valerse quienes aspiraban a influir en forma efectiva en los resultados de las luchas electorales. Dispersos en nuestra gran extensión territorial, y dominados por las fuerzas que luego analizaremos, sufriendo carencias que los reducían a la categoría de infrahumanos, veían con absoluta indiferencia a quienes les hablaban de sus derechos como ciudadanos, y los arengaban sobre su facultad de participar en la elección de sus mandatarios.

Por su parte el gobierno dictatorial tenía arreglada, desde hacia largos años, una especie de aplanadora electoral cuyo pivote central se encontraba en la Secretaría de Gobernación, de donde partían las consignas oficiales, dictadas por el propio general Díaz. Era una cadena que abarcaba desde los gobernadores de los estados, pasando luego por los prefectos políticos y de estos a los presidentes municipales de su adscripción, para que enviaran las órdenes que sirvieran de apoyo a los grandes latifundistas en sus haciendas, a los jefes de policía y a los encargados del orden en las más lejanas rancherías. Cuando se acercaba el momento de verificar una elección cualquiera, principiaba a funcionar la maquinaria con el envío hecho por gobernación de un considerable número de boletas y el padrón prefabricado, anunciando además seca y rotundamente, la orden superior de que tales boletas deberían ser llenadas por los amanuenses seleccionados por la autoridad, bajo su más estricta responsabilidad, con los nombres de las personas que resultaran electas para el puesto que se les asignaba. Con verdadero cinismo, se enviaban en cantidad insignificante otras boletas para que fueran llenadas con los que deberían aparecer derrotados. Añadían las repetidas órdenes superiores, que de la misma manera, las boletas ya firmadas por los imaginarios votantes, deberían ser devueltas a gobernación por el mismo camino que habían llegado.

La repetición constante de estas prácticas, durante los treinta años del dictador y la amenaza de que cualquier desobediencia a esos mandatos traería penosas consecuencias a los infractores; así como el hecho siempre repetido de que tales penosas consecuencias por no cooperar con el supremo gobierno a la conservación de la paz, se traducían en destitución del empleo, cárcel, destierro y aún la muerte, según la gravedad de la desobediencia, fueron creando en todo el país una especie de conformidad o de indiferencia total por los procedimientos de elecciones democráticas –después conocido como abstencionismo–. Además de estas circunstancias, debemos recordar que el porcentaje de analfabetismo entre los campesinos y obreros, mayoría absoluta de los habitantes de nuestro país, era verdaderamente penoso. Los trabajadores del campo especialmente, además de la tiranía del latifundista, estaban moralmente dominados por esa organización político–comercial denominada Iglesia Católica, convertida en aliada incondicional de Porfirio Díaz, gracias a la política de conciliación que consistía en la tolerancia del dictador a las constantes burlas que curas y sacristanes, hasta sus más altos dignatarios, hacían de las disposiciones constitucionales. Los curas predicaban a los campesinos, que Dios mandaba que se sometieran a la voluntad de sus amos latifundistas; que deberían resignarse a todas sus carencias aun a la falta de medios de subsistencia, ofreciéndoles a cambio una recompensa celestial para después de su muerte.

Así, la consigna electoral era para todos la misma, o ayudas o te vas, y todos preferían ayudar, porque al irse podrían equivocar el camino y encontrar en cambio el del destierro, la cárcel o el panteón. La cooperación exigida por el porfiriato llegaba así hasta los más apartados lugares habitados y en ella trabajaban empleados altos y bajos de todos los ministerios; los señores gobernadores de estados y sus colaboradores en distritos y municipios. Así funcionaba esta mafia que enriqueció a muchos, pero dejó sin pan y sin abrigo, a campesinos, obreros y trabajadores.

Para el objeto de mi estudio no debo olvidar que existían y siguen existiendo varios millones de indígenas dispersos en grupos en todo el país, que no hablan ni entienden nuestro idioma. Son por lo tanto seres ajenos totalmente a leyes, derechos y deberes que los hagan verdaderamente mexicanos. Lo único que tienen en común con sus compatriotas es el hambre, miseria y abandono. Entre ellos mismos no se sienten unidos: yaquis y mayos de Sonora; purépechas en Michoacán; mayas en Yucatán; zapotecas en Oaxaca y cien denominaciones más, hablan idiomas distintos; tienen idea de que son únicamente restos de imperios, repúblicas o razas que un día habitaron estas tierras, siendo en muchos casos enemigos unos de los otros y que hoy los une sólo, la misma miseria, hambre y abandono. Hablar a estas gentes de democracia, de sufragio efectivo y no reelección en lugar de darles de comer a como dé lugar, es una necedad, es un insulto, es un error en el que desgraciadamente cayeron muchos de nuestros precursores en el movimiento social que inició Madero.

Estos indígenas, con los campesinos y los obreros, eran y siguen siendo la mayoría de los que nos llamamos mexicanos; sus carencias básicas no me cansaré de repetirlo, inaplazables, urgentes eran y siguen siendo, aun cuando en mucha menor parte: comida, abrigo, medicinas, instrucción y comprensión de la realidad de sus problemas y la real manera de solucionarlos. Su desconocimiento fue en mi concepto, el error más grave de nuestros primeros revolucionarios, incluyendo entre ellos al mismo iniciador don Francisco I. Madero, con la salvedad de que él se dedicó a remover el más grave de todos los obstáculos para una verdadera Revolución socialista, derrocando al dictador que parecía inamovible; sabiendo de antemano que la redención democrática no podría efectuarse sin derribar primero la montaña de granito que era el porfiriato.

Entre los precursores de la revolución, existieron muchos liberales clásicos que sostenían la tesis de que conforme a la Constitución, deberían respetarse totalmente los derechos de propiedad de las tierras, no obstante que estos derechos se basaran en la herencia de los conquistadores o en el robo descarado, si había una resolución de autoridad judicial que así lo legalizaba.

