El poder de la sotana (La Confesión)

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Capítulo 63

La Confesión

(Décadas después)

… que toda la vida es sueño,

y los sueños, sueños son.

Pedro Calderón de la Barca

 

México volvió a convulsionarse.

Los capos del crimen organizado se enfrentaron entre ellos.

Los cárteles se disputaban el control del poder económico apoyados en la mafia constituida principalmente por ex soldados de élite.

Muchos funcionarios fueron corrompidos con el dinero producto del negocio de las drogas.

Miles de cabezas rodaron (literalmente) y otro tanto de cadáveres quedó sepultado en espacios clandestinos.

La información cotidiana adquirió tonalidades escarlatas y tendencias amarillistas.

Por las calles de las principales ciudades corrían los rumores acompañados del espectro de la muerte vestida de sicario.

La infidencia y la traición vulneraron a la milicia en perjuicio de su imagen y prestigio, fama construida durante décadas de servir a la sociedad.

Los cuerpos de niños y mujeres asesinadas acompañaron al fiambre que en vida representó la estúpida eficacia homicida.

La sociedad estaba asustada.

Los gobernantes vivían atemorizados por la violencia incontrolable: secuestros, tráfico de migrantes, trata de personas, “ordeña” de los ductos petroleros, control de mercados informales, grupos populares de autodefensa, corrupción institucionalizada, contrabando de armas, narcomenudeo, evasión fiscal y venta de seguridad a cargo de los delincuentes que ofrecían al cliente protegerlo de ellos mismos.

El presidente de la República daba gracias a Dios porque concluía su mandato sexenal y, suponía, cesarían las conspiraciones en su contra, atentados que se mantuvieron ocultos debido a una equívoca política de reserva.

Los dirigentes de las ONGS pedían justicia protegidos por la parafernalia de los grupos de su seguridad personal.

Los medios de comunicación se convirtieron en bunkers de sus dirigentes y comunicadores.

El lujoso helicóptero suplió al ostentoso automóvil, privilegio de los hombres del dinero.

La mortalidad que produjo la lucha entre narcos mexicanos superó con muchas cifras al número de víctimas de las guerras operadas con armas “inteligentes”, equipo que los traficantes de armas de Estados Unidos vendieron a las naciones asentadas encima de los veneros que escrituró el diablo.

México fue catalogado por la ONU como el país más peligroso del mundo y a sus servidores públicos como los más proclives a padecer el cáncer de la corrupción.

En ese ambiente se realizaron las elecciones que ganó Rodrigo del Campo Santiesteban. Acababa de cumplir cuarenta y siete años.

Los meses anteriores a la toma de posesión no hubo declaraciones ni apariciones públicas. La labor previa a la entrega del poder se llevó a cabo con el sigilo que los ciudadanos deseaban, entendieron e incluso exigían los poderes fácticos.

En este ambiente formado por circunstancias nunca antes vividas en el país, el nuevo mandatario arribó al Congreso de la Unión para rendir la protesta de ley y pronunciar su primer mensaje a la nación. Lo hizo rodeado de un impresionante cuerpo de seguridad.

Diputados y senadores fueron sorprendidos y por ende asustados por la presencia en el recinto de decenas de militares vestidos de civil.

La incertidumbre había formado una densa pero invisible nube.

Los ojos de la sospecha recorrían rostros, manos y cuerpos de invitados y legisladores.

Doscientos guardias revisaban cada rincón del edificio y cada movimiento de los asistentes a la ceremonia de investidura presidencial.

Medio centenar de francotiradores se habían apostado en las azoteas de los edificios aledaños.

Todos los miembros de esa parafernalia militar se tensaron aún más cuando el presidente de la Mesa Directiva hizo sonar la campana que reiniciaba la sesión. En ese instante el diputado presidente procedió a solicitar al mandatario que rindiera su protesta. Y éste lo hizo conforme a la tradición presidencialista.

El nuevo conductor del destino de México recibió la Banda Presidencial. Sus movimientos y gestos lograron impactar a los testigos del acto transmitido, los presentes y los convocados por los medios de comunicación masiva. Pudo generar confianza y seguridad enviándoles el siguiente mensaje corporal: “Estoy consciente de mi responsabilidad republicana”.

