Gilberto Bosques y las Mujeres Revolucionarias de Puebla

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Gilberto Bosques fue y es un hombre de su época, como Ignacio Ramírez El Nigromante, demostró que nuestra nación es libre y que a ella pueden acudir todos los hombres que anhelen ese estado natural y primigenio...

 

En la sesión pública solemne celebrada el jueves 8 de septiembre de mil novecientos ochenta y ocho, siendo presidenta del Congreso la que esto escribe y secretarios Jorge René Sánchez Juárez y Saúl Coronel Aguirre, se dio lectura al decreto que disponía se inscribiera en el salón de sesiones del Honorable Congreso del estado el nombre del profesor y embajador Gilberto Bosques Saldívar.

En esa sesión y ante la presencia del distinguido prócer de nuestra historia, leí lo siguiente:

Aún se oía el quejido sentimental de la patria ofendida por el comportamiento de algunos de sus hijos que adoptaron la bandera del invasor, cuando Gilberto Bosques vio la primer luz el 20 de julio de 1892.

La vida de este ilustre poblano se inició entre la luminosidad del talento de sus padres y la herencia patriótica de Antonio Bosques, su abuelo, que peleó en la guerra de tres años, contra la Intervención francesa y el Imperio de Maximiliano.

Aprendió las primeras letras escuchando la melodía que brota de la experiencia y el amor materno. Doña María de la Paz Saldívar le transmitió, además de los valores morales y la reciedumbre que distingue a los hombres valerosos y verticales, el respeto que merece el género humano.

Todavía era un niño que empezaba a sacudir sus alas en el nido de las flores mixtecas, cundo allá en el suelo que lo vio nacer, en Chiautla de Tapia, sus paisanos ocasionaron los primeros calosfríos y malos presentimientos al dictador Porfirio Díaz. El gobierno inició entonces la persecución entre los insurrectos y puso en práctica el crimen como método para acallar las protestas de un pueblo oprimido, vejado y maltrecho.

Aquel niño de diez años pudo presenciar el 3 de mayo de 1903, como el temido y perverso alférez Ignacio Contreras, eficaz soldado del ejército de la dictadura, asesinaba a varios chiautecos que se habían sublevado contra la oligarquía criolla.

Allí en esa tierra caliente con noches de obsidiana traslúcida, como el propio Bosques la define en su prosa histórica, los revolucionarios anónimos se encontraron cara a cara con la muerte, mostrándole al hombre tierno que ese paso final es una de las formas heroicas de consagrarse a la patria.

Quizá ese vigoroso ejemplo, o tal vez la herencia genética o la educación familiar que recibió en el paisaje seco, duro, áspero, solemne y grande pudieron ser la causa que impulsó al entonces joven estudiante normalista, de 17 años, a cambiar la dulzura del hogar, por los riesgos que conlleva la búsqueda de la justicia social. Sin duda que fueron estas y otras vivencias la forja espiritual de su recio carácter que brilló en Europa al salvar miles de vidas de la fanática persecución a los judíos y las venganzas y asedio fraticida del fascismo franquista. 

Pero antes de dejar constancia en el exterior de su pasión y anhelo libertario, Gilberto Bosques se había declarado enemigo de la dictadura porfirista, acompañando en esa misión al prócer Aquiles Serdán. Su ánimo revolucionario le impulsó a seguir en la lucha contra las actitudes feudales y las inclinaciones decimonónicas, junto a Venustiano Carranza participó en varias acciones bélicas, y ya dedicado a transmitir los beneficios de la Revolución, se trasladó a Tabasco, donde por el cuartelazo contra las autoridades constitucionalistas, tomó las armas para defender la plaza de Huimanguillo y resistir con sus compañeros hasta que las fuerzas carrancistas recobraron el Estado.

El aprender las primeras letras en plena naturaleza tropical, con todos los recursos vivos y como él mismo lo reconoce, por la abnegación de su madre, le permitieron obtener el máximo galardón estudiantil, recién incorporado a los estudios formales. Asimismo, su incursión en la docencia, donde por cierto realizó un relevante papel; orientó su esfuerzo a la organización del primer Congreso Pedagógico Nacional, realizado en marzo de 1916, y que significó la primera tentativa para reformar la educación en México.