Pretendían que las autoridades revolucionarias determinaran, tras largos procesos judiciales que se prolongarían hasta llegar a la resolución de la Suprema Corte de Justicia, cuál debería ser el precio que se pagaría, previamente a su expropiación, por la tierra que detentaban los latifundistas para poder entregarla a los campesinos que la trabajaban. Esta determinación que más parecía una burla de los mismos revolucionarios para los trabajadores del campo, acabó por exasperarlos, preparándolos así, para actuar como soldados en una rebelión armada que destruyera a sus explotadores.

Parece un contrasentido que Emiliano Zapata, a quien se tenía por inculto, falto de inteligencia y de conocimientos políticos, haya sido el único que no sólo entendió muy bien cuál debería ser el remedio inaplazable a las carencias más urgentes de nuestra nación; sino que, con su energía, un valor y consistencia admirables, sostuvo sus teorías libertarias, contra el porfiriato, contra el maderismo y contra el constitucionalismo. Enarbolando su bandera de Tierra y Libertad por cuyo sostenimiento fue cobardemente asesinado.

Esa filosofía política del zapatismo puede encontrarse condensada en la respuesta que dio su líder a los primeros representantes del señor Madero, en el intento de someterlo a un arreglo de sus diferencias. Cuando los maderistas le anunciaron que en opinión del señor Madero, para aliviar y curar a la postre los males de la patria, era indispensable primero lograr una democracia perfecta con la elección de mandatarios que no podrían ser reelectos. Zapata les contestó:

Miren ustedes, díganle de mi parte al señor Madero que a los campesinos de Morelos como a los de toda la República, antes de hablarles de sufragio efectivo y de no reelección, necesitamos que tengan cuando menos frijoles y tortillas, medicinas y cobijas para ellos y para sus familias que se están muriendo de hambre. Que nos devuelvan las tierras que nos robaron los ricos, que nos dejen vivir en paz y entonces sí podremos hablar de la mentada democracia.

 

El error del liberalismo clásico del cual adolecieron los primeros caudillos de nuestra Revolución, como Madero y Venustiano Carranza, se debió a que no es lo mismo planear revoluciones estudiando sistemas políticos extranjeros que sufrir en carne propia el hambre y la miseria.

Lo indispensable es decidirse por un movimiento armado para destruir la barrera infranqueable de una dictadura aliada a los ricos y a los fanáticos clericales.

La desesperación originada por el hambre, en los trabajadores del campo y de la ciudad, fue el factor principal para que todos los revolucionarios, desde el maderismo y el carrancismo, nos convenciéramos de que nada se arreglaría en realidad con una lucha democrática imposible para la aplanadora reaccionaria, y sólo las armas contra todos los que a la justicia social eran opuestos, podrían salvar a México de sus carencias insoportables.

Desde el principio del siglo, se tornó consciente de la realidad de su misión, que no podría ser otra que la de lanzarse a una rebelión armada; todas sus actividades de aspecto exterior democrático tenían secretamente una finalidad de preparación para el derrocamiento de la dictadura, en todo su conjunto.

El grupo científico sabía de estos preparativos, pero no logró comprobarlos. Sus componentes, a pesar de las envidias y la odiosidad que entre muchos de ellos existía y que principió a ser del dominio público, idearon un plan de acción conjunta que los pusiera en la posibilidad de seguir explotando, en un próximo período presidencial, el carcomido prestigio de su jefe, para ver quién de ellos lograba ser el agraciado en la sucesión. Corral, Teodoro Dehesa, José Ives Limantour, y el mismo general Victoriano Huerta, intrigaban unos contra otros procurando fortalecer sus grupos, picando piedra como hoy se dice, para congraciarse y quemar a sus oponentes. Así dio principio la comedia democrática, que sólo era una lucha entre ambos bandos, tratando de ocultar sus verdaderas intenciones.

El señor Madero por su parte, sabiendo que era propósito del porfiriato pretender una nueva burla de la voluntad popular y no queriendo darles como arma el hecho de que no se conocía aún el resultado de las elecciones, ordenó a sus partidarios que se abstuvieran de todo movimiento subversivo hasta que esas elecciones hubieran pasado. Por ello fijó como la primera fecha para el levantamiento, el 14 de julio de 1911 que hubo de cambiarse por la del 20 de noviembre de 1910, debido a la aprehensión del señor Madero.

Los porfiristas robustecían su aplanadora, dando órdenes a todos los gobernadores para que no dejaran pueblo ni ranchería sin un comisionado que dirigiera la formación inmediata de nuevos padrones con mayor número de electores y que activaran sus trabajos a cualquier precio, ya que en esta pretendida elección deberían llenar boletas con los nombres de los candidatos de un partido de supuesta oposición, como procedimiento desesperado por medio del cual tratarían de dar la impresión de un cambio de frente para el cual el propio general Díaz trabajaría como uno de los actores.

Nuestro caudillo, con una sagacidad e inteligencia que sus oponentes desconocían, aceptó el reto, y a su vez, al mismo tiempo que emprendía una campaña con toda la apariencia de una contienda política, de la cual se burlaba el porfiriato en un principio, organizaba en el vecino país del Norte una junta Secreta Revolucionaria, que en su tiempo fue bien reconocida, la cual se encargó de preparar la compra de armamento, parque y demás pertrechos, con los millones de pesos que proporcionó el propio señor Madero, destinados a la rebelión que era su verdadero propósito.

Apenas unos días después de su aparición en público, en el salón en el que se reunieron los organizadores del Partido Antirreeleccionista Nacional, emprendió su gira política por diversos estados de la República, durante la cual al propio tiempo que sus actividades de carácter democrático, preparaba el terreno con sus amigos de confianza para que llegado el momento propicio se iniciara la rebelión armada.

El grupo porfirista veía con desprecio las actividades del señor Madero y dedicó su tiempo a propalar la idea de que el maderismo estaba acaudillado por un desequilibrado sin importancia, al cual, en un impulso de rencor mal disimulado, quiso hacer objeto de burla diciendo que la I de su nombre correspondía a Inocente .De entre los científicos salió la luminosa idea pero poco tiempo después se darían cuenta de que los inocentes eran ellos.