El aplauso general opacó las palabras del legislador que cedió el uso de la palabra a Rodrigo del Campo Santiesteban. El nuevo presidente de México acomodó los micrófonos mientras recorría con la vista los rostros del millar de asistentes y miraba a la cámara que enfocaba su imagen para que la vieran más de cincuenta millones de mexicanos. Aspiró oxígeno e inició su discurso:

Lo que escucharán ustedes, ciudadanos de esta nación e invitados de los países amigos, es la confesión de un hombre que tuvo que ponerse la máscara de la simulación; las revelaciones de un ciudadano que fue obligado a mimetizarse para poder ocupar los cargos públicos que ejerció antes de llegar a esta alta tribuna de la República, en calidad de presidente de México...

Las palabras de Rodrigo reverberaron en las bocinas colocadas en los despachos del edificio sede de la Cámara de Diputados. En uno de ellos, dos mujeres mellizas se abrazaron deseándose suerte:

—La que salga viva —dijo Minerva— terminará lo que inició nuestro abuelo.

—Hermana —respondió Mireya—, las dos saldremos vivas; no seas catastrofista.

Tomadas de la mano, las mujeres se desearon suerte antes de abandonar su escondite provisional. “¡Hagámoslo por Alexander, el abuelo!, le dijo Minerva a su hermana gemela.

 

Señoras y señores legisladores. Ministros, Gobernadores. Alcaldes. Ciudadanos:

 

Confieso ante ustedes que me disfracé de corrupto.

Confieso que me puse el disfraz de comerciante del poder.

Confieso que mañosamente me introduje en los grupos económicos donde suele discutirse el destino del País.

Confieso que acepté dádivas y establecí compromisos.

Confieso que fui celestino de influyentes y poderosos.

Confieso que serví de cabildero del gobierno ante los miembros de esta soberanía a quienes, en algunos casos, simulé corromper.

Confieso que callé las injusticias que cometían los gobernantes.

Confieso que encubrí a quienes tuvieron en sus manos el poder manipulándolo para su beneficio personal.

Confieso que cerré los ojos a la corrupción imperante en los mandatos a los que serví.

Confieso que no denuncié las negociaciones entre los delincuentes de cuello blanco y el poder político.

Confieso que fui omiso ante la transgresión de la ley para abrirme paso en la ruta que me condujo a ocupar este honroso cargo desde el cual, ahora lo juro por mis padres a quienes debo las convicciones que nunca he perdido y menos olvidado, serviré a la Patria y combatiré sin descanso a los corruptos, la gran peste de México.

El murmullo de los asistentes permitió al presidente suspender la anáfora utilizada para romper la tradición discursiva presidencial. Tomó un sorbo de agua y observó la reacción de la gente. Minerva aprovechó el intervalo e ingresó al recinto. Mostró su identificación a los guardias que la dejaron pasar. Lo mismo hizo Mireya pero por otras de las puertas de acceso. En ambos casos se escuchó el “pase usted Diputada”. Como si se transmitieran el pensamiento, las dos, cada una lejos de la otra, pensaron sin quitar los ojos de la tribuna: “Qué bueno que te confiesas Rodrigo porque pronto vas a morir”.

Todo lo que hice me permitió trabajar dentro de las estructuras del gobierno con una providencia: registré ante un notario público el dinero y los beneficios que recibí, estipendios que inmediatamente fueron entregados a instituciones de beneficencia registradas legalmente. Estas cesiones se respaldaron con el testimonio protocolizado por un notario público. He puesto a la disposición de esta Soberanía y de las instancias revisoras del patrimonio de los servidores públicos, todos y cada uno de los documentos que comprueban mi aserto.

A estas confesiones agrego otra, la última:

Me he obligado a rescatar los principios que por supervivencia burocrática tuve que ocultar haciéndome pasar como uno más de los eficaces operadores políticos del poder que institucionalizó la corrupción.

Tuve que hacerlo. De lo contrario me habría visto forzado a prescindir de mi intención y antes de tiempo dar por concluida mi carrera política. Hubiese dejado trunco el propósito de mejorar y su caso crear las condiciones para hacer de México un mejor país a partir de la verdad...