Al igual que los hombres importantes de la cultura de Puebla y del mundo, Bosques se expresó en este campo sin menoscabo a a su vocación política y sin contradicciones. Interpretó con su vigor nacionalista la herencia de literatos como Beristain y Souza, el primer bibliófilo mexicano; la vocación liberal del jurisconsulto José María Lafragua, el talento de Joaquín Ruiz, el demóstenes poblano; el humor y la sátira cervantina de Pérez Salazar y Venegas; y la cadencia romántica de Manuel M. Flores.

También representó a Puebla en el Congreso de La Unión, donde brilló por la dignidad que impuso a la función legislativa. La solvencia de sus inquietudes sociales, políticas, económicas e internacionales, quedó impresa en sus artículos publicados en la revista Economía Nacional y el periódico El Nacional, órganos que dirigió poco antes de ingresar al servicio exterior, a donde llegó ya con profundos conocimientos de política internacional. Sus editoriales sobre asuntos económicos mundiales enriquecidos con la información que le proporcionaban los consulados de México en el mundo, se transmitieron a través de la estación de radio de la Secretaría de Comercio.

Gilberto Bosques fue y es un hombre de su época, como Ignacio Ramírez El Nigromante, demostró que nuestra nación es libre y que a ella pueden acudir todos los hombres que anhelen ese estado natural y primigenio. México con Bosques, abrió sus puertas a los perseguidos del feudalismo, de los rencores del fanatismo, de la estulticia fascista y de la bota opresora del militarismo. Ayudó a que parte de la humanidad encontrara en tierra azteca las libertades para el saber, las profesiones honrosas, los cultos, los goces de la familia y la benevolencia de un país en pleno desarrollo, joven, vigoroso y agitado por su empuje progresista.

Allá en el viejo mundo, desde París, donde fungía como cónsul general al estallar la segunda guerra mundial, el profesor Bosques tradujo su experiencia y vocación revolucionaria en una labor humanitaria. Los perseguidos españoles, judíos y franceses miembros de la resistencia, encontraron la mano diplomática mexicana tendida sin condiciones. Y gracias a la capacidad negociadora del mexicano que logró arrancarle al gobierno francés dominado por Alemania, las garantías del derecho de asilo, muchas familias en el mundo viven orgullosas de México y de su dignidad diplomática.

Pero para Bosques la vida había reservado momentos que enaltecieron su presencia en el ámbito internacional. El führer ignorante de la ética diplomática, lo apresó junto con su esposa e hijos y lo mantuvo como rehén más de un año, en esta etapa de su vida, Bosques volvió a demostrar la reciedumbre de su espíritu, de la raza, de la estirpe guerrera fraguada en la tierra caliente del sur de Puebla. No se amilanó. Por el contrario, demostró al mundo representado por sus compañeros de cautiverio, la grandeza de la cultura, del arte y de la historia de nuestra gran nación.

Terminado el cautiverio y después de una breve estancia en su patria, Bosques retornó a Europa con el deseo de continuar y concluir su labor a favor de los refugiados españoles, que anhelantes de encontrar la libertad y a pesar del acuerdo entre Franco y el Primer Ministro Portugués Salazar, respecto a devolver a los españoles que intentaban escapar del buitre que se posaba sobre España, buscaron y encontraron en el chiauteco una nueva oportunidad para vivir sin el yugo fascistoide.

En Suecia como embajador, demostró al mundo los tesoros artísticos prehispánicos, coloniales y modernos de México. Los suecos tuvieron el privilegio de recibir lo que fue la última y gran exposición que nuestro país ha montado en el extranjero. Y su Rey, un arqueólogo y hombre de ciencia connotado, reconoció el esfuerzo y abnegación cultural del mexicano, concediéndole la máxima condecoración reservada para los nacionales de aquel país. Durante cuatro años, 1949-1953, el embajador Bosques, realizó una importante campaña que hizo trascender la cultura de México a los lugares más apartados del orbe. El Chacmol ganó los espacios de la prensa europea, y las pinturas de la época colonial, las joyas precolombinas y el arte pictórico de Siqueiros, así como las expresiones artísticas culturales, cautivaron incluso a los más fríos y escépticos europeos.

Al término de su gestión diplomática en Suecia, el gobierno de la República lo envió a la entonces Cuba de Batista. En la isla encontró a uno de los más funestos dictadores del siglo, cuyo recelo contra lo mexicano se fue mostrando poco a poco conforme Bosques testificaba la prepotencia de un régimen expuesto a la fermentación revolucionaria.

