Justicia Social, anhelo de México (Capítulo sexto)

Réplica y Contrarréplica
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DON FRANCISCO I. MADERO, PRESIDENTE DE MÉXICO

Atravesando a pie firme ese pantano de traiciones, cloaca de hipocresías, hervidero de ambiciones personales y mentidas adhesiones, que fue el interinato fatídico, llegó al fin con vida el señor Madero hasta el momento de las elecciones presidenciales en las que triunfó abrumadoramente, tras los comicios más limpios que hasta esa fecha, México había visto efectuar.

La contienda fue terrible y más de alguna vez el candidato del pueblo estuvo a punto de ser asesinado por sus enemigos. La lucha tuvo que emprenderse con la agravante de que la bondad ingénita, la inexperiencia política, la creencia, nacida del temperamento de nuestro caudillo respecto a que todos los que con él hablaban le decían la verdad, y su deseo de poder implantar en nuestra patria un gobierno totalmente democrático, en el cual todos los grupos políticos tuvieran participación, lo orillaron al fracaso rubricado con la burla de los adoloridos por la derrota.

Los malvados y los convenencieros deseaban su muerte, no sólo su fracaso, y para lograrla no dudaron en recurrir a la más sucia de las traiciones, catorce meses después. Pero el pueblo por quien él había luchado, así como los trabajadores del campo y de las fábricas, lo querían entrañablemente, porque con su gran valor personal y dulce bondad, había conquistado el cariño general. Aplausos y aclamaciones delirantes atronaban los aires cuando el aparecía, sin etiquetas ni pretensiones, sin pistoleros ni guardaespaldas, como han caminado siempre los apóstoles, presentándose en cualquier parte confundidos con el pueblo que no tenía interés en criticar los errores políticos o militares, sino que profesaban una gratitud inmensa para el hombre que los había liberado del dictador a quien nadie, antes de Madero, se atrevió a desafiar en el terreno de la lucha armada. Pudo conocerse el resultado de los comicios, pasadas las elecciones del primero de octubre y las secundarias del quince del mismo mes. Este resultado fue revelador. Ante todo debo enfatizar que reinó tan absoluta libertad de sufragio, que ni sus más encarnizados detractores han podido negar. Esta libertad llegó al grado de no restringir el voto ni a los neoporfirianos más connotados, a quienes se reconoció el derecho para aceptar los cargos de elección popular.

Para la Presidencia de la república aparecieron votos, lo mismo en pro de León De La Barra, el fatídico sembrador de cizaña, que de los hermanos Emilio y Francisco Vázquez Gómez revolucionarios maderistas que más tarde lo desconocieron; para el ingeniero Alberto García Granados, aquel que luego lanzara su cruel denuesto de que: la bala que mate a Madero salvará al país; los hubo favorables al licenciado Andrés Molina Enríquez, que en su Plan de Texcoco había anunciado que al triunfo, cosa poco probable, asumiría en su persona los tres poderes federales; los hubo para el liberal clásico don Fernando Iglesias Calderón, quien oportunamente había renunciado a su candidatura, y por fin no faltaron también como de costumbre, los de quienes todo lo toman a broma y votaron por don Nicolás Zúñiga y Miranda, candidato de la gente feliz que acostumbraba divertirse con esta candidatura desde muchos años atrás.

Como muestra de la gran popularidad del candidato revolucionario, diré que al hacer una encuesta provisional en aquellos días, se encontraron ochocientos un electores para el señor Madero, contra sólo siete de su más cercano competidor el clerical León De la Barra.

El licenciado José María Pino Suárez, tuvo mayoría para vicepresidente de la República, en una reñida elección, pues varias agrupaciones maderistas, entre otras la nuestra de Zamora, Michoacán continuaron sosteniendo la candidatura del doctor Francisco Vázquez Gómez para tal puesto. El Partido Católico Nacional, que con descarada propaganda religiosa sostenía para ese puesto a De la Barra, fue completamente derrotado.

El día seis de noviembre de 1911, después de rendir la protesta de ley, llegaba a ocupar la silla presidencial el caudillo de la Revolución de 1910, y designaba el gabinete de sus colaboradores con el siguiente personal: Manuel Calero en la secretaría de Relaciones; don Abraham González en la de Gobernación; don Ernesto Madero como secretario de Hacienda; el general José González Salas en Guerra y Marina; Miguel Díaz Lombardo como secretario de Instrucción Pública; el licenciado Rafael Hernández en Agricultura y Fomento; el ingeniero Manuel Bonilla en Comunicaciones y el licenciado Manuel Vázquez Tagle en la secretaria de Justicia. Designó a su amigo y compañero Juan Sánchez Azcona como secretario particular, y quedó así formado aquel equipo de trabajo.

Nunca faltan los inconformes y decepcionados al conocerse un gabinete presidencial, pero esta vez, quizá con razón los nombres de Ernesto Madero, de Manuel Calero y de Rafael Hernández, dada su filiación política, inspiraban serias preocupaciones.

Por lo que hace al poder legislativo, la libertad de votar aun por los más connotados enemigos de la Revolución, se conservó absoluta, y el resultado no debía hacerse esperar. Es verdad que el grupo maderista tuvo mayoría relativa y de entre sus componentes destacaron, Jesús Urueta, Luis Manuel Rojas, José Ortiz Rodríguez, Feliz F. Palavicini, Alfonso Cravioto, Luis Cabrera y otros más; pero el grupo de la traición tuvo igualmente elementos destacados, que en la hora trágica habrían de ser funestos para la Revolución y para su caudillo; debo mencionar entre ellos a Querido Moheno, a José María Lozano, a Nemesio García Naranjo y a Francisco M. De Olaguibel. El grupo de los clericales, dedicado a obstruccionar también la labor revolucionaria, tuvo elementos prominentes como Francisco Elguero, desgraciadamente michoacano y furioso reaccionario a quien acompañaban en su labor Eduardo Tamariz, Juan Galindo Pimentel y Eduardo J. Correa.

A todo esto los planes del porfiriato seguían adelante sin descanso. Tenían la firme resolución de que uno de los suyos, de preferencia algún general renombrado, llegara a la presidencia de la República, sin importarles lo que fuera preciso hacer para lograrlo. Por esto no desistieron de su intento ante el resultado del triunfo obtenido por el señor Madero en las elecciones.

Sabían muy bien, veían claro que esa aclamación nacional que llevó a nuestro caudillo a la presidencia, tuvo como causa el mérito indiscutible de haber logrado a su conjuro, que el pueblo mexicano despertara y no únicamente se diera cuenta de la triste situación de esclavo a la cual el dictador lo había sometido, sino algo más importante, que recobrara su valentía legendaria sin conformarse sólo con programas políticos por implementar y con la esperanza de que alguien, algún día, llegara a enfrentarse a la resolución de los problemas nacionales; sino que de una vez por todas, y sin medir las consecuencias, se lanzara a una pelea desigual pero indispensable para remover al primero y más fuerte de los obstáculos que se presentaban: el derrocamiento del dictador.

