Capítulo 13
Infiltrados
Cualquiera es poderoso para hacer.
Fray Luis de León
Imelda Santiesteban entregó a Justiniano Rizal una segunda carta escrita y firmada por José Mora y del Río recomendándolo con el embajador de Estados Unidos. En ella el arzobispo escribió que Rizal conocía las cocinas italiana, francesa e inglesa. “Si usted tiene a bien confiar en este buen hombre —decía las líneas de la epístola— seguramente disfrutará su excelente sazón y los sofisticados guisos sólo posibles cuando el cocinero conoce los secretos orientales y el gusto del paladar occidental. Me atrevo a recomendárselo porque me consta que es buen católico apegado a la disciplina de nuestra religión…” Al final el jerarca de la Iglesia romana puso una posdata con la siguiente leyenda, palabras que mostraron la verdadera intención de la misiva: “Lo nuestro sigue el camino que Su Excelencia recomendó. Poco falta para que la lluvia del cielo ahogue la pasión que busca trastocar nuestra fe y alterar para mal la misión que el Señor nos delegó.”
—Con este mensaje nunca se te cerrarán las puertas de la Embajada —dijo Imelda—. El padre Miguel, aquel que te sorprendió e hizo desconfiar, fue quien pidió al Arzobispo que intercediera por ti. Así que ya tienes tu buena fama Jus, tanta que el Presbítero dijo a mi madre que le dio gusto saber que tú prefieres trabajar con el embajador de Estados Unidos que servirle al presidente Calles.
—No es que lo prefiera, Imelda; el embajador representa al país que domina la economía y la política de mi patria. Lo que busco es seguir la conseja de Maquiavelo: “está cerca de los reyes para conocer sus secretos...”
— ¿Maquiavelo?, dudó Imelda.
—Sí, el florentino que…
—Sí, sí, sabemos quién es ese genio del Renacimiento. Lo que me hace dudar es la cita. Nunca la he leído. Aunque puede ser que entre sus miles de escritos haya uno con la frase que mencionas…
—Tal vez no sea exacta la cita; sin embargo, lo que vale es el mensaje que contiene: estando cerca de los reyes conocerás sus secretos, sus filias y sus fobias.
—Mira lo que es la vida: y yo que creí que habíamos perdido el tiempo con las lecturas de los clásicos florentino. Jus, te veo muy politizado.
Como Justiniano no preguntó, Imelda calló la razón por la que el sacerdote Miguel se le había acercado. Lo único que éste le dijo fue que el capitán del Campo le pidió hacerlo para, precisamente, reclutar al cocinero filipino. La soprano seguía sin entender cómo el militar supo de la amistad y afecto que la unía con Rizal. No obstante, restó importancia al hecho; supuso que las autoridades migratorias vigilaban a Justiniano o que la fama de su arte culinario había trascendido a esos espacios de poder. Inquieta por la coincidencia agregó a sus pensamientos la idea de que el capitán Del Campo quisiera acercarse a ella para quitarse la espina Ponce. “Tal vez”, se dijo incitada por el último pensamiento.