Seguramente recordaron al embajador el asedio del espionaje alemán. El germen de la Revolución cubana se había convertido en un fruto a punto de madurar. En México, según la historia documental del propio Bosques, los cónsules de Batista reportaban asustados aquello que consideraban actividades subversivas, ya que en todo el territorio mexicano se sentía, la vibración del fogoso y libertario espíritu de Martí, presente en cada uno de los corazones cubanos que habían encontrado abrigo en el valle del Anáhuac.

Gilberto Bosques continuó representando a México durante el primer lustro del gobierno de Fidel Castro. Fue testigo de la marcha a contrapelo del nuevo régimen cubano. Y le tocó el privilegio de ser el Embajador del único país que se declaró en contra del proyecto de resolución presentado en la Organización de Estados Americanos para aislar a Cuba.

Su retiro de la actividad en el servicio exterior se presentó cuando contaba con 74 años de edad, no por considerarse cansado o débil, pues su fulgurante inteligencia aún se conserva, sino porque, como lo apunta Rodolfo Bucio en el prólogo de la Historia de la Diplomacia mexicana, decidió volver a la práctica de sus convicciones en privado, entendiendo, como buen negociador, que las condiciones políticas no eran las propicias para continuar expresándose con toda libertad.

Por los servicios prestados a la patria, ha recibido la Medalla al Mérito Revolucionario; Primera y Segunda clase; la Legión de Honor Mexicana, y se ha hecho merecedor en el extranjero a: La Gran Cruz de la Orden militar de Cristo, Portugal; La Gran Cruz de la Orden de la Estrella Polar en Suecia; Maestranza de la orden de Liberación de España, República Española en el exilio; la Banda de la orden de la Bandera Yugoeslava, Yugoeslavia; Estrella de Oro de la Amistad de los Pueblos, la República Democrática Alemana, donde por cierto existe una calle que lleva su nombre; la medalla Lázaro Cárdenas del Río, de la Universidad de Colima al Mérito Universitario.

Gilberto Bosques Saldívar, único sobreviviente de la Constitución del Estado de Puebla, se encuentra con nosotros en este recinto, como en aquellos días cuando formó parte del famoso Cuadrilátero, que agrupaba a los cuatro diputados progresistas de la Vigésima Tercera Legislatura Constituyente. Su viva presencia nos remonta a esas fragosas sesiones en las que, con el apoyo del pueblo sentado en las galerías y abarrotando el patio en las calles adyacentes, él y sus compañeros ganaron para los poblanos el honor de ser los primeros en reconocer para los trabajadores el salario mínimo y el reparto de utilidades, y para los campesinos la distribución social de la tierra. 

Su determinación en la lucha para lograr la justicia; su coherencia en la defensa de los principios ideológicos de la Revolución Mexicana; su verticalidad e integridad como servidor público, como representante popular y como diplomático; su obra y su dedicación patriótica, le han ganado el reconocimiento de los poblanos y el mérito de que su nombre quede inscrito en los muros del Honorable Congreso del Estado de Puebla.

En representación de ésta Quincuagésima Legislatura y como justo homenaje de admiración y reconocimiento del pueblo de esta entidad federativa, hacia el ciudadano profesor y embajador Gilberto Bosques Saldívar, diputado constituyente, precursor de la Revolución y diplomático distinguido, me voy a permitir develar el nombre de tan ilustre poblano.

Al concedérsele el uso de la palabra Bosques manifestó:

A las superiores autoridades de mi Estado, a la Presidencia de esta Asamblea y a los señores diputados quiero decirles que apenas puedo contener la emoción. Estoy abrumado por tan alto honor: el Decreto por el cual se inscribe mi nombre en este recinto y encontrarme ante la representación genuina del pueblo de mi estado.

La vida me ha permitido llegar a esta edad excesiva. Soy hombre a quien todas las cosas empiezan a dar rostros, señales y pañuelos de despedida. 

Yo soy poblano, poblano de nacimiento, poblano de formación. Nací en una Villa que tiene una historia Heróica, una paternidad histórica que mucho honra a un pueblo. De mi villa natal en donde nací en una risueña casa inclinada sobre un flanco de la barranca del Ojo de Agua. Nací en la entraña misma de aquella villa y pasé mi infancia entre aquel paisaje del trópico, elocuente medio formativo de la plástica del paisaje. Nací allá y lo recorrí toda la extensión de lo que entonces era el distrito político de Chiautla.