Sé que la verdad es uno de los valores que estuvo ausente durante varios sexenios: por este lamentable abandono u omisión se han cometido miles de crímenes y se ha tolerado a la delincuencia organizada. También sé que la mentira sustentó los proyectos políticos de quienes gobernaron al Estado mexicano.

Señores y señoras diputados, senadores, representantes del poder Judicial y miembros de la sociedad civil:

Los conmino a borrar el pasado (excepto cuando haya que aplicar la ley) y a poner las bases para que en nuestra nación la verdad sea el eje del comportamiento de los servidores públicos, el punto de partida de los tres niveles de gobierno y los poderes de la Nación.

Juan Hidalgo, que vigilaba desde uno de los palcos, vio a Minerva ocupar su curul. La había observado desde que entró al recinto y, como le ocurrió cuantas veces se topó con ella, nuevamente quedó cautivado por la cadencia y movimientos que daban a su belleza un extrañó señorío. “Vaya hembra”, se dijo una vez más antes de volver los ojos a la tribuna y volvió a poner atención al revelador discurso del Presidente de México.

Por ello les propongo legislar para que la mentira y la manipulación de la verdad se conviertan en un delito grave que por su penalidad no alcance fianza. En sus manos está el dar un viraje hacia el encuentro con la verdad y hacer de este principio el eje rector de nuestro sistema jurídico y político.

He leído y revisado documentos que han pasado por el escritorio presidencial en los cuales se detalla directa o indirectamente las distintas formas de corrupción. Mis predecesores los conocieron y guardaron silencio con la idea de mantener el statu quo, la calma chicha, la ausencia de la verdad. Ninguno se atrevió a combatir sin reservas ese cáncer social porque, arguyeron, hubiesen tenido que suspender las garantías individuales para enjuiciar a todos los funcionarios públicos corruptos y también a sus cómplices; e incluso, dependiendo de los daños que hubiese causado su comportamiento, establecer la pena de muerte, únicamente para aquellos servidores que traicionaran al pueblo que les brindó su confianza y puso en sus manos su destino.

—Jefe, estoy borracha o hay en el recinto dos diputadas gemelas —dijo por el radio Lupe—. La primera ingresó hace un minuto y la otra acaba de entrar por otro de los accesos…

            — ¿Estás segura? —preguntó Hidalgo al tiempo que miró los monitores de la cámaras de seguridad para ubicar a la segunda diputada.

            —Lo estoy porque nunca olvido los rostros; menos los bellos como el de la diputada Wood —confirmó Lupe.

            — ¡Ya! Ya la ubiqué —dijo Hidalgo—. En efecto parece un clon de la diputada Minerva. Opera de inmediato el plan Halcón 1. Que aborden a las dos, pero sin que haya escándalo. ¡Muévete! ¡Muévanse! ¡Anúlenlas! ¡Una está en la fila eme, junto al pasillo 2 oriente! ¡La otra en la ele, pasillo 4, lado poniente! —fue la orden que escucharon los guardias a través de su “chícharo”.

            Cuatro hombres y cuatro mujeres se levantaron de las curules que se les había asignado. Divididos en dos grupos de parejas se dirigieron a los lugares donde estaban Mireya y Minerva. Recorrieron los pasillos del recinto sin mostrarse urgidos o preocupados. Su aparente tranquilidad mantuvo el operativo en la discreción que requería el momento.

El problema, señoras y señores, amigos y colaboradores, es que no alcanzarían los seis años para enjuiciar a todos los criminales.

Hoy el panorama es peor que el de hace tres décadas. México padece el poder de las mafias del narcotráfico; su territorio está prácticamente controlado por sicarios y narcotraficantes cuya riqueza les permite comprar conciencias, maniatar autoridades y comprometer gobernantes. En este caso la pena de muerte no resolvería el problema debido a que esos delincuentes viven retándola; saben que su destino está tan bien definido que ninguno de ellos podría asegurar que llegará a viejo. La ejecución prescrita por la ley sería una medida drástica sí, pero poco o nada efectiva.

