Puebla, el rostro olvidado (La campaña)

Réplica y Contrarréplica
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Mariano Piña Olaya

Desde que se iniciaron las actividades del proselitismo político encaminado a ganar votos para el candidato, los campesinos y ciudadanos poblanos fueron sorprendidos por la personalidad heterodoxa del hombre de Champusco. Por ejemplo: el “jet set” poblano (empresarios, comerciantes e industriales con sus esposas) sufrió el impacto de un lenguaje llano, abierto y, para ellos, hasta grosero y altisonante, de quien habría de dirigir su destino político; sus colaboradores fueron sorprendidos por un carácter explosivo que no conocían; los campesinos, tímidos, desconfiados y a punto de perder la esperanza, en muchas ocasiones tuvieron que bailar un ritmo africano o tropical ajeno a sus costumbres, y además soportar a las animadoras de la campaña (muy ad hoc para incentivar las imaginaciones kafkianas, pero definitivamente ofensivas de la sensibilidad de las familias rurales); y varios prominentes hombres de empresa se vieron obligados a emitir mensajes orales sobre Revolución, justicia e igualdad social y agrarismo. Fue, en pocas palabras, una campaña llena de disparates.

A los obreros también sorprendió. En uno de los actos de campaña, el candidato se dirigió a ellos en un acto teatral: se levantó del asiento luego de ser anunciado entre gritos, matracas y porras y caminó lentamente hacia el micrófono. Allí, bien plantado y recorriendo con su mirada los rostros expectantes, en silencio sacó su blanco pañuelo dirigiéndoselo al rostro para sonarse enérgicamente a fin de expulsar el aire nasal con la fuerza de un joven ranchero, y con ese esfuerzo emitir una especie de sonora trompetilla. Para algunos de sus cercanos colaboradores este acto de “magia política” lo acercó espiritualmente a los trabajadores.

Así como los campesinos escucharon frases que seguramente pretendían ganar su confianza, como aquella de que “soy prieto igual que ustedes”, las mujeres, los empresarios, los jóvenes y hasta los niños tuvieron la oportunidad de oír dichos e ideas improvisadas que, en la mayoría de las ocasiones, no lograron su objetivo.

A mi juicio, el desconocimiento del carácter de los poblanos propició acciones poco afortunadas que, al final de cuentas, tergiversaron la intención: en lugar de convencer a los probables electores, estos prefirieron responder con el cómodo, discreto y a veces repudiable abstencionismo.

De este proceso preelectoral surgieron algunos incidentes de lo que sería la primera mitad del mandato Piñaolayista. Destacó la preeminencia de Alberto, hermano mayor de Guillermo Jiménez Morales. Así, sus amigos y colaboradores empezaron a disfrutar el poder antes de que su “padrino” tuviera el cargo de asesor único y plenipotenciario. Poco a poco fueron estratégicamente colocados para después ocupar legislaciones locales y hasta importantes puestos en la administración pública estatal. Pero antes tuvo que verificarse una buena lucha entre poderosos, pelea que el ingeniero Rodolfo Sánchez Cruz (también asesor durante la campaña) perdió ante Alberto Jiménez Morales, a pesar de su experiencia, oficio político, relaciones e incuestionable trayectoria por la administración pública federal. El serrano ganó una estratégica ubicación y la asesoría única (o poder bajo el trono), lo cual le permitió, como ya mencioné, incorporar al gobierno estatal y al PRI a sus colaboradores, familiares y al famoso Amador Hernández (se ganó un lugar en la historia cuando, en su calidad de secretario general de la CNC, propició un enfrentamiento que costó la vida a varios de los copreros guerrerenses). Este personaje, que en alguna ocasión dirigiera la Confederación Nacional Campesina, pudo constatar, después de muchos años de ostracismo, la gratitud de su ex oficial mayor, quien, una vez acomodado en la administración pública estatal, le dio oportunidad de revivir y aparecer en el escenario político poblano y nacional actuando como coordinador de diferentes actos priistas en la campaña presidencial de Carlos Salinas de Gortari.

Alejandro C. Manjarrez