El poder de la sotana (El ritual)

Réplica y Contrarréplica
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Capítulo 61

El ritual

Cada acto de amor es un ciclo en sí mismo,

una órbita cerrada en su propio ritual.

Mario Benedetti

 

La Catedral de Puebla, “música de piedra” escribió el poeta y sacerdote Manuel Ponce, estaba llena de cirios, velas y veladoras cuyas luces le daban un extraño resplandor a las imágenes recubiertas con oro de hoja. En el coro, espacio otrora reservado a los veintiocho miembros del Cabildo, se encontraban los mejores músicos y cantantes de México. El obispo Miguel Torres de Santa Cruz y Asbaje había decidido bautizar a Rodrigo en una ceremonia poco común. “Si Napoleón estuviese aquí diría: la amistad de Pedro bien vale una buena misa —musitó Miguel al sacerdote asistente—. Los invitados jamás olvidarán esta ceremonia que, lo habría dicho Mora y del Río, es propósito de Dios”.

El obispo fijo su vista en el altar. Así estuvo en silencio durante dos o tres minutos, actitud que produjo la misma reacción en los feligreses: Miguel quería transmitir la energía que produce la oración multitudinaria. Después de pronunciar el Dominus vobiscum, el Señor esté con vosotros, volteó hacia el coro e hizo una sutil seña al director de la orquesta de cámara. Así inició el inusitado ceremonial del bautismo musical apadrinado por el propio oficiante de la misa que servía de marco al primero de los siete sacramentos. Como final de la ceremonia que incluyó casi toda la parafernalia del rito católico, se escucharon las palabras de Miguel: “Yo te bautizo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo…” El agua recorrió la todavía blanda cabeza del niño cuyo llanto rebotó en las enormes bóvedas de la catedral angelopolitana: parecía protestar contra la decisión unilateral. Junto con su chillido se escuchó el tañer de la María, resonancia acompañada por el repique del resto de las campanas echadas a vuelo como si festejaran la conversión de un impío.

En la mente de Miguel Torres se repitieron las palabras de su antiguo mentor, el arzobispo José Mora y del Río: “Tenemos que salvar a la Iglesia…” Hizo un ligero movimiento de cabeza para ahuyentar ese mal recuerdo. Enseguida agregó: “Sí, pero como me lo dijo el padre Burke, tenemos que salvarla de los fanáticos religiosos.”

A la liturgia cristiana siguió la política: los amigos y familiares de los felices padres acompañados por los camaradas del orgulloso padrino, festejaron el bautizo como si se tratase del destape del candidato a la Presidencia de la República o de la entronización del “delfín”. Pero sólo era la fiesta del hijo de dos protagonistas de una parte de la historia de México, ahora con la importante misión de educar y preparar a su vástago dotándole de los elementos culturales que facilitaran su arribo al mundo del conocimiento universal, umbral de la erudición.

Alejandro C. Manjarrez