Por eso lo siguió el pueblo. Porque Madero, dejando a un lado literaturas demagógicas y promesas para el futuro, gastó toda su gran fortuna personal, lograda a costa de trabajo y constancia, no en escribir bonitos artículos periodísticos de ataque al régimen imperante, sino en adquirir armas, municiones, carros de transporte, caballos y acémilas, con todos los implementos necesarios para emprender desde luego la sublevación armada contra Porfirio Díaz, el aparentemente inamovible.

Cuando el pueblo de nuestra patria vio claramente esta actitud, la exclamación nacional que pude yo escuchar entre los míos, en mi Zamora clerical y semidormida, fue esta: ¡Ah caray...! ¡Ahora sí es de veras...!

Si Madero hubiera principiado por medir obstáculos y pesar dificultades, el porfiriato hubiera durado quien sabe cuántos años más.

Esa precipitación, quizá un tanto aventurada que lo empujó a lanzar el reto de San Luis Potosí; a cruzar la frontera con unos cuantos orozquistas y su loca aventura de atacar Casas Grandes, sin haber tenido al menos la precaución de mandar cortar los hilos telegráficos y telefónicos que daban a la guarnición federal la posibilidad de llamar en su auxilio a la fuerte columna que esperaba ese llamado, y en cuya acción estuvo a punto de perder la vida. Ese valor personal a toda prueba, aún cuando inconveniente militarmente hablando, logró remover el gran obstáculo, cuando el Ipiranga se llevaba sobre las olas del Atlántico, una montaña de granito que la Revolución Mexicana había derribado con unas cuantas balas.

Creo muy conveniente examinar, aún cuando en forma somera, algunas de las actividades desarrolladas por el señor Madero durante el corto tiempo que la traición del ejército federal le permitió ejercer como Presidente Constitucional de los Estados Unidos Mexicanos... ¡apenas catorce meses...!

Ello nos ayudará a aquilatar el esfuerzo enorme que ha sido necesario efectuar para que México dé algunos pasos en la consecución de su anhelo de llegar un día al establecimiento de un régimen de plena justicia social. No puedo menos que volver a recordar, cómo ha sido preciso que en esta etapa de la vida nacional que nos tocó afrontar, millones de mexicanos, desde la guerra por nuestra Independencia Política, en la Reforma y en la Revolución, regaran con su sangre el suelo de la patria y después de medio siglo de luchas sin descanso, empezamos a palpar apenas los primeros frutos de tanto sacrificio.

Da principio el gobierno del señor Madero con la circunstancia de que, como se ha dicho: "...llevaba en las venas el morbo inyectado por el interinato clerical, hipócrita y malvado del porfiriato ensoberbecido por el triunfo que le dieron los arreglos de Ciudad Juárez."

Pero además de lo que el interinato le dejó como herencia, llevaba el señor Madero en sí mismo, un grave factor de fracaso por sus ideas políticas, impropias en mi concepto para un México salido inesperadamente de la más rigurosa dominación a la que el porfiriato lo tuvo sometido durante largos años.

Examinemos serenamente esta situación creada por la filosofía política del caudillo revolucionario. Las opiniones de destacados escritores me ayudarán en este empeño. Así por ejemplo, Diego Arenas Guzmán dice:

...El descontento creció en intensidad al comprobar que el gobierno constitucional, jefaturado por el señor Madero, compartía las funciones públicas con elementos genuinamente representativos del grupo científico... Tales motivos que hubiera para el divorcio entre muchos revolucionarios de buena fe, y el gobierno maderista, desde los primeros meses de actuación de éste y tal a juicio mío la causa decisiva de la revolución acaudillada por Zapata. Pero la justicia histórica hallará siempre una disculpa para la actitud de Madero, ante el conflicto del pasado que pugnaba por conservarse como fuerza actora, y el porvenir que se agitaba en violentas convulsiones por romper su capullo de crisálida. Madero soñó hacer un gobierno nacional que viniese a finiquitar nuestra huraña tradición de gobiernos de caudillaje de secta, de camarilla, hermética y exclusiva; un gobierno en que estuvieran representados no sólo diversos sectores de opinión y de intereses colectivos, sino hasta los matices y las diferencias de criterio, al detalle. Madero se equivocó en el tiempo y en el medio, pero su error fue de generosidad y de idealismo, que dan a su figura los relieves apostólicos que ya se le reconocen y que hacen de su doctrina una aspiración suprema, una meta por alcanzar para que la revolución se justifique y cumpla sus altos destinos en la vida nacional...

Yo comparto la opinión de este escritor revolucionario, en cuanto a los motivos que según el pensamiento político del caudillo, explican, más no justifican la admisión dentro de la plana mayor de su gobierno de elementos completamente contrarios en su criterio, respecto al logro de los propósitos fundamentales del movimiento social de 1910.

Me adhiero con toda sinceridad a los conceptos expresados por el licenciado Guillermo Ibarra en su vibrante y hermoso discurso pronunciado el 18 de julio de 1965, en ocasión del aniversario del fallecimiento de nuestro ilustre patricio don Benito Juárez, diciendo:

...En el escenario histórico de México se ha perfilado siempre la lucha tradicional, la honda pugna entre dos fundamentales consignas ideológicas: dos concepciones antagónicas que van adquiriendo el adecuado matiz de cada época, sin perder su esencial contenido... Llegan hasta nuestros días con distintas cataduras, con diversas denominaciones, pero con una misma consigna de realización.

Yo estimo esta cuestión como de positiva gran importancia. Es indispensable darnos cuenta clara de que la pugna entre esas dos consignas ideológicas no han dejado de existir desde los días de la Independencia política, para llegar a los nuestros, con esa misma consigna de realización. Debemos fijarnos bien en que se trata de una lucha encarnizada, entre dos procedimientos para lograr un mismo fin. Tendencias antagónicas equivale a decir irreconciliables, naciendo de ello la imposibilidad de que los individuos pertenecientes a los dos grupos, puedan lógicamente cooperar, formando parte de un mismo personal de gobierno, al logro de una misma consigna de realización.

Con el noble propósito de conseguir una unión nacional, algunos mandatarios y dirigentes políticos nuestros, con el mismo romanticismo ingenuo del apóstol Madero, han pretendido dar nacimiento a un régimen de gobierno que no sólo pretenda gobernar para todos, lo cual es laudable, sino que sueñan poder gobernar con todos, lo cual es absurdo y tiene que dar necesariamente como resultado, el fracaso seguro de quién lo pretenda. (A esta situación ahora la bautizamos como cogobierno).

Con respecto a la deseada unión nacional, el licenciado Guillermo Ibarra, en el discurso que antes he mencionado, definió con claridad precisa lo que en mi concepto debemos entender los revolucionarios mexicanos por la unión, diciendo: "...Unidad nacional, sí unidad con todos los que quieran que México marche hacia adelante ...pero no hay unidad posible, no puede haber un denominador común entre aquellos que marchan y quieren seguir caminando hacia adelante y aquellos otros que pretenden que el país sufra retroceso o estancamiento..."

Claro que para que tal unión se realice no es necesario que se establezca un régimen de camarilla o de facción que actúe sólo en provecho de sus afiliados.