Lo que funciona es la unidad popular contra cualquier tipo de delincuencia. De ahí que mi convocatoria, que baso en la verdad, incluya y convoque a los poderes de la Unión para que diseñen el plan rector que habrá de servir a todas las instancias y niveles de gobierno. Se trata de emprender la campaña más intensa y larga de la historia cuyo objetivo sería eliminar al crimen organizado y, al mismo tiempo, establecer los mecanismos para impedir que persistan y existan las células del delito así como las condiciones para que éste prevalezca y prolifere:

Una de ellas, la urgente, es la reforma educativa transexenal.

Otra, el trabajo suficiente y bien pagado, intención que exige un programa de productividad y competitividad.

La tercera acción consistirá en profesionalizar los cuerpos policiacos y apoyarlos en su labor con el fin garantizar el éxito de nuestro programa de investigación preventiva universal manejado por representantes del gobierno y la sociedad.

La cuarta se basa en promover la cultura con un objetivo preciso: dar al pueblo lo que demanda, o sea alternativas de desarrollo personal y familiar.

La propuesta general incluye modificar los códigos para que el Estado tenga facultades e incaute dinero, acciones, bienes inmuebles, obras de arte, cuentas de cheques, empresas y propiedades de quienes sean confesos del delito de delincuencia organizada, incluidos el lavado de dinero y la corrupción de los funcionarios públicos. Si ustedes, señores y señoras legisladores, así lo legislan, la riqueza proveniente del delito tendría que aplicarse a los programas sociales del gobierno mexicano.

A partir de hoy la transparencia será la columna del gran edificio de la República.

El Presidente volvió a beber agua. Dejó el vaso junto al atril y se tomó unos segundos para recorrer los rostros de los invitados a la toma de posesión. Animado por la expectación que causaron sus confesiones prosiguió:

Con base en la transparencia que se sustenta en la verdad, informo a ustedes y al pueblo de México, que en este momento los aeropuertos y las carreteras están controlados y vigiladas por el ejército. Se trata de impedir que escapen a la acción de la justicia más de doscientos funcionarios a los que se les comprobaron delitos de corrupción, omisión y connivencia con los delincuentes y asesinos que han puesto a México en el peor de los escenarios de su historia: hace tres meses inició sus labores de investigación y consignación de expedientes, el cuerpo de inteligencia cuyos integrantes son profesionistas de alto perfil y comprobada honestidad.

Cuando Minerva y Mireya Wodd Armendáriz trataron de reaccionar, los agentes ya las habían inmovilizado, a la primera con una inyección que prácticamente la paralizó: lo único que pudo mover fueron sus enormes ojos grises que parecían protestar por la violación de su fuero. Y a la segunda le aplicaron una descarga eléctrica en el estómago. La distancia entre ambas acciones permitió al personal de Juan Hidalgo operar con el cuidado y la parsimonia que les ayudó a no alterar a los legisladores que se encontraban azorados por las revelaciones del nuevo mandatario. Sacaron a Mireya del recinto con el pretexto de que había sufrido un ataque nervioso. Lo mismo ocurrió con Minerva. No hubo ningún movimiento que llamara la atención. Nada ni nadie interrumpió al Señor Presidente”.

Se reformará el esquema de seguridad nacional para que los mexicanos se sientan seguros y confíen en las medidas preventivas que permitan el fortalecimiento de la paz social. Esta soberanía recibirá la iniciativa correspondiente.

Una vez que me ponga de acuerdo con los ministros y jueces de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, propondré cambios a la Ley Orgánica del poder Judicial. La intención es agilizar los procesos de impartición de justicia y eliminar ficciones jurídicas que favorezcan interpretaciones violatorias de los derechos de las personas.

La banca nacional se someterá a controles estrictos, tanto nacionales como internacionales. Las instancias respectivas se coordinarán con las organizaciones no gubernamentales con el fin de evitar que el lavado de dinero forme parte de los negocios financieros que han permitido la proliferación de enormes monumentos inmobiliarios a la corrupción.

Señores legisladores: ministros, magistrados y jueces del poder Judicial; gobernadores y presidentes municipales; ciudadanos:

Ratifico la postura del gobierno que presido sobre no mirar hacia atrás excepto cuando de castigar delitos se trate.

