Capítulo 6
Contraespionaje
Todo poder es una conspiración permanente.
Honoré de Balzac
—Pedro ¿cómo ves el escenario nacional, qué detectaste, cuál podría ser el próximo paso de la jerarquía católica?
Preguntó José Álvarez y Álvarez de la Cadena a su subordinado en el Estado Mayor presidencial, quien, igual que él, tenía arraigado el sentido de respeto a la patria y a su historia. Los dos coincidían en intereses culturales y formación profesional y cultural: vivieron circunstancias parecidas durante su niñez y juventud. Aunque de distinta generación, podrían haber sido hermanos debido a sus aficiones. Su cultura, que incluía el dominio de varios idiomas, les acercó a los enciclopedistas, otra de sus coincidencias.
—Su ventaja, General, es la cercanía que tienen con el pueblo que los mira con respeto porque representan la esperanza de una mejor existencia más allá de esta vida. Saben cómo manipular la ignorancia. En ello basan su fuerza, su representatividad y la simoniaca explotación de la fe.
—El pensamiento mágico, ¿a eso te refieres?
—Así es Jefe, la superstición, lo sobrenatural, la metafísica…
—El prejuicio cognitivo, la percepción falsa de la realidad, la alucinación que se adquiere durante los primeros años de vida —retó Álvarez.
—Dejémoslo en tradición familiar, religiosa, General —declinó el subordinado.
—Si partimos de ello, los curas no tendrían la culpa porque son producto del ambiente en que crecieron…
—Pues sí, de alguna forma, Jefe…
— ¿Y el raciocinio y la inteligencia y la cultura y los conocimientos científicos? —volvió a retar el general.
—Vedados, Jefe, vedados. No olvide aquello de: “creo porque es absurdo.”
—Tertuliano. ¿Recuerdas algo más de él?
—Déjeme hacer el esfuerzo —respondió Pedro con los ojos medio cerrados—. Acabo de leer algo sobre su rechazo a los filósofos paganos —prosiguió con un gesto de alegría intelectual y citó: “No tenemos necesidad de curiosear, una vez que vino Jesucristo, ni hemos de investigar después del Evangelio. Creemos y no deseamos nada más allá de la fe: porque lo primero que creemos es que no hay nada que debamos creer más allá del objeto de la fe.”
— ¿Puedes repetirlo en latín? —dijo Álvarez con una sonrisa traviesa.
—Ya es mucho pedir General. No me martirice. La cita es más amplia y mi memoria no es tan poderosa como la suya. Declino el reto.
—Está bien. Entonces pongámonos a trabajar y guardemos nuestro ocio intelectual para otra ocasión. Lo que deberíamos hacer es llevar las teorías religiosas a la práctica humana, a la realidad del Hombre, convino Álvarez.
—Es casi imposible, Jefe —respondió Del Campo. —Como lo ha dicho eso requiere de tiempo y cultura…
—Y empezar por un sistema educativo que forme la mente de los niños para que cuando sean padres orienten y ya maduros e informados conduzcan a sus hijos por el camino de la iluminación intelectual…
La conversación continuó hasta que las sombras de la noche indujeron al ujier a irrumpir en el despacho para, de acuerdo con su obligación laboral, encender las lámparas. Fue entonces cuando la tenue luz artificial se centró en los libros cuyos lomos parecían escapar del estante donde estaban aprisionados. El efecto llamó la atención de Álvarez y le comentó a Pedro señalándole con los ojos el enorme librero que parecía emerger de las paredes:
—Mire Capitán cómo opera la energía del pensamiento que se encuentra dentro de esos los libros. La oportuna luz que nos acaba de traer el sargento Camilo, se ha posado sobre los títulos de las obras para que nosotros, humildes siervos de su majestad la cultura, entendamos que es necesario vivir varios siglos para poder iluminarnos con su contenido, con el conocimiento depositado en los millones de páginas que por falta de tiempo ni tú ni yo alcanzaremos a leer.
—Por eso la necesidad de formar la mente de los niños…
—Es la intención Pedro —dijo José—: que como padres los niños siembren en sus hijos la semilla del conocimiento que involucra la apreciación científica de las religiones.
Camilo, que escuchaba a sus superiores con el arrobo y el temor producto del pensamiento mágico, salió del despacho como si hubiera visto al mismísimo diablo.
—Míralo Pedro. La única luz del ujier que acaba de retirarse es la eléctrica que vino a encender.
—Ello es una muestra de que el pueblo necesita otro tipo de iluminación, la del conocimiento —agregó Del Campo.
—De acuerdo Capitán. Es la única que acaba con las sombras de la mente.
La sonrisa en los rostros de jefe y subordinado enmarcó el saludo militar de Pedro y la respuesta de Álvarez. Ambos tenían mucho de qué hablar; sin embargo, como si se hubiesen puesto de acuerdo, interrumpieron la conversación para no retrasar la labor cotidiana. Pero en la mente de ambos se quedó la satisfacción que produce la coincidencia intelectual.