Gobernar para todos, con beneficios de justicia social para todos, eso sí. Pero tratar de mezclar entre los dirigentes de un gobierno revolucionario elementos clericales y reaccionarios latifundistas, que obedecen a un propósito totalmente contrario, eso no puede dar otro resultado que el más completo fracaso. El señor Madero, ilusionado con el deseo de que México tuviera un gobierno con una democracia perfecta, sólo consiguió fabricar una olla de grillos, dentro de la cual todo era posible, menos gobernar.

Para oír la voz de una oposición sensata, que haciendo crítica constructiva indique al gobierno lo que ella juzga errores de actuación, no es necesario incrustar dentro del equipo de colaboradores, elementos de ideologías antagónicas, que dificulten y aun obstruyan sus realizaciones. El camino indicado es la tribuna parlamentaria en la cual, si como actualmente sucede, la oposición reaccionaria debido a su programa impopular, no logra obtener diputados por elección se le abre el camino de los diputados de obsequio, que graciosamente se titulan de partido. (1965)

Uno de los resultados de la amalgama revolucionario –científica, fue el abuso de la absoluta libertad de prensa, convertida en descarado libertinaje, de la cual dijo el señor Madero a los diputados el 20 de noviembre de 1912: "...en ningún país del mundo, por más libertad que disfrute hay una libertad para la prensa tan desmedida, como la que tiene México. ...Todas las instituciones son injuriadas..."

Ni Gómez Farías ni Juárez, fueron injuriados como lo fue Madero... En realidad los periodistas enemigos hacían gala de su odiosidad para la Revolución, insultando de manera soez al caudillo y a todos sus colaboradores. Se destacaron entre ellos, José Juan Tablada, con su majadera Tragedia Zoológico Política, denominada Madero Chantecler; el agente del episcopado Nemesio García Naranjo, en su periódico Tribuna, y Trinidad Sánchez director del diario católico El País, y con ellos el gachupín Mario Victoria y otro más, que parecían empeñados en ensuciar la libertad de prensa, la que no pudieron usar en tiempos de su amo Porfirio Díaz.

Los científicos seguían entre tanto su programa de acción criminal tratando de volver al poder. Fue primero el general Bernardo Reyes quién voluntariamente expatriado, rumiaba su rencor en el país vecino, lamentando el ridículo que hizo al lanzar su candidatura presidencial enfrentándola a la del señor Madero. El día 6 de diciembre de 1911, acompañado por unos cuantos hombres, se internó en territorio nacional creyendo que bandas milenarias lo esperarían para unírsele con entusiasmo; pero sólo dos viejos generales del ejército federal lo siguieron: el anciano inofensivo Higinio Aguilar y el de igual categoría Melitón Hurtado.

Ni Victoriano Huerta quiso secundarlo, pues esperaba agazapado que llegara su turno ante el fracaso de todas las anteriores tentativas, para tomar él el poder, aun cuando tuviera que enlodarse con la traición al señor Madero y con su subordinación a las órdenes del embajador americano Lane Wilson que dirigía ostensiblemente el cuartelazo.

El general Bernardo Reyes, convencido de su ridículo fracaso, prefirió, sin respeto a su categoría, ir a entregarse ante un presidente municipal del estado de Nuevo León del que había sido gobernador porfirista.

La sublevación del general Félix Días apenas merece ser mencionada. Creyó obtener buen éxito en su intento engañando a los jefes de las corporaciones que guarecían al puerto de Veracruz, asegurándoles que todo el ejército federal se encontraba comprometido en un movimiento de rebelión contra el gobierno maderista; que el triunfo sería inmediato y que los amigos de su tío Porfirio volverían desde luego al poder, con los naturales beneficios para quienes secundaran el cuartelazo.

Este engaño quedó destruido en pocas horas. Las fuerzas leales al mando del general Joaquín Beltrán sólo necesitaron algunos disparos de la artillería para hacer comprender el error a los jefes sublevados. Todo quedó reducido a un sainete ridículo de sublevación, como consecuencia del cual Félix Díaz fue aprehendido y conducido a la capital de la República, alojándolo, en la penitenciaria, por estar fuera del servicio militar.

Las encopetadas damas de la aristocracia destronada creyendo que el señor Madero seguiría los mismo porfirianos procedimientos de mátalos en caliente, se apresuraron a solicitar audiencia del señor Presidente para rogarle que impidiera que Félix fuera ejecutado.

Respondió el señor Madero con gran nobleza de sentimientos, que el rebelde tendría toda clase de garantías, que había sido consignado a una autoridad civil y que disfrutaría además de las consideraciones propias de la categoría que había tenido en el ejército del cual se encontraba separado con licencia absoluta. Respuesta llena además, del espíritu estrictamente legalista que nuestro Presidente se había propuesto seguir, pero que no sería estimada por los derrotados sino como un síntoma de debilidad del gobierno.

El fracasado rebelde de unas horas, siguió desde su prisión en contacto con Reyes, esperando el momento del golpe final para unirse a Huerta y a los demás traidores y firmar el pacto de la Embajada Americana, que a su ingratitud para quien le había perdonado la vida, vendría a añadir el baldón de confabularse con el representante de un gobierno extranjero.

Otro movimiento de rebelión, organizado por los grandes latifundistas de Chihuahua, fue encabezado por la familia Terrazas. Conocedores de la ambición personal y poco espíritu militar de que había dado pruebas el general revolucionario Pascual Orozco al insubordinarse, en unión de Francisco Villa en Ciudad Juárez, tratando de derrocar como jefe de la Revolución al señor Madero, se dedicaron empeñosamente a hacer creer a Orozco, que era él y no Madero quién debía estar en palacio nacional, como Presidente de la República. Orozco cayó en la tentación y con pretexto de que no se cumplían las promesas hechas a los revolucionarios en el Plan de San Luis; apenas unos días después de la toma de posesión de Madero; solicitó su baja del ejército, el 26 de diciembre de 1911, y con las fuerzas que se habían puesto bajo su mando, se declaró más tarde en abierta rebeldía contra un gobierno que él mismo había ayudado a establecer.

Este movimiento encabezado por Orozco sí tuvo importancia, al ocasionar la pérdida de muchas vidas de nuestros compatriotas. Fue aprovechado por Victoriano Huerta, como lo he comentado antes, para hacer gestiones con objeto de lograr la jefatura de las fuerzas que lo combatieran, dar la impresión de lealtad al señor Madero y tener además oportunidad de destruir a quienes, ahora sublevados, habían sido antes enemigos de los federales.

Al conocerse la rebelión de Orozco, varios gobernadores de estados adictos sinceros al señor Madero, entre ellos el de Coahuila, don Venustiano Carranza y el de Sonora José María Maytorena, organizaron fuerzas locales que en sus respectivos territorios combatieran el movimiento de rebeldía que se iniciaba.

El gobernador de Sonora preguntó a los presidentes municipales que cantidad de hombres podrían reclutar en su demarcación, con objeto de formar una columna sonorense que marcharía a Chihuahua para combatir al orozquismo.