El aplauso de los asistentes interrumpió a Rodrigo del Campo Santiesteban. Éste quedó impávido en espera que cesara la ovación. Una vez que se hizo el silencio continuó:

Ahora permítanme algunos comentarios personales, historias para muchos de ustedes desconocidas:

Hace poco más de una década mis padres cayeron víctimas de los sicarios del poder económico que resultó afectado por la política energética del gobierno mexicano. Eran tiempos de rencillas y venganzas irracionales. El ciclo de vida de esos y otros criminales, la mayoría fallecidos de muerte natural y en condiciones de privilegio, exhibe lo que es una constancia irrefutable de que en México la impunidad formó parte de acuerdos violatorios al estado de derecho.

En los años que trascurrieron después del asesinato de mis progenitores, tuve el apoyo del cardenal Miguel Torres de Santa Cruz y Asbaje, aquí presente. Con su sabiduría él me indujo a adoptar el consejo de Lucas. El santo católico dijo en su parábola: ‘Ninguno que empuñe el arado y luego mire hacia atrás es bueno para el Reino de Dios”.

Entonces lo escuché con amor filial y grabé cada una de sus palabras en mi inteligencia laica.

Los senadores que rodeaban al prelado voltearon a verlo curiosos y sorprendidos por la referencia personal y religiosa que de él había hecho Rodrigo. El cardenal simuló no darse por enterado y se mantuvo firme. Sabía que su trayectoria en la Curia romana le había generado el respeto y la admiración de sus paisanos. Era un hombre mayor sí, pero vigoroso, sano e inteligente. Como rebasaba la edad autorizada ya no pudo formar parte del cónclave que elegiría al sucesor del Papa americano fallecido días antes en los brazos de él, Miguel Torres de Santa Cruz y Asbaje, su amigo y confidente.

Ahora me baso en mi obligación republicana para ante ustedes ratificar que como este no es un reino y menos un mandato divino, sólo miraremos hacia atrás cuando se trate de perseguir delitos no prescritos. Con su apoyo podré construir la palanca para impulsar el cambio que permitirá que en México desaparezca la impunidad…

Don Jesús Reyes Heroles dijo que hay que aprender a salir limpios de los asuntos sucios y, si es preciso, lavarse con agua sucia. Muchos de los que forman parte del mandato que protesté cumplir, han seguido el consejo del político mexicano. A varios de ellos les asigné la responsabilidad de coordinar las acciones cuyo objetivo es mejorar el prestigio del gobierno y por ende de México. Les anticipo que pasaremos por un proceso paradójico dado que vamos a utilizar la riqueza mal habida para quitar las manchas y recuperar el prestigio de la institución republicana.

Como lo habrán percibido, requiero de su apoyo y espero su comprensión.

¡Viva la Patria. Viva México!

A la arenga siguió el nutrido aplauso de los asombrados legisladores e invitados, todos puestos de pie. La reacción permitió al equipo de seguridad sacar del recinto a Minerva abrazada por dos mujeres que aparentaron bromear con la diputada: “Vayamos al baño antes de que nos gane la necesidad”, dijeron mientras corrían. Del cuerpo de Minerva cayó un pequeña pistola. El guardia que se dio cuenta usó el pie para impulsar el arma debajo de los asientos. Los aplausos siguieron. Nadie se percató de los movimientos excepto los dos sorprendidos legisladores que estaban junto a Minerva, mismos que se convencieron con el argumento de los agentes: “No se preocupen por ella —dijo uno de ellos—. En cuanto se recupere la regresamos”. Nadie más se dio cuenta de la maniobra.

Las palabras finales del mandatario pusieron en acción a la maquinaria de seguridad organizada por Guadalupe Ramírez y el general Juan Hidalgo, este último preparado en los distintos cuerpos de élite del mundo. La amistad entre Juan y Rodrigo nació cuando los dos estudiaron su posgrado en la universidad de Siena, Italia, estudios apadrinados por el cardenal Miguel Torres, entonces asesor en los asuntos políticos del Vaticano.