La gran gira política del señor Madero principió en los últimos días de Mayo de 1909, prolongándose a fines del propio año. Conoció durante ella a muchos hombres valientes, en diversos estados, que le manifestaron su resolución irrevocable de lanzarse a una rebelión armada contra el porfiriato, considerando éste como el único medio de llegar a salvar a México de las garras del dictador y de su camarilla.

En ciudad Juárez, por ejemplo, conoció y trató íntimamente a don Abraham González, hombre probo y respetable, con gran influencia entre los campesinos de Chihuahua y a él se encomendó la tarea de jefaturar a su tiempo el movimiento armado en aquel estado norteño, que tan valioso contingente habría de dar a la rebelión. En Yucatán tuvo la oportunidad de relacionarse con don José María Pino Suárez, que sería más tarde su fiel amigo y compañero hasta el martirio y la muerte.

Su determinación de agotar todos los medios pacíficos de arreglo, a fin de evitar un derramamiento de sangre mexicana, lo llevó a extremos desconcertantes para quienes no lo conocían a fondo. El sabía muy bien que tales acciones no darían resultado satisfactorio, pero era su propósito que la historia juzgara sus actos con la convicción de que llevó hasta lo inaudito el esfuerzo por evitar una catástrofe.

El mes de noviembre de 1909, dirigió una carta a un amigo, cerebro de la camarilla científica, don José Ives Limantour, de la que extracto los siguientes párrafos:

 

...Nuestro partido antirreeleccionista, no tiene ninguna cláusula... que impida algún arreglo para consolidar todos los intereses; pero si el gobierno sigue atropellando los derechos de los ciudadanos y empleando el régimen del terror, todo arreglo sería imposible y quién sabe lo que podría suceder, pues la historia nos enseña lo funesto que ha sido siempre, querer sofocar por la fuerza movimientos democráticos....

Muchos de sus partidarios criticaron las frases de esta carta del señor Madero a Limantour, creyendo que buscaba llegar en realidad a un arreglo que significara un entendimiento con el porfiriato que sólo a Madero beneficiaría; pero como de hecho el caudillo de la oposición ya sabía bien que era determinación irrevocable del dictador, volver con todo su equipo, a una nueva farsa democrática , sólo hacía estas sugerencias a fin de que pudiera comprobarse más tarde que la rebelión armada habría sido el único camino para un cambio radical en la política dictatorial, a pesar de los esfuerzos de la oposición por evitar la lucha armada.

A su regreso a México encontró a sus partidarios desalentados y descontentos de su actuación, y por su carta a Limantour este alejamiento se agravó. Los reunió nuevamente en el centro anti reeleccionista tratando de explicarles sus planes. Hasta abril del año 1910 se convino al fin en celebrar en el Tívoli del Eliseo, en las calles de San Cosme, una convención que duró tres días, en el último de los cuales, después de verse en peligro de ser aprehendidos por intrigas del porfiriato que ordenó a las autoridades de Coahuila la invención de un robo de guayule que supuestamente había sido cometido por él, pudo asistir a la Convención, en la cual fue designado candidato del partido para la Presidencia de la República. Pronunció en aquella reunión un valiente discurso del cual transcribió algunos párrafos:

...Espero que el general Díaz nos dejará trabajar libremente, y respetará la voluntad popular, pero si desgraciadamente.... el general Díaz favorece o permite que se coarten las libertades concedidas por la Constitución declaro solemnemente que en este caso, defenderé vigorosamente los derechos del pueblo... y si el general Díaz quiere apoyar ese fraude con la fuerza, entonces señores, estoy convencido de que la fuerza será repelida por la fuerza; comprendo la gravedad de esta declaración; comprendo los peligros que pueda acarrear al país una revolución; pero sé que el pueblo no permitirá la continuación de una dictadura ya intolerable...

 

Aplaudieron entusiastamente estas palabras quienes antes tildaban de pusilánime al hombre de pequeña estatura pero de un valor tan heroico, que desafiaba así en su propio terreno al dictador y a sus esbirros. Este discurso ante una numerosa concurrencia en el centro mismo de la ciudad de México, entre cuyos oyentes pululaban los espías, dejó convencidos a sus amigos de que era el señor Madero en realidad el caudillo que esperaban.

Así vino a entenderse clara y públicamente que si la política maderista había tenido un grave riesgo y no había podido ser revelada sino a un escaso número de amigos y partidarios de firme convicción; con experiencia y orientación políticas para entender, que atacar al porfiriato era provocar a una manada de fieras y que debería usarse una gran cautela; desde ese discurso dejó de ser misterio lo que vendría pronto y los preparativos para lograrlo se aceleraron con gran entusiasmo.

El descontento de muchos de sus amigos había sido grande, cuando el señor Madero decidió entrevistarse personalmente con el general Porfirio Díaz, sabiendo bien lo que iba a hacer: provocar a las fieras con su presencia tranquila y reposada, conociendo que gruñirían burlándose de él; pero era él en realidad quién de ellos se burlaba, haciéndolos creer en su insignificancia, pues si el general Díaz o sus científicos hubieran entendido la verdadera resolución que nuestro caudillo tenía, de aprovechar el odio que el dictador se había conquistado por sus procedimientos de terror y de muerte contra las mayorías obreras y campesinas, no hubiera permitido que saliera bajo fianza de la prisión de San Luis Potosí y posiblemente, según la costumbre de aquél régimen, lo hubieran hecho desaparecer como a tantos otros les pasó.

Prueba de que Madero logró su propósito, fue el resultado de la entrevista que consiguió con el general Díaz, ayudado por Teodoro Dehesa. Los comentarios burlescos que el dictador hizo de esa entrevista, con Enrique C. Creel su amigo y socio, respecto a su plática con el señor Madero, son muy significativos. Díaz dijo a Creel, lo siguiente:

...recibí al señor Madero, precisamente en los días en que celebró su convención, y después de haber hablado con él sobre sus pretensiones políticas, me pareció simplemente un vulgar ambicioso... y ahora que se ha lanzado como candidato a la presidencia, veo que ya tengo dos rivales: el señor Madero y don Nicolás de Zúñiga y Miranda...