El presidente municipal de Huatabampo, su tierra natal, el entonces modesto granjero Álvaro Obregón, quien nos da a conocer su iniciación en la política en el libro Ocho Mil Kilómetros en Campaña. Simpatizador romántico del señor Madero, perteneció, como yo mismo, al grupo de quienes por falta de oportunidad o por miedo, nos limitamos a actuar en esos meses únicamente en el campo político; fundamos clubes y escribimos periódicos; y a tal grupo, con su sinceridad característica, se refiere el general en los siguientes términos: "...Hombres atentos al mandato del miedo, que no encontraban armas, que tenían hijos, los cuales quedarían en la orfandad si ellos perecían en la lucha; y con mil ligas más que el deber no pudo suprimir, como sucede cuando el espectro del miedo se apodera de los hombres..."

Tuve el honor de ser jefe de Estado Mayor de unas de las divisiones que formaron el Cuerpo del Ejército del Noroeste, cuando ya organizado el actual, fue el señor general Obregón, comandante de aquella gran unidad de nuestro Instituto armado. He podido darme cuenta de que la pasión política, siempre mala consejera, atribuye a quien fue sin duda uno de los más capacitados y honorables jefes, mil falsedades y calumnias. Era su preocupación constante, darnos ejemplo de lealtad y subordinación para con el señor Carranza y hablaba con modestia y con dignidad de las acciones de armas en las que condujo a sus soldados siempre a la victoria.

Le rindo un tributo de admiración y de cariño, que creo de estricta justicia, y sin referirme a sus errores políticos, hago este relato de su iniciación militar que principió en el año de 1912.

Cuando el general Obregón recibió la nota del gobernador, preguntándole cuantos hombres podría reclutar, manifestó al señor Eugenio Gayou, jefe de la sección de guerra del gobierno de Sonora, que no sólo deseaba reclutar hombres para esa columna, sino que se ofrecía él mismo para llevarla a la lucha. Su proposición fue aceptada y el día 14 de abril de 1912, al frente de trescientos hombres, inició la que había de ser su carrera militar. El 16 del mismo mes salían los nuevos soldados maderistas, en carros agregados al tren ordinario de pasajeros, de Navojoa a Hermosillo.

Álvaro Obregón llevaba únicamente dos armas de su propiedad, las que unidas a seis que le proporcionó el señor Ramón Gómez, presidente municipal de Navojoa, formaban todo el armamento de los entusiastas defensores sonorenses del maderismo hecho gobierno. En Hermosillo se les proporcionaron armas y equipo completo; el grupo se acuarteló en la Villa de Seris, a las afueras de la capital, hasta el 19 de aquel mismo mes. Obregón organizó a sus soldados, dando al conjunto el nombre de Cuarto Batallón Irregular de Sonora, que dependería directamente del gobernador a quien debería rendir parte de sus actuaciones. Se designó a Obregón jefe nato del batallón y se le otorgó el grado de teniente coronel.

Entre los elementos reclutados por Obregón, figuraba un sargento del ejército federal, ya retirado, que se llamaba Eugenio Martínez, a quien le dio el grado de capitán primero, comisionándolo para dar a sus soldados instrucción militar rudimentaria. ¡Cosas de la Vida! dieciséis años más tarde, el sargento por méritos en campaña había llegado a ser general de división, comandante de la primera zona militar, con cuartel general, en la capital de la República, en unión de su jefe de estado mayor, planeaban el derrocamiento del gobierno presidido por el general Plutarco Elías Calles y el asesinato del general Obregón candidato presidencial. Tal conjura protegía las pretensiones presidenciales de los generales Arnulfo R. Gómez y Francisco R. Serrano.

Los planes de los organizadores de la sublevación, que en un principio consistían en, lanzarse a un movimiento de lucha abierta contra las fuerzas leales, cambiaron, al darse cuenta de los escasos elementos del ejército que los seguirían; optando por un asesinato colectivo, que se proyectaba llevar a efecto en el campo militar de Balbuena, con pretexto de unas maniobras arregladas por ellos, a las que, como invitados de honor, deberían asistir, el señor Presidente Calles, el general Obregón, candidato a la Presidencia, el general Joaquín Amaro, secretario de la defensa nacional, así como sus respectivos jefes de Estado Mayor y ayudantes. Se preparó para esa concurrencia de invitados, una tribuna especial, colocada de tal manera que recibirían sus ocupantes la luz cegadora de veinte reflectores colocados en el piso. A corta distancia de esos aparatos estaría una escolta destinada a hacer fuego sobre los ocupantes de la tribuna en el momento oportuno.

Tales maniobras habían sido planeadas para verificarse de noche y el gobierno por diversos conductos, tenía plena información de todos los propósitos de sus organizadores a quienes hacían creer que los ignoraban y que todo se desarrollaría como ellos lo esperaban.

Parte de los complotistas, con el general Francisco R. Serrano a la cabeza, salieron rumbo a Cuernavaca para esperar el resultado de los acontecimientos que suponían satisfactorios, y otro grupo con el general Arnulfo R. Gómez, marchó al estado de Veracruz con igual propósito.

A las pretendidas maniobras, asistió el general Héctor Ignacio Almada jefe del Estado Mayor de la Zona, organizador principal de esta sublevación, quien al darse cuenta de que llegada la hora no concurrían los invitados y presuntos asesinados, resolvió salir en actitud rebelde rumbo al estado de Puebla, para continuar después a unirse con el grupo del general Gómez.

Por los motivos expuestos aquella rebelión fracasó. Los detalles penosos de tal resultado, no tienen importancia para el objeto de este libro. (Ver Espionaje y contraespionaje en México, ed. buap, 2008)

Hecha esta digresión que he juzgado interesante, vuelvo a la relación de las actividades del grupo armado sonorense que marchó a batir al orozquismo, recordando que entre los compañeros de Obregón en el histórico cuarto batallón irregular de Sonora, además de don Eugenio Martínez, figuraron hombres que llegaron a ser figuras prominentes en nuestro ejército; Antonio A. Guerrero, entonces capitán primero; Francisco Borquez, Pablo Macías Valenzuela y otros más que alcanzaron el grado de divisionarios muy merecidamente.

Aquel batallón se componía de doscientos cincuenta infantes y cincuenta dragones, que llegaron a Agua Prieta el 6 de junio de 1912, casi un año antes de que la traición de Victoriano Huerta diera origen al Plan de Guadalupe. Al amanecer del día 20 de ese mes, la columna se puso en marcha rumbo a Colina Morelos a donde arribó el día 23, en espera del general Sanginés, designado como jefe de todo el contingente que aportaba el estado de Sonora.

Sanginés llegó a Colina Morelos hasta el día 2 de julio. Pasó revista desde luego a las fuerzas al mando de Obregón, quedando muy bien impresionado de la organización de ellas, al darse cuenta del talento y de la actividad desplegadas por aquel jefe a quien, en tal vista, designó comandante de todas las caballerías dejando como accidental del batallón al capitán primero Eugenio Martínez.

Esas caballerías se componían de los siguientes grupos: Infantería Montada del Cuarto Irregular de Sonora; Voluntarios de Chihuahua y cuatro escuadrones del grupo llamado Voluntarios del Norte.

El gobierno del señor Madero había destacado una poderosa columna al mando de Victoriano Huerta, para batir el núcleo principal del orozquismo en Chihuahua. Cuando los sublevados sintieron tan fuerte presión, principiaron a replegarse, con intención de invadir el estado de Sonora.

