Puebla, el rostro olvidado (Gente Bonita)

Réplica y Contrarréplica
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Grupos de presión

Los Empresarios

GENTE BONITA

La buena disposición demostrada por Maximino Ávila Camacho hacia los patrones, se notó aún más en el último año de su mandato. El gobernador declaró a la prensa local su satisfacción por haber logrado armonizar los factores de la producción y resaltó que gracias a la imparcialidad de las autoridades judiciales, los delincuentes habían sido castigados sin hacer caso de sus influencias. Asimismo, explicó el motivo de la ausencia de los líderes, al aceptar que los trabajadores poblanos vivían en paz a pesar de la división del gremio en el mundo. También dijo que el obrero, “teniendo asegurado su salario y el cumplimiento de los contratos de trabajo, no tiene por que agitarse; menos aún si la agitación le resulta una pérdida de tiempo que se traduce en menos pan para su hogar.”

Las familias de los empresarios y del gobernador tuvieron, a su estilo, una intensa vida social. Un grupo de jovencitas de la mejor sociedad poblana colaboró con el comité pro aliados. En una función especial verificada en el cine Reforma (el mejor de la época), el ballet interpretó “Sweetheart” de J. Straus; la coreografía estuvo a cargo de Martha Coghlan de Elihinger.

También fomentaron sus relaciones a nivel mundial, tal y como sucedió con la delegación poblana en la convención internacional del Club de Leones, celebrada en la Habana Cuba, en julio de 1940. Participaron Juan M. García Pineda y señora, Benigno Diez Delgado, Luis Molina Johnson, Amelia Ibáñez y hermanos. Ese mismo año culminó el agitado momento de la sucesión gubernamental donde el candidato oficial, señor Gonzalo Bautista Castillo, ganó las elecciones por abrumadora mayoría a pesar de la oposición de pequeños grupos Almazanistas.

Para las organizaciones patronales aquellos fueron días de alegría y satisfacción. El cambio de poderes en la república y en la entidad les era particularmente favorable: Manuel Ávila Camacho, presidente de México, y Gonzalo Bautista Castillo, gobernador de Puebla. El primero famoso como conciliador y distinguido por ser el primer revolucionario que dijo ser creyente –después los diarios cambiaron la palabra por la de católico. El segundo, ya como gobernador electo, afirmó que no existía peligro de hacer mal uso del poder espiritual de la religión para frenar el progreso nacional. También insistió en lo benéfico que sería para el gobierno desaparecer los prejuicios sobre las creencias religiosas, sin dejar la tradición laica o faltar a sus deberes para así incrementar la tranquilidad colectiva necesaria a la reconstrucción nacional. Esta declaración –por cierto proveniente de un distinguido masón– le valió a Bautista la simpatía del clero cuyo poder estaba en proceso de restablecimiento.

Las cámaras patronales iniciaron acciones coordinadas. Una de sus primeras experiencias fue organizar la participación poblana en la campaña contra el alcoholismo. Ésta incluía la celebración de un congreso antialcohólico infantil en la capital del país.

La colaboración poblana era especialmente importante, por ser el estado la cuna de la campaña antialcohólica en la república, a pesar de las actitudes rebeldes de algunos productores de bebidas embriagantes dados a incrementar sus ganancias a costa de la salud pública.

El gusto y satisfacción poblanos por la elección del general Manuel Ávila Camacho se expresó ampliamente. Una de ellas fue el obsequio de la banda presidencial. La comisión formada por Francisco Rodríguez Pacheco y Cayetano Cosío, representante de la Cámara de Comercio e Industria; Enrique Gómez Haro, representante de la Cámara de la Industria Textil; Juan Hernández, representante de la Cámara Agrícola, y Carlos Diez de Urdanivia junto con Nicolás Vázquez, representantes de los profesionistas de la ciudad de Puebla, le entregó la citada banda al presidente electo quien al parecer no la usó al tomar posesión, pero sí en ceremonias posteriores.

Era el momento propicio para los empresarios audaces. Las principales cámaras patronales habían manifestado interés en organizar un homenaje masivo al gobernador saliente. Fue el extranjero Arthur Brauhman Proskawer quien tomó la iniciativa al organizar un espectáculo eminentemente cultural: la opera Carmen en el toreo de Puebla. La novedad de esta fiesta popular estaba en la presentación de una faena de toros completa hasta antes del momento culminante del drama. Los precios serían de un peso en sol y dos pesos en sombra.

Para desgracia del empresario, el gobernador desautorizó la celebración del festival. Tal vez consideró peligroso ser la figura principal pues ya sabía que su imagen era satirizada como la de un casanova culpable de impresionantes cornamentas (había –dicen los contemporáneos de Maximino– cuatro damas de la sociedad cuya influencia política competía en tamaño con los cuernos de sus maridos).

Preocupadas por complacerlo al máximo, las organizaciones patronales decidieron ofrecer gratuitamente el espectáculo comprometiéndose a devolver el importe de los boletos vendidos. Pero no contaron conque el tal Arthur Braumhau Proskawer ya había puesto el dinero a buen recaudo negándose a devolverlo. Perseguido judicialmente, el pillo fue detenido y encarcelado por un solo día. Su habilidad le permitió escapar de los custodios y escabullirse aprovechando la ingenuidad policiaca. Poco después apareció en Veracruz protegido por un amparo contra las autoridades poblanas. Después desapareció para siempre no se sabe si de este mundo o del suelo mexicano.

