Mariano Piña Olaya
Como ya quedó asentado en la introducción de este libro, la amistad de Mariano Piña Olaya con Miguel de la Madrid, fue determinante para su designación. Ambos estudiaron juntos la carrera de derecho. Y aunque por diferentes caminos políticos, laborales o profesionales, Piña y De la Madrid siempre buscaron coincidir para echarse la mano. La entrañable amistad surgida en las aulas y en las luchas universitarias, obligó el acercamiento constante. Esa vecindad espiritual entre los condiscípulos se acentuó cuando don Miguel fue ungido como candidato a la presidencia de México. A partir de aquel momento Piña Olaya recibió la encomienda de trabajar para ganarse la diputación federal, tener el honor de presidir el primer periodo de sesiones y entregar la banda presidencial a Miguel de la Madrid. Podríamos decir que lo sucedido posteriormente, sólo sirvió de trámite para afianzar la posición política de quien tres años más tarde, sería designado candidato al gobierno de Puebla.
Antes de darse este dedazo, los poderosos grupos políticos se movieron con la intención de impedir el eminente nombramiento de Piña. Lo catalogaron como desarraigado y poco apto para gobernar una entidad tan conflictiva como la poblana. Pero ni la animadversión de la clase política, ni la estrategia puestas en práctica por los grupos antagónicos, pudieron contra la decisión presidencial. Manuel Bartlett, titular de la Secretaría de Gobernación, había trabado una alianza con Piña Olaya de acuerdo –según creo– a las instrucciones de su jefe (“cuídenlo porque lo haremos gobernador” pudo haberle dicho). De ahí que no fructificara ninguno de los intentos escalonados a obstaculizar el obvio nombramiento. Vaya, hasta fracasaron las intervenciones del clero destinadas a influir negativamente en el ánimo de Miguel de la Madrid. A final de cuentas lo único que propiciaron tantos ataques contra el amigo del presidente, fue el ambiente adverso que a la postre le impidió a Piña Olaya ejercer a plenitud su gobierno. Entró asustado y nunca supo cómo desvirtuar los denuestos y chismes que precedieron a su toma de protesta como gobernador de la entidad poblana. Es más, supongo que por tantos golpes el hombre decidió desquitarse de los poblanos a quienes a punto estuvo de dejarlos en la miseria.
Unos decían que la exitosa situación financiera de Piña era un invento que buscaba crearle la fama de millonario. En el ambiente clerical se manejó con insistencia la participación anticristera de algún familiar cercano. Y en todas partes se hablaba en voz baja de su origen guerrerense (después fue tema recurrente en los corrillos políticos).
A pesar de tantos rumores y tan variados obstáculos, Piña Olaya recibió el espaldarazo presidencial, lo cual dejó resentidos, agraviados y ofendidos a varios de los políticos cuyo trabajo, dedicación, entusiasmo y perseverancia les había fortalecido el ego y la esperanza de ocupar el más importante de los cargos estatales de elección popular.
Entre otros quedaron relegados el entonces senador Ángel Aceves Saucedo (quien por cierto se reunió con los mismos empresarios que habían cenado con Piña Olaya), y el alcalde de Puebla Jorge Murad Macluf. El primero, con una extraordinaria trayectoria en el quehacer público y un deseo inocultable por llegar al gobierno estatal, anhelo qué volvió a notársele en las dos siguientes elecciones. Y el segundo con la simpatía e irrestricta confianza de Guillermo Jiménez Morales, gobernador en turno, que durante meses estuvo preparando cuidadosamente las condiciones y el escenario para entregar la estafeta al único hombre que, conforme sus intereses personales, garantizaba la lealtad que anhela todo testador.