La brigada terminal (Capítulo 4) Del infierno al paraíso

Réplica y Contrarréplica
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Del infierno al paraíso

Capítulo cuatro

La ubicación de la residencia enclavada en uno de los peñascos que sobresalían del mar, generaba la impresión de que podría ser una copia de cualquiera de las ciudades etruscas amuralladas para impedir el acceso a los romanos que ambicionaban la riqueza de la, hasta ahora, pródiga región toscana. Era prácticamente imposible acceder a ella sin invitación de por medio. Quien la conocía quedaba gratamente impresionado ante la belleza del lugar donde como por arte de magia aparecían de entre los peñascos raras especies de árboles y plantas adaptados a esa zona otrora rocosa y con muy poca tierra fértil y aprovechable. El río que bañaba dos de las laderas, nacía en una enorme poza de agua dulce. Y hasta ella regresaba su caudal después de recorrer los cauces construidos dentro de la propiedad, lechos alimentados mediante un sofisticado sistema de bombeo, tratamiento y esclusas. El pedazo de tierra fue transformado en un paraíso ecológico con su fauna y vegetación tropicales procedentes de distintas partes del mundo. La biodiversidad interior correspondía al colorido de las flores, árboles y plantas en estado aparentemente salvaje. Nadie ajeno al proyecto podía imaginar que allí, en la sede de una extraordinaria vida vegetal producto de la mano del hombre, se planeaba la estrategia de la Brigada terminal. Por algo Rocafuerte nombró al escollo convertido en guarida: “La paradoja”

El recorrido por la propiedad incluyó una amplia y pormenorizada explicación de los diferentes espacios. Desde el laboratorio que contaba con los últimos adelantos en ciencia, tecnología y electrónica, hasta el helipuerto sólo visible cuando el piloto operaba desde la nave la clave del control que ponía a funcionar el mecanismo que retiraba el camuflaje que lo mantenía oculto a los ojos indiscretos de viajeros y pilotos ajenos a la causa. Tenía todo lo necesario para cumplir los objetivos del equipo de trabajo dirigido por Simón. 

–Me preocupa la continuidad del proyecto –dijo Ibarbuengoitia–; ¿qué pasará una vez que la enfermedad termine con nosotros?

–He preparado todo para que prevalezca la Brigada y haya continuidad. Te confieso Rafael –y Ángela lo sabe– que desde hace casi dos siglos mi familia ha trabajado en lo mismo. La excepción pudo haberse presentado si no me hubiera dado cuenta de la enfermedad que padezco que apareció casi al mismo tiempo que mi tragedia familiar. Y ello me hizo acelerar los proyectos y las acciones que habrían requerido de mucho más tiempo. En este caso la experiencia y el dinero operaron a favor de nuestra causa. Y a propósito, digo nuestra causa sin saber si te convencí para que participes con nosotros…

–Se puede decir que a medias porque tengo una condición, o mejor dicho una propuesta…

–Te escucho.

–La magia de Ángela logró motivarme para pensar en otra vertiente para la investigación que realizo: ignoraba los alcances de tipo moral, intelectual y filosófico de semejante trabajo que, insisto, tiene las características del “rifle sanitario”, así entre comillas. Sé que me queda poco tiempo y que al morir se acaba todo, cuando menos para mí. Y si asumo como propio lo que decía Herbert Simon, premio Nobel de Economía y padre de la inteligencia artificial, tendré que aceptar que tu propósito Simón –y el de Ángela y el grupo– de alguna manera se adapta a la razón humana como instrumento para resolver las necesidades y los problemas de la sociedad, ya sean éstos específicos o parciales. Dijo Herbert –lo cito de memoria– que la razón es meramente instrumental porque no puede seleccionar nuestras metas finales ni indicarnos dónde ir aunque sí orientarnos para entender y encontrar la forma de llegar. Creo, pues, que por genética o legado familiar tú descubriste o confirmaste cuál es tu misión. Y lo peor (o quizás lo positivo, el tiempo lo dirá) es que haz dado con la parte sensible de tus colaboradores a los cuales escogiste con, valga la expresión, el uso inteligente de la inteligencia.

–Te agradezco tus comentarios pero, ¿y la condición?

–Es simple Rocafuerte: que nadie me entere ni comente frente a mí los “éxitos” -otra vez ponle las comillas-, y las consecuencias del trabajo que haré. Yo te diseño lo que requieras; te entrego el prototipo, los planos y las fórmulas, pero no quiero saber qué haces con ellos o cuál fue su utilidad…

–Lo firmo –respondió Simón con una amplia sonrisa que mostraba su felicidad para enseguida decir lo que esperaba escuchar su invitado: Ésta es tu casa y aquel tu laboratorio. Úsalos como quieras, incluso para tus fines personales. Te deseo que encuentres el remedio a tu enfermedad, vale la pena para bien de la humanidad.

–Ángela –dijo Rafael visiblemente emocionado–, estoy en lo que parece ser infierno que puede convertirse en el paraíso. Muéstrame otra vez mi área de trabajo…

Alejandro C. Manjarrez