 

Qué lejos estaba el general Díaz de pensar que algunos meses después de su burlón comentario, se vería obligado a renunciar al puesto de Presidente de la República que él se adjudicaba cada cuatro años, haciendo mención de bandas milenarias de maderistas que exigían su retiro y su derrocamiento. Esta era la situación reinante, cuando Francisco Ignacio Madero recorrió el país los años de 1908 a 1909, haciendo su propaganda para la presidencia de la República, apoyado por el Centro Antirreeleccionista. En realidad lo que el señor Madero hacía, era organizar ya a los grupos que deberían iniciar la rebelión armada, escogiendo en cada lugar a los más apropiados por su firmeza de convicciones y su popularidad, poniéndolos en contacto con la Junta Revolucionaria establecida en San Antonio Texas, para que los proveyera de armas y parque en toda oportunidad.

El porfiriato por su parte, principió a elaborar un plan de acción política más intensa, no para ganar las elecciones en una lucha democrática, pues ya he dicho que su organismo oficial, formado por todas sus autoridades, continuaría arrollador toda vez que la oposición, carente de unidad y de verdaderos partidos políticos, tendría que aparecer ante el país como derrotada por una inmensa mayoría de votos prefabricados.

En frecuentes reuniones del general Díaz con sus más allegados colaboradores, se decidió dar a la comedia reeleccionista, un nuevo aspecto. Era ya manifiesto el descontento, cada vez más grande contra su elección y en el extranjero mismo, el brillo de oropel del héroe de la paz principiaba a ponerse en entredicho, La camarilla científica creyó conveniente que el sainete electoral tuviera un prólogo con resonancia internacional, que pudiera desorientar al público haciéndolo creer que Díaz no deseaba ya continuar en el poder, dando libertad absoluta a sus oponentes. El primero en aparecer en el tinglado al levantarse el telón, debería ser el propio general Porfirio Díaz.

Se pensó entonces, que lo más indicado sería, llamar a un periodista estadounidense de fama internacional, para que, remunerado con esplendidez, diera a conocer en sus publicaciones del país vecino la gran novedad en la política mexicana, mediante una entrevista prefabricada, anunciando que el héroe de la paz daría a conocer en forma sensacional su intención de retirarse a la vida privada, dejando el lugar a quien resultara triunfante en las ya próximas elecciones para poderes federales.

Fue contratado para este espectacular acontecimiento, el periodista James Creelman, propietario del Pearson Magazine de Nueva York, quien viniera a México, aparentando hacerlo por su propio deseo, a fin de sostener una prolongada conversación con el general Díaz, y de común acuerdo estarían escritas de antemano preguntas y respuestas. Esta entrevista fue publicada por Creelman en su Magazine, el día 8 de marzo de 1908. Estando relativamente cercanas las festividades ostentosas con que se celebraría en 1910, el primer centenario de nuestra pretendida independencia política, se juzgó que habría tiempo suficiente para que todo el mundo conociera las declaraciones del general Díaz, que se harían públicas por cuenta del porfiriato, en los más importantes periódicos mundiales, para que los embajadores que nos visitaran, se vieran impresionados y tuvieran que exclamar: ¡Oh, que insigne gobernante tiene México!

Al ser conocidas en nuestro país diversas versiones contradictorias de la entrevista Díaz–Creelman, el general las desautorizó diciendo que no eran sus respuesta las que publicaban, y se produjo así una desorientación tan grande al respecto, que ya nadie sabía cuál era la verdad. Creo por ello conveniente, transcribir los más interesantes párrafos, traduciéndolos directamente del New York Pearson Magazine, escritos por el propio Creelman, para que mis lectores conozcan la realidad de tales declaraciones, ya que ese documento tuvo tanta significación en el desarrollo de la política mexicana de aquellos días. Creelman dice, entre otras cosas, las siguientes, son sus palabras textuales:

 

...un aire curiosamente austero y rígido, que da gran distinción a una personalidad que sugiere singular poder y dignidad..., tal es Porfirio Díaz en su septuagésimo octavo año, tal cual lo vi hace algunas semanas... No hay figura más romántica o heroica en el mundo entero, ni otra que estudien con más intensidad, amigos y enemigos de la democracia, que la de aquel soldado estadista, cuya juventud aventurera hace palidecer las páginas de Dumas.... Por espacio de veinticinco años (escribía en 1908) ha gobernado la República mexicana con un poder tal, que las elecciones han llegado a ser mera cuestión de forma. Fácilmente hubiera podido ceñirse una corona,... Y sin embargo hoy... anuncia que insiste en retirarse de la Presidencia, al terminar el período actual.

Fue esta aseveración de Creelman en su Magazine una de las cosas que más contrariaron al porfiriato y que dieron origen a la carta que el general Díaz dirigió a don Irineo Paz, negando que las palabras puestas en sus labios fueran exactas, Creelman continúa diciendo en la publicación que traduzco, lo siguiente:

 

...Es un error suponer que el porvenir de la democracia de México haya sido puesta en peligro por el largo período en que ha ocupado el puesto un sólo presidente (dijo el general Díaz tranquilamente)... Puedo deponer la presidencia de México, sin el menor remordimiento, pero no puedo dejar de servir a la patria mientras viva (añadió). He esperado con paciencia el día en que el pueblo mexicano estuviera preparado para seleccionar y cambiar su gobierno en cada elección, sin peligro de revoluciones armadas; creo que ese día ha llegado... Aquella cara fuerte se mostraba tan sensible como la de un niño...; sus obscuros ojos estaban húmedos... Se asegura generalmente que las verdaderas instituciones democráticas son imposibles en un país que no tiene clase media, le dije; el presidente volvió el rostro y con penetrante mirada movió la cabeza en señal de asentimiento y dijo: México tiene ahora una clase media, pero no la tenía antes: La clase media es el elemento activo de la sociedad, aquí y en todas partes..." General Díaz, dije yo interrumpiendo, ha tenido usted una experiencia sin precedente en la historia de las repúblicas. Por espacio de treinta años, los destinos de esta Nación han estado en vuestras manos para amoldarlo a vuestra voluntad... ¿Cree usted que México pueda continuar su existencia en paz como una república...? ¿Está usted convencido de que el porvenir de la Nación está asegurado bajo las instituciones libres...? Valía la pena haber ido desde Nueva York a ese Castillo de Chapultepec, para contemplar la cara del héroe en ese momento... Fuerza, patriotismo, ardor bélico, clarividencia, todo parecía brillar en conjunto en sus ojos pardos.