Conocedor del terreno en que se debería operar, Obregón sugirió la conveniencia de apresurarse a tomar las alturas de la Sierra Madre que divide a Chihuahua de Sonora; sugestión que fue aceptada durante la junta de jefes de corporaciones convocada por Sanginés y de acuerdo con ella, el 18 de julio de 1912, la columna llegaba a la parte más elevada de aquella Sierra, acampando en el rancho de Las Varas, ya dentro del estado de Chihuahua.

Ordenó el general en jefe que las caballerías sonorenses, unidas con los elementos que después se les añadieron, quedaran dependiendo del general José de la Luz Blanco y que se adelantaran para acampar en el rancho de Ojitos, a donde llegó el grueso de la columna el día 26 de julio.

Habiéndose recibido noticias de que los orozquistas se estaban concentrando en Casas Grandes para marchar contra la columna sonorense, el comandante convocó nuevamente a junta de jefes, con objeto de oír opiniones y combinar las operaciones que deberían desarrollarse. El teniente coronel Obregón propuso que se cavaran fosos en el frente y flancos de aquel rancho y estacionar en cada uno de ellos un soldado para esperar el ataque de los orozquistas, que venían todos montados y hacer fuego en el momento de tenerlos más cerca. Aceptada esta proposición fue puesta en práctica y aquellos fosos fueron más tarde las famosas loberas, frecuentemente utilizadas por Obregón en combate contra los villistas y que tantos estragos causaron a las caballerías atacantes.

El resultado del combate en el rancho de Ojitos, en cuyos detalles no deseo adentrarme, fue la destrucción completa de la columna orozquista. En esa acción de armas, Obregón con un grupo de dragones, cargó personalmente contra los atacantes, logrando quitarles parte de la artillería; se distinguió por su pericia y valor, conquistando el aprecio y las atenciones especiales que desde entonces le dispensó el general Sánchez.

No es mi objeto continuar el relato de las diversas acciones de guerra que durante esta campaña desarrolló la columna sonorense, sólo he querido dejar aclarado que cuando en 1913, llamado nuevamente por el gobernador de Sonora, volvió Obregón al campo de lucha contra los federales huertistas, había adquirido ya buena preparación y dado a conocer talento militar y pericia para conducir a sus soldados siempre a la victoria.

No se unió al carrancismo sin preparación militar, como lo dicen algunos pretendidos historiadores; lo hizo, no sólo después de su campaña contra los orozquistas, sino también tras haber derrotado varias veces a los federales en Sonora durante los meses de febrero y marzo de 1913.

Sirvan estas líneas para que las juventudes mexicanas vayan conociendo bien a los prohombres de nuestro movimiento armado.

La rebelión de Pascual Orozco no sorprendió en realidad a quienes conocían sus antecedentes. Recordando la altanería demostrada por él al negarse a formar con sus contingentes la columna que debería acompañar al señor Madero para penetrar en territorio nacional, se comprendía muy bien que sólo abrigaba la pretensión de abrogarse el lugar de jefe de la Revolución, financiada y sostenida por Madero, cuyo nombre era la contraseña de unión entre los sublevados contra el general Díaz.

Su actitud de desafío al caudillo revolucionario cuando en unión de Francisco Villa ultrajó cobardemente al señor Madero, pretendiendo obligarlo a que ordenara el fusilamiento del general Navarro, jefe de las fuerzas federales derrotadas en Ciudad Juárez, lo mostró con toda la vulgaridad de instrumento del grupo de científicos que quisieron aprovecharlo en sus maniobras.

Por ello, cuando Orozco se levantó en armas en Chihuahua, en 1912, pretendiendo ser el jefe de una nueva revolución, ya ni Francisco Villa, el antiguo cómplice lo quiso secundar. Entre federales, mandados por Victoriano Huerta y maderistas sinceros como los de Álvaro Obregón en Sonora y de don Venustiano Carranza en Coahuila, terminaron con aquella insurrección, que causó muchas bajas, tanto de federales como de revolucionarios, sin tener otro objeto que la satisfacción de las ambiciones políticas de un hombre que se convertía en instrumento del neoporfiriato.

El movimiento de rebelión de los agraristas morelenses en cambio, si tuvo en mi concepto gran interés para quienes veíamos en el maderismo la esperanza de lograr un régimen de justicia social, que pretendiera solucionar el grave problema de la tierra. Por ello es indispensable analizarlo con atención, para descubrir los factores que determinaron el distanciamiento entre zapatistas y maderistas.

Sabido es que el Plan de Ayala, pugnaba por la solución integral del problema agrario, no únicamente en el estado de Morelos, sino en todo el país. Tal cosa habían planteado desde 1901 los integrantes del Partido Liberal Mexicano, del cual salieron los ideólogos del zapatismo y como lo esperaban todos los campesinos que dejaron hogares y familias para ir a exponer la vida en los campos de la lucha armada.

Quiero repetir lo que antes he dicho en relación a este problema: Los consejeros de Zapata, fueron conocedores de tan ingente necesidad nacional, y los elementos armados morelenses irreductibles sostenedores del ideal, sin aceptar ofertas de beneficios personales, ni amedrentarse por las crueles campañas de exterminio que los atormentaron a través de cuatro gobiernos.

Al fin fracasado por la sucia combinación del funesto interinato de León De la Barra, el intento de un arreglo pacífico con el zapatismo mediante la intervención del señor Madero, todos esperábamos que al llegar nuestro caudillo a la presidencia, se abocara a la resolución del problema agrarista, sin precipitación pero sin miedo, y en los términos en que él mismo lo había planteado durante su propaganda. Desgraciadamente no fue así.

La prensa metropolitana nos hacía saber a los maderistas provincianos, los siguientes acontecimientos: 3 de abril de 1912, el Partido Liberal, grupo político que desde los primeros años de este siglo había dado a conocer en su manifiesto a la nación, un programa claro y con ideas concretas para solucionar, o para aliviar al menos el problema de la tenencia de la tierra, se reunía en la capital de la República bajo la presidencia de don Fernando Iglesias Calderón y con la presencia de hombres capacitados por sus ideas bien definidas con objeto de dar a conocer los postulados agraristas del Partido. Concurrían entre otros, Antonio Díaz Soto y Gama, Juan Sarabia y Carlos Trejo, bien conocidos por su competencia sobre el particular.

En aquella asamblea, David Fuentes pronunció un valiente discurso del cual reproduzco los siguientes conceptos:

...Los pueblos que no tienen tierras en donde efectuar sus siembras, deben tenerlas, y para esto es necesario que logremos que se expida una ley facultando al ejecutivo para expropiar, por causa urgente de utilidad pública todas las tierras que sean indispensables para este objeto...

El gobierno debe obligar por medio de la fuerza a los grandes agiotistas terratenientes, a vender a muy bajo precio sus tierras a los pobres; único motivo por el que lucharon en la pasada revolución maderista... ...es necesario que, lo que contra toda justicia se arrebató por la fuerza, sea también recobrado por la fuerza...