Me impregné de todo el vigor, el pluvio, la elocuencia, la palabra del agua y de las montañas. Primera formación a la que generosamente se ha aludido. Y después estuve en esta ciudad como estudiante. Y aquí acabé de formarme por la virtud mágica de una ciudad como ésta, hermosa, prócer; ciudad en aquellos días límpida como ahora, con una atmósfera y transparencia que solamente he encontrado en alguna parte de Europa. 

Aquí me formé en la lucha estudiantil, de esfuerzo y por la causa del pueblo. Es por eso que hoy es una satisfacción muy grande para mí comparecer ante los representantes del pueblo de mi estado y compartir con ustedes este recinto, donde hace 71 años se firmó la Constitución Política del Estado Libre y Soberano de Puebla. Los hombres que ocuparon esos sitiales venían de muchas partes de nuestro estado, desde las montañas del norte hasta las montañas del sur, desde los llanos, desde la parte central de Puebla. Algunos dejaron el campo de combate —o lo habían dejado ya. Otros venían de la cátedra, de la escuela primaria. Todos ellos estaban con una convicción y además emocionados por servir a los que entonces era la causa del pueblo, con acento muy grande y muy hondo.

Quiero en esta ocasión rendir un tributo a aquellos que ya no están y que aquí estuvieron; hombres todos que pusieron su voluntad; que pusieron su inteligencia y su corazón en la labor que nos fue encomendada. A hombres que venían directamente del pueblo, como todos ustedes, representando la voluntad del pueblo, sirviéndole en un momento histórico de gran intensidad. Quiero pues recordarlos aunque no a todos por sus nombres, en su conjunto, como un tributo a la memoria de esos hombres porque, como ya se ha dicho, la memoria es un órgano del corazón.

Y también quiero rendir un tributo a mi villa natal por la época en que me formó. Y a esta ciudad magnifica que también me dio muchos dones de formación personal. Asimismo reconozco la actualidad social de mi estado. Pido a los señores diputados lleven por la extensión de los distritos que representan, el saludo de un hijo del estado de Puebla, del poblano que solamente ha tratado de servir en la mejor forma, a su estado, a su patria y por extensión a la humanidad. Muchas gracias. Me siento honrado en grado sumo.”

Por la relevancia de este prócer poblano me parece importante compartir con los lectores el mensaje que poco antes, el 8 de septiembre de 1987, envió para que fuera leído por mí en la tribuna del Congreso Poblano durante la conmemoración del 70 aniversario de la Constitución Política del Estado de Puebla. En ese mensaje se refirió a la participación de las mujeres poblanas.

Soy un sobreviviente de cuantos formaron la XXIII legislatura Constituyente de 1917. De esos poblanos, todos ellos con rango eminente de ciudadanía, apenas me atrevo a dar un breve perfil de su tránsito. Algunos llegaban de la revolucionaria contienda armada; otros de la vibrante tribuna del pueblo; otros, maestros, de las primicias de esperanza de la escuela elemental o de la cátedra; otros más de los campos de labranza con vendimia de clamor campesino y otros con el mandato categórico de los obreros. El afán era uno: servir con la ley las erguidas y, por aquellos días, exigentes demandas populares. En verdad estaba el pueblo en su corazón.

En la prócer ciudad de Puebla los ámbitos humanos se alimentaban con voces optimistas, de alientos y voluntades encaminadas hacia la imagen de un alto destino para nuestro estado, para nuestro país.

Desde 1909 se aventuraba el propósito de lucha política contra la caduca dictadura de los treinta años. La actitud antirreeleccionista y en su fondo y trasfondo, los vislumbres de una necesaria revolución armada. Y al mismo tiempo que se organizaban clubes políticos, se empezó a conspirar. Bandera antirreeleccionista con íntimas ondulaciones bélicas. Los jóvenes estudiantes, los obreros, los hombres de mayores edades y las mujeres de mayores virtudes conspiraban.

En la voz de mujer que leerá este mensaje van los nombres de aquellas mujeres poblanas que pusieron su luz en los albores de la Revolución.