El porvenir de México está asegurado, (dijo con voz clara) los principios de la democracia no se han implantado bastante en nuestro pueblo; es mi temor. Pero la Nación se ha desarrollado y ama la libertad. Nuestra dificultad ha sido que el pueblo no se preocupa lo bastante de asuntos políticos para la democracia. Los indígenas forman más de la mitad de nuestro pueblo y se preocupan poquísimo de la política.

Pero usted no tiene partido de oposición en la República señor presidente. ¿Cómo pueden florecer las instituciones libres donde no hay oposición para tener en jaque a la mayoría o partido gobiernista?

Es verdad (contestó), no hay partido de oposición. Tengo tantos amigos en la República, que mis enemigos no parecen querer identificarse con tan pequeña minoría.

No puedo prescindir de hacer algunos breves comentarios a esta parte de las declaraciones del general Díaz. El sabía bien, como la sabía el pueblo, que si éste no se ocupaba de la política era porque si lo hacía sin doblegarse ante la imposición fraudulenta del dictador, le esperaba la prisión, el destierro o hasta el asesinato. Dijo que carecía de enemigos, y al presentar poco después su renuncia al cargo que detentaba habló de múltiples bandas milenarias maderistas que pedían su destitución obligándolo a renunciar y retirarse; hecho que no pudo compaginarse con la pequeña minoría de sus enemigos, de que antes hablara. Este en mi concepto fue un verdadero cinismo del general Díaz, quien así continuaba recitando ante un periodista extranjero, el papel de histrión, que como parte de su campaña política los científicos le impusieron, en los trabajos preliminares de su nuevo plan político, y el dictador continúa diciendo:

Cualquiera que sea el sentir o la opinión de mis amigos y partidarios, estoy dispuesto a retirarme, cuando termine mi período actual, y no volveré a aceptar mi reelección. Tendré entonces ochenta años... (El presidente cruzó los brazos sobre su pecho y hablo con gran énfasis) Yo veré con gusto un partido de oposición en la República (dijo). Si se forma, lo veré como una bendición, no como un mal... Y si puede desarrollar poder, lo sostendré, lo aconsejaré... y me olvidaré de mí mismo. No tengo deseo de continuar en la presidencia. Esta Nación está lista para su vida definitiva de libertad... Fuimos duros; a veces llegamos hasta la crueldad; pero todo ello era necesario para la vida y progreso de la Nación. Si cometimos crueldad, el fin ha justificado los medios... (Esta máxima, tantas veces invocada para justificar las más atroces crueldades del clericalismo en el poder y de la inquisición pontificia era en esta ocasión invocada por quien antes fuera un soldado valiente de firmes convicciones liberales, al lado del Benemérito don Benito Juárez...)

Las ventanillas de su nariz se dilataron (agrega Creelman) La boca formaba una línea recta...

Muy extensa es la publicación que Creelman hace de la entrevista con el general Díaz, en el Pearson Magazine de Nueva York, el día 8 de marzo de 1908. Me he concretado a traducir únicamente algunos de los párrafos más sobresalientes, con el fin de comprobar ante la juventud de mi patria el cinismo con el cual mintió el dictador al anunciar su determinación irrevocable de no aceptar una nueva reelección... Cualquiera que fuera el sentir o la opinión de sus amigos y partidarios. Pero es muy ilustrativa esta entrevista en su totalidad y me remito a recomendar su lectura en el Magazine que puede consultarse en la Hemeroteca Nacional.

El porfiriato esperaba que el resultado de las declaraciones presidenciales a Creelman, fuera de la absoluta indiferencia popular. Creían los científicos que después de treinta años de funcionar su aplanadora electoral, entonces reforzada con instrucciones terminantes de la Secretaría de Gobernación, sería invencible. El resultado de la entrevista Díaz–Creelman fue completamente distinto. Tras la desorientación de muchos, la desconfianza de otros y la ingenua confianza de algunos más, se produjo una agitación política notable por lo desusada.

Al darse cuenta de esa agitación política, los científicos, directores del porfirismo, consideraron llegado el momento de no dejarse ganar terreno y decidieron apresurarse a levantar el telón para el segundo acto de su farsa, ya de antemano preparada, consistente en hacer aparecer varios partidos políticos de supuesta oposición. El primero de tales partidos, fue el llamado Partido Nacionalista Democrático, para cuya formación utilizaron algunos elementos desorientados de diversas tendencias y fuertes núcleos de porfiristas anónimos.

El Nacionalista Democrático entró en acción, celebrando en las capitales de los estados y otras ciudades de importancia, reuniones que llamaron de indagación de los deseos populares en materia política.

Muchos discursos se pronunciaban atacando al régimen del dictador, pero como estaba de antemano convenido, se elogiaba su determinación de retirarse de la política y de no aceptar una nueva reelección. Por fin, hablaban los directores intelectuales; aceptando en principio que el porfirismo había sido un tanto cruel en sus procedimientos de represión en beneficio de la paz, pero que nadie estaba capacitado para lograr que, faltando el gran soldado que había conseguido esa paz, esta siguiera reinando en nuestro país y por lo tanto, era indispensable que el pueblo entero impusiera al general Díaz la obligación de continuar en el poder, a pesar de sus nobles deseos de abandonar el puesto.

Después de las reuniones de preparación celebradas en los estados decidió el Partido Nacional Democrático convocar a una convención nacional, que tuvo lugar en el teatro Renacimiento de la ciudad de México, y durante la cual, con inteligente preparación, se hizo hablar a algunos oradores que fingiéndose enconados enemigos del porfiriato, soportaran la rechifla de las porras, antes debidamente aleccionadas.