Otro de los liberales agraristas, Rodríguez Palafox, declaraba en la tribuna de aquella histórica convención, en forma rotunda, lo siguiente: "... No habrá paz en el territorio nacional, mientras una sola pulgada de él, se encuentre en las manchadas manos de los científicos y de los amigos y servidores de Porfirio Díaz..."

He dicho ya que el grupo maderista zamorano en él que figurábamos, Francisco J. Múgica, Gildardo y Octavio Magaña, Luis Méndez, Isaac Arriaga, el que esto escribe y otros más, principiamos muestra vida política, dentro del Partido Liberal Mexicano, en un club filial que actuó bajo la dirección de don Conrado Magaña, padre de Gildardo y sus hermanos. Recibimos por ello, con mucho agrado, las informaciones de la convención de nuestro partido y esperábamos ansiosamente saber cuál sería la reacción de Madero ante estas declaraciones.

Sabíamos que había sido secundado por miles de campesinos; recordábamos su carta a Ricardo Flores Magón enviándole fondos y declarándose en completo acuerdo con sus ideas, por lo cual nuestro desconsuelo y nuestra desorientación fueron grandes, cuando en la misma prensa leíamos una carta suya, dirigida a El Imparcial, en la que, entre otras cosas dijo:

 

...la única promesa que hasta ahora no se ha cumplido, en toda su amplitud, es la relativa a la restitución de sus terrenos a los que habían sido despojados de ellos de un modo arbitrario, y al proceso de todos los funcionarios que durante la administración pasada manejaron fraudulentamente fondos públicos... pues desde el momento en que al modificarse el Plan de San Luis en virtud de los Tratados de Ciudad Juárez, tan ventajosos para la Nación, debía el nuevo gobierno ajustar todo sus actos a la ley y reconocer como válidos los fallos de los tribunales anteriores, y la legitimidad de todos los actos de la administración pasada (!)... Por este motivo es difícil restituir sus terrenos a los que han sido despojados de ellos injustamente, declarando sujetos de revisión los fallas respectivas en los despojos han sido sancionados por todas las prescripciones legales. Al calce del presente me permito transcribir a ustedes el artículo tercero del Plan de San Luis, y que es el único que probablemente han algunos mal interpretado, y ustedes mismos podrán después de leerlo, ver que no hay tales promesas de reparto de tierras.

Estas declaraciones aparecieron publicadas en El Imparcial, el 28 de junio de 1912, con el siguiente comentario:"... manifestamos con entera franqueza, que nosotros y con nosotros infinidad de ciudadanos, oímos y entendimos mal los conceptos que contenían hace algún tiempo las prédicas revolucionarias..."

Y nosotros sinceros revolucionarios de provincia, que con toda claridad, no sólo oímos sino que difundimos las prédicas maderistas sobre la imperiosa necesidad de resolver, con restitución de lo robado a los campesinos, el problema agrario de México, recurriendo a la expropiación de cuantos terrenos fuera preciso, para que la tierra llegara a ser de quien la trabajara, no pudimos menos que quedarnos tristes y decepcionados al conocer las declaraciones del señor Madero. Lo dicho por él en esta carta dirigida a El Imparcial con fecha 28 de junio de 1912, sólo fue una confirmación de lo que, el primero de abril de aquel mismo año, había dicho en su informe al Congreso de la Unión, con las siguientes frases:

...la cuestión de Morelos, que está casi solucionada, desde el punto de vista militar, entraña un problema de carácter social, que la incomprensión de algunos de los habitantes de ese estado han querido que se resuelva sin estudio y sin justificación. El habitante de los campos y de las poblaciones rurales en Morelos, se cree víctima del capitalismo agrario y ha buscado la satisfacción de reivindicaciones, que quizá en parte sean legítimas, aunque en muchos casos seguramente no lo son, acudiendo a procedimientos detractores, que ha sido necesario combatir por la fuerza de las armas. Es inconcluso que las promesas del Plan de San Luis y del mensaje presidencial del primero de abril de 1911, exageradas como armas políticas por explotadores sin conciencia, han contribuido a revivir nuestra añeja cuestión agraria; pero esas promesas, cuya intención es perfectamente justificable, sólo pueden cumplirse después de una serie de estudios y de operaciones que el gobierno que presido no ha podido consumar, precisamente porque los impacientes y los que aspiran a acogerse a esas promesas, impiden con actos violentos su realización.. Por fortuna, este amorfo socialismo agrario, que para las rudas inteligencias de los campesinos de Morelos sólo puede tener forma de vandalismo siniestro, no ha encontrado eco en las demás regiones del país.

La opinión de Juan Sánchez Azcona, íntimo amigo y secretario particular del señor Madero, con respecto al movimiento agrarista morelense, y a la actitud de Emiliano Zapata, se encuentra expresada en su libro ya citado, diciendo :"...No puedo menos que hacer constar que Emiliano Zapata fue primitivamente maderista y de los más sinceros... Surgió el distanciamiento por virtud del empeño del interinato de licenciar las fuerzas del ejército Liberador y enviar tropas a batirlos, a instancias del despechado ejército federal.

El interinato con más o menos conciencia de su actitud, sembró de escollos la ruta del futuro gobierno revolucionario de la República y dejó en los surcos de la política nacional la emponzoñada semilla de los sucesos que sobrevinieron. El zapatismo en rebeldía y el neoreyismo en vano intento de resurrección, fueron por lo pronto hijos legítimos de la blancura presidencial de Francisco León De la Barra"

Medio siglo ha pasado (1965) desde aquellos acontecimientos y podemos ya estudiarlos con calma, dando mi opinión sincera respecto a la actitud del caudillo revolucionario de 1910, en relación con el problema agrario. Característica bien definida del señor Madero, fue su tendencia de liberal clásico a someterse a los mandatos constitucionales, aun cuando estos hubieran sido impuestos en forma fraudulenta bajo la presión de elementos dirigentes de la dictadura porfiriana.

Asimismo, su invariable determinación de cumplir lo pactado con aquella dictadura, sin dejar de comprender que tal sumisión era contraria a los ideales de su mismo programa revolucionario, lo orillaron a no poder cumplir las promesas de restitución de tierras porque, el robo de ellas a los campesinos había sido sancionado por todos los tribunales del porfiriato. Con toda claridad lo confesó en su carta a El Imparcial, diciendo que el Plan de San Luis, quedó modificado por los Tratados de Ciudad Juárez. Yo digo que ese plan en realidad, quedó totalmente nulificado ya que como el señor Madero lo dijo "...lo obligaron a reconocer como válidos los fallos de los tribunales anteriores y la legitimidad de todos los actos de la administración pasada."

Se cumplía así la predicción de don Venustiano Carranza quien, al discutirse aquellos nefastos “arreglos” de Ciudad Juárez, expresó: "Nada ganaremos con la renuncia de Porfirio Díaz, si continúan en el poder los elementos corrompidos de su dictadura..."

El señor Madero, en la carta dirigida a El Imparcial, que he venido comentando, asentó también lo siguiente: "Los Tratados de Ciudad Juárez, tan ventajosos para la nación..." Declaración contraria a la opinión de todos los revolucionarios sinceros que los consideramos ruinosos para la revolución, y esto quedó más que comprobado por la aseveración del caudillo de que tales arreglos "lo obligaron a reconocer como válidos los fallos de los tribunales anteriores..."