Los hombres de negocios de Puebla también protagonizaron sonados escándalos. El 19 de octubre de 1940, Carlos Rugarcía Soto, albacea de José Rugarcía Molina, denunció por fraude a Jacinto Serna Martínez. El motivo de la acusación surgió por las acciones de la sociedad fundadora de la fábrica Santo Domingo. Las averiguaciones demostraron que el privilegiado empresario español Jesús Cienfuegos y González, por mucho tiempo apoderado de José  Rugarcía, de la noche a la mañana apareció como fuerte acreedor de su poderdante y le embargó la fábrica en litigio.

Ya dueño del negocio, Cienfuegos se asoció con los demás industriales en una empresa sin precedentes. Agentes de los principales almacenes de la ciudad de México como El Palacio de Hierro, El Puerto de Veracruz, La Francia Marítima, Las Fábricas Universales, El Centro Mercantil, y el Nuevo Mundo compraron toda la producción de lana, algodón, mixtos, artisela, medias, calcetines, suéteres, cobertores, tilmas, rayadillo y seda para surtir pedidos de Europa, donde la guerra había paralizado la industria textil. Así, el 18 de diciembre de 1940 se realizaron operaciones comerciales por cuatro millones de aquellos pesos, capital que reanimó de manera importante al comerciante poblano.

A Cienfuegos no le duró mucho el gusto. El 2 de enero de 1941, mientras platicaba con Samuel Kurian frente al cine Guerrero –de su propiedad–, fue asesinado por un desconocido que lo apuñaleó en el pecho.

Este personaje dejó intestada una fortuna de dos millones de pesos en efectivo y edificios en Puebla y Veracruz.

La creciente participación de los organismos patronales motivó ambiciones que fracturaron la unión del grupo. Para elegir representantes patronales en la Junta Federal de Conciliación y Arbitraje Número 8 con sede en Puebla, presentaron candidatos al Centro Industrial de Puebla y Tlaxcala y la Confederación Patronal. La división fue el preámbulo de un enfrentamiento judicial.

El Centro Industrial postuló a Carlos Raúl Pimentel y Luis Pérez de Ocando, quienes resultaron elegidos gracias a la experiencia de Enrique Gómez Haro, su asesor. Los perdedores fueron los candidatos de la Confederación Patronal: César A. González y Luis G. Carrión. El incidente motivó una querella judicial, según el acta levantada por Manuel de Unanue, representante de la Confederación Patronal, ya que los derrotados consideraron haber sido calumniados. Después de las clásicas ofensas, Salvador S. De Lara Ortiz, presidente de la Junta, promovente del procedimiento judicial contra los calumniados, fue eximido y los miembros de la confederación obtuvieron el anhelado cargo de representantes patronales en la Junta Central de Conciliación y Arbitraje del estado.

El mandato avilacamachista de cuatro años estaba a punto de terminar. Maximino, congruente con su estilo de gobernar, canceló sus audiencias el 21 de enero y se puso a las órdenes de sus amigos en su domicilio particular donde despacharía después del 1º de febrero de 1941. Desde ese momento abundaron las fiestas de despedida. La primera la ofreció el Consejo Directivo de la Cámara Nacional de Comercio e Industria de Puebla (24 de enero). El secretario Luis Couttolec en nombre de su presidente Francisco Rodríguez Pacheco, reconoció el esfuerzo y empeño del general Maximino Ávila Camacho para evitar las asperezas en las relaciones obrero-patronales. También alabó la firmeza del gobernador cuyo estilo puso freno a causas o hechos que hubieran causado serios problemas a la vida de la entidad.

Maximino contestó que había combatido a los individuos interesados en hacer de la política una industria de sacrificio con los intereses morales y materiales, y agradeció el apoyo que dieron a su lucha las fuerzas vivas del estado, asegurándoles que Gonzalo Bautista Castillo era un digno sucesor de su obra gubernativa.

En su discurso, Bautista caracterizó a Maximino como el único ciudadano capacitado para dominar pasiones y ambiciones (sic) e iniciar en Puebla una era de bienestar y progreso. Se manifestó como su eterno amigo leal y cumplió su promesa.

La ceremonia de transmisión de poderes se efectuó en el cine Reforma. Los políticos aparecían por primera vez en compacto grupo junto a los dirigentes empresariales.

En los diarios se publicaron desplegados de agradecimiento a Maximino y de bienvenida a Gonzalo. Las páginas estaban saturadas de todo tipo de mensajes empresariales. Ese día, Bautista Castillo advertía a los burócratas que si no se superaban serían inmediatamente suspendidos prescindiendo de la indemnización de tres meses de sueldo.

En Puebla la corrupción, los pistoleros, las nuevas fortunas y las persecuciones junto con las censuras, cohechos, componendas y complicidades, habían sumergido a la revolución en la mediocridad y en la injusticia. El poder económico se hizo cómplice del poder político y viceversa. Y esas componendas produjeron capitales que hoy forman parte del respaldo financiero, sustentos de la moral y la importancia social de varias familias poblanas.

Alejandro C. Manjarrez