Hablaron otros aceptando, como llevo dicho, que ciertos procedimientos crueles habían sido utilizados por el dictador, pero que, como el mismo general Díaz lo había indicado a Creelman, eran necesarios para conservar la paz, y por lo tanto, indispensables como medios para lograr aquel fin. Acaloradas discusiones que moverían a risa si no fueran en realidad sólo una burla para el pueblo, tuvieron lugar en aquella convención del Gran Partido Nacionalista Democrático que terminó decidiendo entrevistar en masa al general Porfirio Díaz, para notificarle que después de aquellos trabajos de indagación respecto a la voluntad popular, el pueblo mexicano en absoluta mayoría, llegaba a la conclusión de que:

 

...La vida de la Patria, la conservación de la paz y del progreso de México exigían que a pesar de su noble actitud de oponerse al deseo de sus amigos para que él continuara en la presidencia, ese pueblo en masa le imponía al general Díaz, el sacrificio de seguir como Presidente de la República. En tal virtud participamos a usted que para el próximo período electoral, nuestros candidatos son: general Porfirio Díaz para Presidente y Ramón Corral, para Vicepresidente de México...

Aplausos, vivas, gritos de alegría y lágrimas inevitables del dictador fueron la respuesta. Aceptó entonces, con fingida resignación la voluntad del pueblo...A la que siempre me he sujetado...

El general Díaz en su afán por conservar el poder, llegó a reinsertar en nuestra Constitución el artículo relativo a la Vicepresidencia. Para prevenir las dañosas consecuencias, tuvo que escogerse a una persona de reconocida lealtad o de absoluta incondicionalidad al Presidente, ya que debido al carácter déspota y absolutista de Porfirio Díaz, el que fungiera como Vicepresidente tendría que ser, un títere, un adorno, sin siquiera poder manifestar opiniones independientes. La institución adquirió una gran importancia debido a la avanzada edad del dictador, ya que se esperaba que pronto heredara el poder al Vicepresidente y los científicos lanzaron como su candidato a Ramón Corral, a quien Díaz había hecho primero gobernador del estado de Sonora, después gobernador del Distrito Federal y por último secretario de Gobernación.

Un segundo grupo político que tomó el nombre de Centro Organizador del Partido Democrático, salto después al tablado, y con parecidos argumentos sostuvo que:

...como había hecho público en su período y en los discursos de sus oradores. Aun cuando conocedores del despotismo del que ha abusado el general Díaz, sabemos igualmente el peligro que se podría correr con despertar al pueblo a la vida ciudadana sabemos también que es un deber sagrado educar a ese pueblo para la democracia....

Este grupo político denominado Centro organizador del Partido democrático fundado en el año de 1908, contó entre sus organizadores a determinado grupo de individuos que, aun cuando desorientados, no tenían ligas con el porfiriato. Entre ellos figuraron varios que llegarían después al maderismo y los principales fueron: Luis Cabrera, Juan Sánchez Azcona, Alfredo Robles Domínguez, Francisco Cosió Robelo, Rafael Zubaran Campany, Jesús Urueta, Benito Juárez Maza, Carlos Trejo y Lerdo de Tejada, José Peón del Valle y otros muchos bien conocidos como anti–porfiristas.

Buscaban estos hombres, creyentes todavía de la sinceridad del general Díaz al declarar que no buscaría la reelección, un sucesor que con características de energía y capacidad intelectual, pudiera conducir a la Nación por un camino de justicia social y rectitud, al propio tiempo que con el respaldo armado suficiente para dominar las ambiciones del grupo científico que consideraban destinado a desaparecer, al retirarse de la política el general Díaz.

El general Bernardo Reyes era estimado entonces como hombre de prestigio político, culminaba con su fama de intelectual, amante de las libertades y gozaba en realidad por diversas causas de una gran simpatía popular. Estos improvisados políticos, carentes de práctica en asuntos públicos, no contaban con el tiempo y los medios suficientes para encontrar al hombre fuerte y vigoroso que les diera bandera.

En el mes de agosto de aquel año de 1908, Heriberto Barrón, uno de los dirigentes del Partido Democrático, fue comisionado por el grupo para entrevistar al general Reyes, sondeando la posibilidad de que aceptara el apoyo de ese partido para luchar por su candidatura a la presidencia de la República. Mucho se extendió el referido general en consideraciones relativas a su actuación militar, empeñado en destruir la idea propalada de que organizaba un golpe armado para derrocar al dictador, diciendo entre otras cosas lo siguiente:

 

...¿Cómo ahora, que la experiencia y el reposo que dan los años me han hecho comprender mejor los asuntos políticos de mi país..., habría de manchar mi modesta pero limpísima historia militar, haciendo criminalmente retrógradas a mi país a la época funesta de la anarquía, orillándolo a un conflicto extranjero que sobrevendría inevitablemente... en momentos en que perdíamos al pacificador, al gran reformador de nuestro México...? Esta suposición sería cruel para mí si no fuera estúpida... ¿Y cuál ha sido mi carrera política...? Ella, aunque de poca significación, es bien conocida por la pureza de sus actos... y por una evidente fidelidad hacía el supremo Gobierno.

Los organizadores del Partido Democrático, tendiendo un piadoso velo de olvido a los atropellos cometidos por orden del general Reyes en Monterrey, un dos de abril recién pasado, quisieron ampararse en la candidatura de este general que en realidad tuvo miedo; no estuvo a la altura de su oportunidad. Había hecho sin duda alguna propaganda discreta de sus ambiciones presidenciales y desde la fundación del numeroso grupo de civiles que recibían instrucción militar para convertirse en oficiales reservistas, nadie ignoraba que todos sus actos públicos estaban encaminados al logro de sus ambiciones políticas. Pero el general Reyes, amenazado veladamente por el dictador y privado del mando militar en Nuevo León, sabía bien que atreverse a luchar políticamente contra Díaz, aspirando a sucederlo en la Presidencia o al menos en la vicepresidencia, equivaldría a firmar su sentencia de muerte, como aconteció con los generales García de la Cadena, Ramón Corona y otros varios asesinados por el porfiriato sólo por sus sospechas de que aspiraban a ser sucesores de Porfirio Díaz.