Es decir, reconocer como válido el robo y el despojo de tierras a los campesinos; las persecuciones, prisiones y tormentos aplicados a los periodistas de la oposición y hasta el llamado a los rangers gringos para que vinieran al país a sofocar a tiros la huelga de Cananea, se convertían en acciones, cuya legitimidad estaba obligada a reconocer la administración maderista revolucionaria...

Con relación al problema agrario, esos mismos arreglos, eran según el dicho del señor Madero, causa de "... la imposibilidad de restituir sus tierras a quienes han sido despojados de ellas injustamente, ya que los despojos han sido sancionados por todas las prescripciones legales..."

¿Cuál debió ser en consecuencia la actitud de los agraristas morelenses...? Indudablemente que su rebelión armada estaba justificada, ya que era contra un gobierno que en tal forma obstruía el logro de sus ideales, en virtud de que unos Tratados con el porfiriato, muy ventajosos para la nación, según el señor Madero, obligaban al caudillo revolucionario a reconocer.." la legitimidad de todos los actos de la dictadura porfiriana", durante la cual los latifundistas y los amigos políticos de aquel régimen habían robado descaradamente sus tierras a los campesinos, no sólo en el estado de Morelos, sino en toda la República.

¿Significaba esto que el señor Madero no se diera cuenta de la gravedad del problema agrario de México? ¿Creía realmente que este problema fuera "un amorfo socialismo agrario... que sólo podía tener la forma de un vandalismo siniestro...?" No lo pienso así.

El mismo Madero, en su mensaje al Congreso de la Unión que he analizado, lo llama: "...nuestra añeja cuestión agraria", reconociéndole categoría nacional.

La única explicación, aun cuando no justificación, de tan lamentable error, es el complejo de subordinación inapelable a las formas constitucionales que se apodera de nuestros liberales clásicos cuando llegan al poder. Predicaron reivindicaciones inaplazables; remedios inmediatos a las carencias de los trabajadores del campo; pero cuando el poder está en sus manos, y desean contentar y hacerse de las simpatías de todos, entonces ven las cosas de otro modo. El fantasma de la unidad nacional les sugiere la conveniencia de admitir como colaboradores de su gobierno a quienes fueron y siguen siendo enemigos de sus ideales revolucionarios. Se convierten en apasionados defensores de los procedimientos estrictamente constitucionales y designan con el nombre de bandoleros a quienes reclaman el cumplimiento de lo que se les había prometido.

¿Cuál es entonces el resultado de esta metamorfosis...? Sus nuevos amigos se burlan de ellos en público; traman descaradamente planes para derrocarlos y terminan asesinados por culpa de su amor a la unión nacional que los llevó a hacer del régimen una revoltura de reaccionarios clericales, latifundistas y millonarios, sin haber ellos logrado terminar el estudio de los graves problemas que los lanzaron a la revolución...

Unión Nacional, Filiación de Orden, y Estudios minuciosos, dilatados y profundos de los problemas de los trabajadores... ¡Cuántos ideales de los revolucionarios soñadores han sido sacrificados a estos ídolos reaccionarios...!

Y así fue pasando el tiempo, llenando de espinas y de abrojos a un gobierno que debió ser de alegría y de reivindicación inmediata para los oprimidos. Reían a carcajadas los neoporfirianos y los clericales, viendo venir lo que el señor Madero se obstinaba en no creer, a pesar de las advertencias urgentes de sus verdaderos amigos.

Yo fui llamado a colaborar en un puesto de grave responsabilidad, en medio de ese ambiente de desorientación, desilusión y miedo, al lado del gobernador constitucional de mi estado Michoacán, doctor Miguel Silva González, el mes de diciembre de 1912.

Con íntima satisfacción me permito transcribir la carta que el referido gobernador dirigió al señor mi padre doctor José María Álvarez Verduzco pidiéndole, a mi ruego, su venia para que yo pudiera aceptar tal puesto. Ya había yo contraído matrimonio y estaba cercano a cumplir veintiocho años; pero es costumbre de nuestra familia rendir a nuestro padre, tributo de respetuosa obediencia, cualquiera que sea nuestra edad.

La carta dice:

 

Correspondencia particular del gobernador de Michoacán: Morelia enero 5 de 1913– doctor José María Álvarez. Zamora.

Muy estimado compañero y fino amigo: –Si no había nombrado hasta ahora prefecto de Zamora, era porque deseaba encontrar para ese importante distrito una persona apta, honrada y culta digna de ese puesto y de esa ciudad. Como no tenía el gusto de conocer personalmente al joven José Álvarez, hijo de usted y sólo me era conocido por su firmeza de principios, su energía y adhesión al gobierno actual, estuve tomando informes con diferentes personas de ese lugar y todas me hicieron del señor su hijo las mejores apreciaciones.– En vista de esto me permití la libertad de mandarlo a llamar para proponerle la prefectura de ese distrito, la que se sirvió aceptar, con la única condición de tener el consentimiento de usted para ocupar ese puesto de tanta responsabilidad y tanta confianza.– Excuso decir a usted que su trato personal no hizo más que confirmar los buenos antecedentes que tenía de su persona, y esta impresión que tengo de él es la que tienen todas las personas que han estado en contacto con él. Con objeto de evitar que tan luego como se supiera en Zamora que me proponía nombrar al señor Álvarez prefecto de ese distrito, vinieron solicitudes hechas por personas de diferentes clases sociales y de diferentes ideas políticas y me hicieron vacilar en las resolución que tenía de nombrar al joven su hijo, le supliqué aceptara el nombramiento a reserva de consultar la respetable opinión de usted.– El objeto pues de la presente es pedir a usted se sirva apoyar con su autoridad paterna el nombramiento que el gobierno ha hecho en las estimable persona de su hijo y espero que accederá usted a mis deseos confiando en nuestra vieja amistad y en mis sanos deseos de poner al frente de ese distrito una persona que, dando garantías a todos sin distinción de ideas ni de clases sociales, impulse con la actividad propia de su edad y de su energía, y ayudado con los consejos de usted y de las personas sensatas de esa población, los elementos de prosperidad de ese distrito. Dando a usted las gracias por ese favor y deseándole toda clase de felicidades en el año que empieza, quedo de usted con la estimación y cariño de siempre su más atento amigo y S.A. Miguel Silva– firmado.

Las bondadosas frases del señor gobernador Silva, respecto a mi persona, contenidas en esta carta, me satisfacen grandemente, tomando en cuenta la gran personalidad de quién proceden. Los elogios de un michoacano tan eminentemente reconocido por todos como hombre de gran talento y cultura, así como de honradez inmaculada; admirado por su total entrega a hacer el bien a los humildes y con firmes ideas de liberal puro, compensan con creces las constantes calumnias y mordiscos con los que, mis eternos enemigos, los reaccionarios clericales me distinguen. Algún buen amigo mío me decía hace tiempo: Dime quién te ataca y te diré cuanto vales... Los ataques de las ratas de sacristía son el mejor certificado de tus ideas de sincero revolucionario.

