Puebla y sus sombras (Crónicas sin censura 118)

Réplica y Contrarréplica
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“Es imposible hacer entender la razón a aquellos que han adoptado un modo de pensar conforme a sus intereses.”

—Clemente XIV.

“Los dineros del sacristán, contando vienen, contando se van.”

—Dicho popular.

 

¿En qué lugar de América ocurrió la primera manifestación documentada de discriminación racial?

Acertó usted: en Puebla. Aquí se crearon los barrios (el “apartheid”) para que los indígenas pernoctaran fuera de la traza urbana, entonces exclusiva para españoles.

¿Cuál de las organizaciones ciudadanas de la Nueva España pagó para que la Corona le cediera la designación del alcalde provincial?

En efecto, fueron los poblanos del siglo XVI, todos ellos habitantes de la Puebla de los Ángeles. Como usted sabe, cada uno de ellos le entró con su cuerno hasta juntar 20 mil de aquellos pesotes de oro, cuota que puntualmente entregaban para obtener y conservar lo que fue la primera expresión de autonomía municipal.

¿Quién fue el audaz que se disfrazó de cura y ofició misa en la Ciudad de México (y en otras del país), y que, una vez descubierto, tuvo la inteligencia y la habilidad para burlarse de los distinguidos miembros del Tribunal del Santo Oficio?

Martín de Villavicencio Salazar, alias “Martín Garatuza”, poblano de nacimiento, cuyo estilo, entre barroco y “gandalla”, envidiarían varios de los actuales amigotes de la curia. Valga acotar que las aventuras de este personaje inspiraron a Vicente Riva Palacio para escribir su novela titulada Martín Garatuza y que este héroe de “mil misas” acabó sus días abjurando en las galeras de Terrenate, morada final de los mexicanos perseguidos por la Santa Inquisición.

¿Dónde se produjo oro y plata sin que los oidores, el virrey y la Corona se las olieran?

En el territorio poblano, espacio en el cual los comerciantes mineros de la época encontraron la forma de contrabandear el azogue y el mercurio, elementos controlados por la España colonial, que con celo religioso regulaba la producción en América para, obvio, cobrar una buena tajada. Nunca apareció en el registro de minas ninguna de las que existían en Puebla.

¿En qué ciudad los cornudos propiciaron dos milagros, digamos que históricos?

¡Qué come que adivina!

Fue aquí, en el “Relicario de América”. Uno de ellos –cuenta la leyenda– ocurrió cuando cierta dama de la sociedad llevaba tacos, tamales, atolito y dulces a su amor dizque platónico. El marido, que por cierto ya se las olía, la sorprendió en el camino e indignado le preguntó:

—¿Qué llevas en la canasta?

—Flores para el Señor de las Maravillas —respondió la acongojada mujer.

El desconfiado y celoso cónyuge presto destapó la vianda, encontrando que en su interior había un colorido ramo de flores.

El otro milagro, en este caso laico, está escrito en uno de los madrigales más bellos –inspiración de Gutierre de Cetina–, dedicado a la esposa de cierto poderoso caballero que, con el ánimo de desquitarse de la afrenta, pagó para que sus esbirros mataran al poeta. Por fortuna, falló aquella venganza y la poesía vivió.

¿Quiénes recibieron en catedral, bajo palio y con sendos arcos de flores, primero al general Winfield Scott –el invasor norteamericano que impávido observó cómo morían los cadetes del Colegio Militar–, y poco después a sus altezas serenísimas Maximiliano y Carlota?

Ya no es sorpresa. Fueron los conservadores y coletos angelopolitanos, cuyo líder moral fue nada menos que el culto, políglota, literato y donante de la estatua de Carlos V (El Caballito), don Alejandro Arango y Escandón, miembro conspicuo de los notables que en asamblea acudieron solícitos y galantes a Miramar para ofrecer el trono de México al príncipe austriaco.

¿Quién fue el héroe mexicano que le dijo a Benito Juárez que el problema de México no eran los franceses, sino los reaccionarios poblanos?

Es una pregunta sin chiste: el general Ignacio Zaragoza, flagelo de los “franchutis”, atacado por una terrible fiebre tifoidea que, sin respetar su jerarquía republicana, le quitó la vida seis meses después de la esplendente batalla del 5 de mayo.

¿Cuál fue el primero de los gobernadores de México que se pasó por el arco del triunfo la Constitución Política de 1917?

Se llamó Alfonso Cabrera Lobato (hermano de Luis). Su decisión estuvo aprobada por los empresarios poblanos, entonces disconformes con los logros en materia laboral. Incluso echaron abajo lo que fue su primera repercusión legal, plasmada en la Constitución de Puebla, gracias a la vocación social de los diputados constituyentes del estado.

Hubo una paradoja: ese “éxito” dio vida, fuerza y presencia a la primera asociación patronal del siglo XX, punta de lanza o cabeza de playa del conservadurismo poblano que, a la fecha, sigue dando de qué hablar.

Como estos hechos –algunos de ellos sombríos– hay muchos más que nos dejan ver cómo ha influido en la vida pública la derecha poblana. Pero, por ventura, también tenemos cientos de intervenciones que con sus luces compensan con creces esta sotánica influencia (la falta de espacio me obliga a dejar los ejemplos para otra entrega).

Lo preocupante (de ahí las referencias que acaba de leer) es que, debido al triunfo de Vicente Fox, la derecha ya sacó sus uñas (ver declaraciones de Manuel Díaz Cid, El Financiero, 7 de octubre), a pesar de lo dicho por Leonardo Sandri, representante del Vaticano en México (“El laicismo debe continuar en la vida pública y social del país…”).

Pareciera, pues, que elevan sus oraciones para que en México la casulla vuelva por sus fueros y la Santa Tiara dirija la política del próximo presidente de la República.

En virtud de que son más las luces que las sombras, hay que esperar que otra vez vuelva a fracasar esa estulta, decimonónica y peregrina intención.

Alejandro C. Manjarrez