Reyes escribió un libro lleno de adulaciones para Díaz, hizo declaraciones públicas para la prensa nacional y extranjera, verdaderamente humillantes por su servilismo, pero ni esto le valió. Díaz retiró a Reyes el mando militar en Nuevo León, designando como jefe de operaciones al general Jerónimo Treviño, enemigo acérrimo de Reyes y bajo el pretexto de comisionarlo para investigaciones en relación con el reclutamiento y el servicio militar obligatorio, lo envió a Europa acompañado del entonces mayor Gustavo Salas.

El día 13 de noviembre de 1909, encontrándose el general Reyes en el Hotel Astor de Nueva York, de paso para Europa, concedió a los periodistas estadounidenses una larga entrevista de la que extractamos los siguientes conceptos:

 

...Espero salir el próximo martes rumbo a Europa en el Jorge Washington, para estudiar el reclutamiento y el servicio militar obligatorio. Quiero dar a conocer que no soy un enemigo del presidente Díaz; soy su amigo en política y un buen amigo. Yo sé que, por su propia voluntad, no se preocupa por ser presidente y nunca aceptaría el puesto otra vez, si sus deseos fueran consultados; pero el pueblo lo quiere, y como buen patriota servirá a su país. Las elecciones tendrán lugar el segundo domingo de julio de 1910. El pueblo se está preparando para reelegir a Díaz como presidente. Nadie podría haber hecho más por su patria.

En 1909, una serie de artículos publicados en The American Magazine, de John Kenneth Turner, sacudieron la conciencia de numerosos mexicanos ya que les revelaba una realidad atroz. Después de un largo viaje por la República en compañía del magonista Lázaro Gutiérrez de Lara, en que se hizo pasar por un rico capitalista, deseoso de invertir en nuestro país, describió en un libro que se volvió clásico llamado México Bárbaro, la realidad y dureza de la vida de los campesinos y peones acasillados y la existencia en México de una esclavitud descarnada y abierta.

En octubre del mismo año, Porfirio Díaz se entrevistó en la frontera con William Taft, presidente de Estados Unidos. Entre los temas que trataron estuvo el de los opositores al gobierno mexicano exilados en aquel país y el problema del contrabando. Pero lo más importante del encuentro fue que Taft sugirió que, dada la edad de Díaz y las conflictivas condiciones internas del país, era probable que los Estados Unidos se vieran pronto en la necesidad de intervenir en México para garantizar la seguridad de sus inversiones que ascendían a más de dos mil millones de dólares.

En 1910 los acontecimientos políticos se sucedieron con gran rapidez. Madero realizó una campaña electoral interrumpida en Monterrey por el gobierno. Existía la opinión general de que la victoria coronaría los esfuerzos del antirreeleccionismo, si el gobierno respetaba estrictamente las leyes, pero por el contrario si no lo hacía y efectuaba el esperado fraude electoral triunfarían Díaz y Corral.

Roque Estrada en su libro La Revolución y Francisco I Madero, señala que Madero, Emilio Vázquez y algunos otros soñaban con el triunfo en los comicios, basándose en el aplastante peso del Partido, la ancianidad, el patriotismo, la magnanimidad y el anhelo de histórica grandeza del dictador. Comenta que varias veces le expuso a Madero su opinión sobre el completo fracaso de la causa en las urnas. Consideraba que de los entusiastas partidarios, un número muy reducido se acercaría a las casillas, y ese número tendería a ser tanto más pequeño cuantos mayores fuesen los obstáculos puestos por las autoridades. Asimismo por todo el aparato burocrático puesto al servicio del fraude electoral.

En párrafos anteriores manifesté que la campaña de Madero fue interrumpida en Monterrey por el gobierno y esta acción se trató de legitimar con una arden apresurada de detención cuando ya se encontraba en el ferrocarril, en donde el señor Morelos Zaragoza, se presentó para requerirle la entrega del señor Roque Estrada, a quien se buscaba por haber atacado al gobierno con sus discursos de campaña y como no lo hiciera lo apresaron por complicidad en la fuga de su colaborador. A las once y media de la noche del 5 de junio de 1910, fue encarcelado Madero.

El 8 de junio, Madero se enteró por el juez Miguel Treviño que la supuesta protección de fuga fue el pretexto para asegurarle y que nuevos y graves delitos conformaban su proceso: Conato de rebelión y ultraje a las autoridades. Lo primero en San Luis Potosí y lo segundo en Monterrey. Madero tenía planeado huir hacia los Estados Unidos, pero el juez de distrito de San Luis Potosí, solicitó que le enviaran a los acusados con el pretexto de que el delito se cometió en primer lugar en aquel estado y el 21 de junio partieron con ese destino.

El gobierno, para asegurar el éxito de las elecciones y en previsión también de cualquier peligro serio, llevó a cabo innumerables aprehensiones en todo el territorio de la República, principalmente de los jefes o directores de grupos.

Desde la convención, primero, y desde la prisión del candidato, después, la agitación política fue ascendiendo gradualmente hasta convertirse en embrionarias rebeldías. El odio contenido por tantos años empezaba a manifestarse en todo el país.

El último domingo de junio votaron los ciudadanos, muchos ciudadanos, como jamás había sucedido, aunque no lo hicieron de una manera uniforme, fue un síntoma inequívoco del consciente despertar nacional y un augurio de victoria por el único camino expedito para derrocar despotismo y tiranías, la Revolución Social. La insurrección se imponía como una obligación de legítima defensa y como una necesidad nacional y él, el señor Madero, era el único capaz de iniciarla y encabezarla, en cumplimiento de un deber imprescindible.

El optimismo de Madero llegaba al extremo de creer que a un solo grito de rebeldía la Nación se erguiría imponente, como un solo hombre, que los ciudadanos transformarían su supuesto o real patriotismo en municiones de guerra y que al cabo de unos cuantos días la República trocada en hoguera convertiría en ceniza los últimos restos del régimen porfiriano.

Las elecciones dieron el triunfo a Díaz y a Corral, estando el único candidato de oposición, confinado en San Luis Potosí.