Repetiré una vez más que al dedicarme a escribir este libro, no pensé venir a recoger aplausos de grupos personalistas. Mi único y sincero deseo es exponer mis opiniones respecto a la actuación de los dirigentes de nuestro movimiento de reforma socialista, dando a conocer la impresión que causaron en mí sus muchos triunfos y sus lamentables errores. Es decir, los que honradamente juzgo yo aciertos o errores, a fin de que esta obra mía, en la que tras el largo y penoso caminar por los senderos de la Revolución, me despido de la vida, pueda servir de algo a quienes tanto me preocupan: las juventudes de México que recibirán el legado de nuestros anhelos de justicia social. Deseo que los errores de nuestros dirigentes, sean una experiencia para ellos, cuando tomen el lugar que les corresponderá en la dirección política nacional, y que los triunfos de nuestros grandes hombres, constituyan el estímulo para una acción enérgica en bien de la Patria Nuestra, que es mi adoración.

Ante la figura respetable y llena de simpatía del apóstol Madero, me conmueve hondamente tener que reconocer sus graves errores. Pero creo que es también responsabilidad grande, la de quién escribe para la historia de la Revolución Socialista de México, callar los errores y los fracasos inevitables en la actuación de los humanos, porque también las fallas son ejemplos que alumbran el camino de las nuevas generaciones, que son las que más importan.

Con respecto a las equivocaciones del señor Madero, Diego Arenas Guzmán, dice:

           

...son errores de poeta, errores de apóstol, errores de santo... No pueden justipreciarlo así los mezquinos, los petulantes, los soberbios, los mediocres, los iracundos... Madero procedía con lógica... pero con lógica de soñador, al dar a los reaccionarios un participio en su gobierno... grave error que le costó la vida, grave error que ha costado a la Nación, muchas horas de luto.

A pesar de todo ello, yo le profesé adhesión inquebrantable, hasta el último momento de su vida. Quiero probar esta aseveración, permitiéndome transcribir el último telegrama que el señor madero se sirvió dirigirme, como contestación a mis diarias manifestaciones de cariño y lealtad durante los días de la decena trágica. Ese mensaje, puesto a las dos de la tarde del día 18 de febrero de 1913, momentos antes de ser hecho prisionero por el traidor Blanquet, fue posiblemente el último que pudo enviar desde Palacio Nacional, dada la hora de su depósito en la oficina respectiva. El director general de Telégrafos Nacionales me hizo favor de enviármelo certificado, adjunto a una carta que dice en parte lo siguiente:

...Muy señor mío y fino amigo: – Adjunta se servirá usted encontrar la copia del telegrama número 146 dirigido a usted y firmado por el señor F.I. Madero, con fecha 18 de febrero de 1913, expedida por la oficina telegráfica nacional de Zamora Michoacán. Como el referido mensaje procede de la oficina telegráfica establecida en el Palacio Nacional, allí debe existir el original del mismo. Soy de usted como siempre amigo afectísimo y atento servidor. A. Gómez Morentin. Director de Telégrafos Nacionales.

El texto de ese mensaje del Señor Presidente Madero, que guardo con cariño, como un emocionado recuerdo de mi lealtad, y no la bala que le dio muerte como se atrevió a asegurarlo un pobre diablo, es el siguiente:

 

Telégrafos federales– Telegrama recibido en Zamora Michoacán. Número 146 –oficial– Hora de depósito 2. P.m. hora de recepción 2.52. P.m. trasmitió J. F. Recibió D. C. Señor José Álvarez. –

...Agradeciéndole muy sinceramente afectuoso mensaje de adhesión..." F.I. Madero. Firmado. "Es copia que se expide a solicitud del interesado de conformidad con lo pedido en su curso relativo del 27 del mes en curso, que se registra bajo el número uno El J. D. L. O. F. González. Firmado.

Sigo creyendo al señor Madero, grande y bondadoso iniciador de nuestro movimiento de avance en la penosa ruta hacia la justicia social, a pesar de sus errores. La explicación de ellos, es para mí bien clara. Madero fue un utopista, como lo fue José María Morelos entre otros muchos grandes hombres. Su utopía más grave puesto que le costó la vida, y ruinoso para el país porque dio origen a una segunda acción armada de proporciones enormes; fue el creer que el ejército Federal sería realmente sostén de su gobierno, como dispuesto a ser el apoyo obligado de todo gobierno legalmente constituido. Nunca creyó en lo que todos sus leales amigos le advertían a pesar de haber sido testigo de la deslealtad de Victoriano Huerta, por la que estuvo a punto de perder la vida asesinado por los zapatistas, cuando en 1911, conferenciaba en Cuautla con zapata, buscando un arreglo pacífico a las diferencias de criterio, en materia agrarista.        

Fuimos utopistas también los Constituyentes de 1917, al pretender tal vez fuera de nuestro tiempo y de nuestro medio, desterrar definitivamente las pretensiones del grupo clerical que ha venido pugnando por adueñarse del gobierno de México engañando al pueblo con la propaganda de persecuciones religiosas imaginarias; con la idea de que secundando sus aspiraciones al mando, defienden la religión, como lo hicieron para comprometer a tantos mexicanos en la traición imperialista. Son los clericales los únicos que al adueñarse del gobierno nacional, desataron furiosa persecución inquisitorial contra quienes no profesaban sus creencias. Su táctica es llamar persecución religiosa a las disposiciones legales que prohíben a su organización sacerdotal subordinada a un jefe extranjero, intervenir en la política de nuestra patria. Por ello nosotros dejamos establecido como norma constitucional el desconocimiento de toda personalidad a esas instituciones denominadas iglesias. (Ahora estamos viendo las consecuencias de volver a reconocerlas)

Estas y otras utopías nuestras, tendrán que resolverse en realidades con el tiempo aun cuando ahora queden sólo como armas, en manos del elemento revolucionario que podrá usarlas si es preciso para someter a la desobediencia de la ley a los grupos retardatarios.

Y esta digresión viene a cuento, porque la solución del problema agrario que en la administración maderista parecía una utopía, se ha convertido hoy en realidad, con la reforma agraria integral que nuestro sistema político ha realizado.

Con cuánta razón Juan Sánchez Azcona concluye sus observaciones relativas al breve período de gobierno maderista con estas frases que con gusto hago mías:

"...Querer transformar un estado social con raíces en la tradición y con treinta y cinco años de singular cultivo determinado, en sólo catorce meses de aplicación de un sistema nuevo, era a todas luces una loca utopía... ¡Gobierno azaroso y preñado de penas y de peligros fue el del señor presidente Madero! Pero modelo de honestidad y de buena intención. En nuestros días no hay nadie que pueda desconocer esta verdad. Madero sí merece ante las generaciones por venir de manera plena y minuciosamente comprobable, el calificativo de Presidente blanco,...No el otro..."

Y en la obscuridad de su mente ensombrecida por el alcohol, ya el chacal Huerta meditaba su traición... Conocía y alentaba el intento de los elementos del ejército federal para derrocar al señor Madero; pero sabía que iban al fracaso, y esa era la oportunidad que él esperaba para actuar en su traición por cuenta propia.

General José Álvarez y Álvarez de la Cadena