Entre otras características de la estructura de seguridad, Rodrigo logró que el Clero creara una red de informantes. Curas, diáconos, monjas, frailes y hasta los obispos del país colaboraban con Hidalgo de acuerdo con las instrucciones secretas del Vicario de Cristo, órdenes supervisadas por Miguel Torres de Santa Cruz y Asbaje. La condición de la Iglesia fue que el gobierno mantuviera en secreto su pacto. “El Santo Padre me ordenó poner a su servicio el poder de la sotana —le había dicho el nuncio apostólico a Rodrigo—. Mis instrucciones son que sólo Usted y la persona que designe conocerán nuestra participación”.

            Lupe y Juan, que habían desarrollado su trabajo e investigaciones desde meses atrás, se comprometieron a cuidar a del Campo sin mediar ninguna consideración o freno moral. Para ellos lo importante era hacer abortar y descubrir el origen de las múltiples amenazas provenientes del crimen organizado, cuyos capos tenían sentenciado a muerte a Rodrigo Del Campo. Empero, gracias a la experiencia de Juan y a la maquinaria humana que éste formó valiéndose de la autoridad delegada por el gobernante, su personal pudo detectar y desarticular dos atentados contra el Presidente, uno antes de que llegara a ocupar el cargo y otro en su calidad de presidente electo.

 

SUERTE E INFIDENCIA

Gracias al arrepentimiento de alguien que abrió su corazón a uno de los ministros de Dios, confesión de culpa que le fue comunicada, Hidalgo se enteró de que alguno de los grupos afectados había infiltrado a la Cámara de Diputados a dos sicarios cuya misión consistía en desestabilizar al país. Contaba con información sobre el plan; sin embargo, desconocía la filiación de los criminales. Ni él ni su grupo imaginaron que se trataba de dos mujeres gemelas, una de ellas la diputada Wood, la otra su hermana y sustituto en algunas circunstancias planeadas con el propósito de que los demás no percibieran sus pequeñas diferencias físicas. Nunca se les vio juntas y nadie supo que la diputada tenía su clon o que el clon tenía su diputada. Ello incentivó la confianza de las hermanas para bromear y festejar en la intimidad su parecido: “Somos las únicas legisladoras con dos personalidades y dos nacionalidades”, decían en tono jocoso. El único enterado del secreto era El Chacal, el hombre que desde las sombras movía al crimen organizado; el criminal encubierto bajo la identidad que él mismo se fabricó valiéndose de donaciones millonarias, obras altruistas, promociones culturales y negocios lícitos; el millonario extravagante que a través de sus gestiones altruistas reprodujo su dinero.

Hasta ese día funcionó bien el sistema de investigación preventiva. A esto se debió que el grupo del presidente Del Campo Santisteban, hiciera abortar varios atentados: Hidalgo obtuvo información sobre esos planes e implementó medidas de vigilancia extremas y por ende eficaces. No obstante, pese al exceso de precauciones, el peligro persistía debido a que no sabían el nombre ni la filiación del cabecilla. De ahí que el riesgo aumentara conforme el gobierno de Rodrigo del Campo Santisteban apresaba y enjuiciaba a políticos y funcionarios involucrados con las variantes de la delincuencia.

Funcionaba bien lo que llamaron el sistema de candados contra la corrupción gubernamental; empero, no transcurrió mucho tiempo para que algún traidor del gobierno preparara el terreno donde, según los planes de “El Benefactor” —como llamaban traficantes y mafiosos a quien controlaba el crimen organizado— debería perpetrarse la venganza.

La diputada Minerva Wood Armendáriz tuvo que bajar su perfil con el fin de preparar su desaparición antes del final de la legislatura. La hermana Mireya ya lo había hecho y seguía siendo un misterio. Ni Guadalupe ni Juan conocían su paradero, incluso llegaron pensar que el jefe máximo de la mafia quiso eliminarla para borrar las huellas que lo pusieran en riesgo. A pesar de ello, ante la duda de que si Mireya existía o no, se quedó abierta la posibilidad de que la mujer hubiera cambiado de identidad, precisamente para seguir con el plan del magnicidio.

Sólo una persona conocía la respuesta a esas y otras interrogantes: El Benefactor, alias que figuraba en uno de los expedientes incompletos del Gobierno.

Lo que ocurrió después forma parte de otra historia, la que sigue…

Alejandro C. Manjarrez