El resultado de los colegios electorales, según los públicos antecedentes, según la prensa y según la opinión pública también, fue la consecuencia del fraude por parte de los elementos oficiales. La declaratoria del Congreso no sería otra cosa que su confirmación.

Madero solicitó y obtuvo su libertad caucional el día 22 de julio de 1910.

Estuvo en espera de la resolución del Congreso sobre la nulidad de las elecciones solicitada por los partidos Antirreeleccionista y Nacionalista Democrático, hasta el primero de septiembre, misma que fue negada; así como que pasara la celebración del Centenario de nuestra independencia. Ya para el 16 de septiembre, el señor Madero arrojó su esperanza de que en lugar de Corral, se quedara como Vicepresidente Teodoro A. Dehesa, y esperaba el triunfo completo de la reelección. Denotaba ya una tendencia clara a la insurrección, pero antes la fuga, ya que con sus derechos limitados por la libertad bajo fianza, no podía comunicarse abiertamente con sus partidarios.

El 27 de septiembre el Congreso emite un decreto declarando legalmente electos para el sexenio del 1o. de diciembre de 1910 al 30 de noviembre de 1916, al ciudadano general de división, Porfirio Díaz como Presidente y al ciudadano Ramón Corral como Vicepresidente.

Después de esto sale huyendo de San Luis Potosí a Estados Unidos, en San Antonio Texas inauguró su estancia con un manifiesto al pueblo norteamericano en el cual expresó su resolución de preocuparse y luchar por los intereses del pueblo mexicano en contra de la porfiriana dictadura. La prensa norteamericana le dio gran difusión y el Hotel Hutchins, se vio asediado por los reporteros.

A partir de este momento debía pensarse seriamente en la insurrección y hacia ella tendieron todas las acciones de Madero. Por eso en la casa del señor Ernesto Fernández estudiaron un proyecto de Plan de acción. Por consideraciones de alta conveniencia, de dignidad y neutralidad se le puso la fecha del último día que permaneció el señor Madero en San Luis Potosí, 5 de octubre. En este documento además de acusar al Presidente y al Vicepresidente de haber burlado la voluntad popular y de desconocer la legitimidad de sus cargos, instaba a los mexicanos demócratas y amantes de la libertad a levantarse en armas el día 20 de noviembre a las seis de la tarde. También se proclamaba a Madero como Presidente provisional, reafirmaba el principio de no–reelección y el derecho al sufragio.

La conspiración maderista se vio obligada a estallar en Puebla dos días antes de lo previsto. El jefe de la policía local tuvo noticias de que en la casa de Aquiles Serdán, dirigente maderista, se escondían armas y pretendió recogerlas el 18 de noviembre. Serdán y su familia se atrincheraron en la casa y se defendieron a balazos. Todos los hombres defensores murieron en el combate contra el batallón que, luego de cuatro horas de lucha, tomó la casa y las mujeres, incluyendo a su madre, su esposa y su hermana que fueron hechas prisioneras.

Madero esperó en San Antonio, Texas, los primeros ecos de su llamado después del 20 de noviembre. Pero estos, salvo casos aislados como la derrota de Aquiles Serdán en Puebla, tardaron en llegar. Al optimismo rayando en frenesí, que se tenía en San Antonio, esperando tener tomada Ciudad Porfirio Díaz y en ella asentado su Presidencia provisional, siguió un profundo desaliento, tanto de Madero como de su familia. El pueblo mexicano y sus incontables dirigentes de prestigio local, propios de toda sociedad predominantemente campesina, pensaba otra cosa: puntualmente, a finales de noviembre empezaron los alzamientos en los lugares más distantes. Este carácter formalmente disperso de la rebelión no solo engañó a Madero, sino también a Porfirio Díaz, que inicialmente creyó fácil someterla movilizando el ejército federal.

El gobernador de Chihuahua, Abraham González, era maderista. Bajo su protección o con su estímulo se produjeron los primeros levantamientos en el norte el mismo 20 de noviembre, entre ellos los encabezados por Pascual Orozco en San Isidro y Francisco Villa en San Andrés. Paulatina, segura y luego rápidamente, las bandas armadas de la revolución fueron creciendo. Los primeros éxitos contra los destacamentos del ejército federal lentos en sus movimientos, carentes de iniciativa y de convicción para el combate trajeron más y más campesinos a sus filas. El Plan de San Luis Potosí, pese a la cuidadosa moderación de sus párrafos, contenía una mezcla explosiva que posiblemente no habían imaginado sus redactores, pero que atrajo de inmediato la imaginación campesina: la tierra y las armas. Prometía resolver el problema de las tierras y llamaba a tomar las armas.

En febrero de 1911, Francisco I. Madero entró a México desde Estados Unidos. El 6 de marzo, con lo mejor de sus fuerzas atacó Casas Grandes y fue derrotado. Sin embargo el movimiento de insurrección se generalizaba en todo el país. En Chihuahua, Durango, Hidalgo, Guerrero, Puebla, Morelos, innumerables grupos de campesinos armados fueron incorporándose al vasto movimiento revolucionario.

En mayo Madero se dispuso a atacar Ciudad Juárez con tres mil hombres, desde que esto se supo en San Antonio, casi todos opinaron que no se debía proceder al ataque por la inminencia de una intervención de Estados Unidos. Por ello dudaba y postergaba el ataque, y sus jefes militares, Francisco Villa y Pascual Orozco, no esperaron más y tomaron el 10 de mayo la plaza por propia iniciativa. La revolución maderista tenía en su poder una ciudad. Diez días después, la revolución del sur tenía también su capital, las fuerzas de Emiliano Zapata tomaron Cuautla el 20 de mayo y el 21 ocuparon Cuernavaca.

Estos acontecimientos apresuraron el acuerdo que las cumbres dirigentes buscaban, para impedir que la revolución campesina desbordara a todos. Este acuerdo se firmó en Ciudad Juárez el 21 de mayo de l911 entre Madero y los representantes del gobierno.

General José Álvarez y Álvarez de la Cadena