Puebla, el rostro olvidado (El magisterio)

Réplica y Contrarréplica
Tipografía
  • Diminuto Pequeño Medio Grande Más Grande
  • Default Helvetica Segoe Georgia Times

El MAGISTERIO

La gestión del actual Sindicato de Trabajadores de la Educación en el Estado de Puebla (STEP), ocurrió durante 1983. Su catalizador fue la política de imposiciones sostenida por Vanguardia Revolucionaria del Magisterio. Como en todo el país, en la local sección 51 del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE) se reflejó la política caciquil impuesta por el líder Carlos Jonguitud Barrios.

    Con el fin, oficialmente declarado por sus dirigentes, de democratizar la vida sindical de los maestros poblanos, quienes no lo habían hecho a pesar de las oportunidades que tuvieron, se perfiló una corriente separatista consolidada en 1984 con el control de las delegaciones. Su intención fue combatir a los representantes del SNTE.

     Acaudillados por el profesor Felipe Guerrero Ríos, numerosos mentores dieron vigor y presencia al STEP. Los dirigentes solicitaron de inmediato su registro. La Junta Local de Conciliación y Arbitraje dio largas al asunto y se inició una larga contienda legal con severos reveses para los separatistas.

     Al año siguiente los setepistas  forcejearon con las autoridades para conseguir el reconocimiento legal a su agrupación sindical y, simultáneamente, comenzó la lucha por el poder al interior del joven sindicato.

     Felipe Guerrero Ríos y Jesús Sarabia Ordóñez, inspiradores originales, cada uno por su lado, mostraron su incapacidad para ejercer el mando absoluto. La lucha interna debilitó al incipiente sindicato y paulatinamente se fue fortaleciendo una tercera corriente que le tocó ver  cómo bajaban los bonos del SETEP. Los dos precursores de la independencia sindical, prefirieron incorporarse a la burocracia estatal y abandonaron sus ideales sindicalistas. Fueron coptados por el gobierno; el primero como operador político en diferentes dependencias; y el segundo pudo, meses después, cumplir su sueño de convertirse en diputado federal, después de reconquistar el afecto de la dirigencia nacional del SNTE, ya en manos de Elba Esther Gordillo.

     Antes de ello, cuando todo parecía terminar para este sindicato, Jonguitud, el líder nacional, dejó las riendas del cacicazgo magisterial. Esto hizo renacer la esperanza en los disidentes que habían sufrido terribles derrotas políticas, como el desplazamiento de su candidato –ya confirmado– a la diputación local. Con la caída del líder nacional del magisterio, el sindicato tomó un su segundo aire.

     El discurso del STEP se centró en la democracia sindical. Demostró lo que lograría al enfrentarse al SNTE pero olvidó lo que debería existir en sus propias filas, a pesar de que estaba urgido de ella para consolidar su existencia como sindicato. Pero pese a todas las promesas el STEP se convirtió en plataforma política de uso exclusivo para su dirigencia.

    Su estrategia siguió los mismos pasos del esquema imperante en el SNTE: el control –con vínculos de compromiso personal– de las secciones sindicales, las movilizaciones masivas, los paros, huelgas y negociaciones secretas con funcionarios gubernamentales decididos a brindar su apoyo y protección.

    En realidad, la separación sindical fue una de las manifestaciones, quizá la más radical, de la lucha por el poder sindical. Entre los fieles al SNTE y los disidentes no existieron diferencias de fondo en lo que se refiere a planteamientos políticos o tácticas de lucha. Ambos grupos dependieron y siguen dependiendo de la simpatía de los funcionarios del ramo para cumplir las promesas a sus seguidores.

    Para la militancia de uno y otro sindicato, la diferencia se dio por los compromisos personales con los maestros al interior de las escuelas. Pero ninguno defendió la educación laica, por ejemplo, o el libro de texto gratuito. Observaron estoicos los ataques organizados y promovidos por los grupos de derecha. Daba la impresión que solo querían la diputación del gremio, el control de las cuotas, el manejo de plazas y todo aquello que genera poder y riqueza. Y eso lo sabía bien el gobernador Bartlett. Su presencia en Puebla puso orden en las filas magisteriales a cuyos líderes conoció mejor que las esposas o amantes de esos hombres que manejaron (y algunos todavía lo hacen) la vida sindical de los maestros.

    Pero como la inconformidad es una característica de los mentores la disidencia seguirá y se manifestará en la medida de la capacidad de quien gobierne. Sobre todo por la descentralización del magisterio que pasó a depender del presupuesto y las políticas estatales. Y si las cosas no cambian, la oportunidad de dirigir a los mentores recaerá en quienes cuenten con la capacidad que ha dado lustre al charrismo sindical mexicano.

Alejandro C. Manjarrez