Las antiguas calles de Espíndola y del Muerto formaban una esquina donde estaba la carnicería ‘El Cisne’. Sus propietarios Melitón y Andrés Campos, hermanos los dos y dueños de la pasión patriótica. Allí se conspiraba. Llegaban allí Porfirio del Castillo, Fernando Arruti, Joaquín Cruz, Marcial Cisneros, Faustino Rosas, Miguel Mácuil, Enrique Pinto, Ricardo Cotzal, Alejandro Sánchez, Jesús J. Carrillo y otros más, como el gran revolucionario tlaxcalteca Juan Cuamatzi.

Con aquellos hombres conspiraban las mujeres. Grupo estelar. La hora de la hazaña en la inflexión cordial de la mujer.

Allí, Juana Morales, Isabel Jiménez, María Reyes. María Velazco de Cañas, María espíritu de Campos.

Por todas las arterias de la ciudad, por todos los rumbos, por todos los barrios: La Luz, El Carmen, Analco, Santiago, El Parián, Xonaca, Xanenetla, San Ramoncito y el Obraje de Lomba andaban los pasos cautelosos o apresurados de Alberta Cuevas de Rosales, de las hermanas Ignacia y Genoveva Vázquez, de Margarita Jiménez, de Guadalupe Alcérreca de la profesora Herlinda de Puebla; de las hermanas Enriqueta, Hortencia y Natalia Cuesta y de Celsa, Micaela y Delfina López; de las profesoras Aurelia Vaca, Carlota Ramírez y Aurelia Baéz y Dolores y Luz Betancourt, Luz y Guadalupe Mejía, Rebeca Crespo, y de Carmen, María y Pilar Leyva. ¡Cuántas hermanas en esa comprometida tarea de riesgos evidentes, de anhelos en diseño!

Era del conocimiento público y policiaco, la actividad sin tregua de las hermanas Rosa, Guadalupe y María Narváez, esforzadas, inteligentes tenaces, irreductibles, pródigas de palabra persuasiva y entusiasta. Rosa y Guadalupe fueron encarceladas varias veces; salían de prisión, amonestadas y “advertidas de castigo mayor”. Pero seguían con redoblada decisión de lucha. Al lado de ellas y en pareja actividad y con la misma voluntad diamantina, andaban la ciudad y los poblados vecinos la profesora Paulina Maraver —discreción, habilidad, talento— y la normalista Ana María Zafra.

Esas jornadas de mujeres revolucionarias culminarían en la proeza luminosa de Carmen Alatriste viuda de Serdán, de Filomena del Valle de Serdán y de Carmen Serdán. Nombres estos de proeza épica para la voz perenne de la historia.

No son todos los nombres de las mujeres que fueron gentiles precursoras de la revolución de 1910. Otros nombres se han quedado en esa ‘negligencia de la memoria que es ingratitud…‘ y olvido para siempre. Que los que en esta vez sean pronunciados estén por momentos en el mismo recinto en que otro esfuerzo revolucionario formuló la Constitución Política, en el año memorable de 1917.

Aquellas heroínas, que en iguales afanes tuvimos el privilegio de conocer, son para la evocación de hoy un deber de conciencia, de homenaje, de gratitud, y de admiración. 

Hemos vivido esos tiempos intensos de nuestra historia. Algunos como yo han pasado ya sin llegar a las nóminas de la historia. Pero tenemos todavía la palabra para decir que la mujer revolucionaria de aquellos entonces, debe ser inspiración en el ánimo de los que tienen los vigores de la juventud, de los que poseen fecundo pensamiento, experiencia, lúcido saber y el tiempo de la patria es su tiempo.

Por sus montañas, por sus altiplanos floridos, por sus nieves cimeras, por sus volcanes. México es una Patria vertical. Ha creado hombres y mujeres, con su estatura, con su dignidad, con los fuegos del heroísmo y los vuelos aquilinos hacia el mañana sin fin. La esperanza de un pueblo germina cuando el futuro llega a determinarse por la grandeza del pasado. Los dos términos ciertos de la vida.

Con nuestra herencia revolucionaria podemos reclamar que las oscuras fuerzas de la reacción enemiga sean vencidas por los hombres y las mujeres que llegan, que vendrán para salvar a México, así sea con el mayor precio de sangre.

Manola Álvarez Sepúlveda