Se sabe que Manuel Bartlett Díaz es un político respetuoso de las reglas del juego. No hace nada que vaya contra las costumbres establecidas por el presidencialismo mexicano. Se impuso la disciplina de confiar en su gente, actitud que le ha ganado popularidad y aprecio entre sus subordinados. Pero así como le cuesta trabajo contratar personal, se le hace mucho más difícil prescindir de quienes fallan.
El ejemplo de su bonhomía política se encuentra presente en varias posiciones del gabinete actual en el que –curiosamente– nadie ha sido removido, a pesar de los errores, excesos, tonterías, egoísmos, equivocaciones, mañas y olvidos, todos siguen en la nómina y agendas por discutir y nadie ha sido degradado o promovido a puestos de elección electoral.
El funcionario de más confianza, como usted ya sabe, es don Jesús Hernández Torres. Su eficiencia, dinamismo, talento, comercial, experiencia, simpatía, capacidad, elegancia y relaciones en los mejores círculos financieros y altos ambientes sociales, le han ganado la fama de ser la mano derecha o factótum del gobierno poblano. Sus compañeros de gabinete, sin excepción, lo cortejan para ganarse su buena voluntad y un aliado. Saben que una palabra suya, una queja, un gesto o una seña, podrían ponerlos en el más bajo de los niveles de la confianza del Ejecutivo.
El segundo en la escala es nada menos que Mario Riestra Venegas, cuyo espíritu burocrático ha chocado con las promociones económicas, industriales, comerciales y financieras de don Jesús. En las relaciones públicas locales, don Mario se desarrolla sin enemigo, pero no ha podido integrarse con los sectores locales a pesar de que los intereses de éstos sustentan su trabajo. Ha trascendido pues, que cuando don Chucho pega hay que aguantarse.
La secretaria de Finanzas tiene dos cabezas importantes, la del titular José Luis Flores Hernández y la del subsecretario Mauro Uscanga Villalobos. El primero piensa, programa, presenta y tramita todo lo relacionado con ingresos, impuestos, participaciones. Y el segundo está encargado de controlar los egresos para que el gobierno no solo cumpla con la ley sino que, si se puede, tenga un superávit que permita ampliar partidas y apoyar proyectos especiales.
Los asuntos que con frecuencia ocasionan más desgaste que adornos públicos recaen en el secretario de gobernación Carlos Palafox Vázquez, cuya discreción política ha confirmado la confianza que lo llevó al cargo.
Esos son los buenos del gabinete, el resto de los secretarios luchan por ganar puntos a su favor y otros rezan para que crezca la bonhomía del gobernador.
Entre los luchadores destacan el secretario de Cultura, Hector Azar Barbar ciudadano empeñado en rescatar (prácticamente con saliva) la tradición que hizo de Puebla cuna del arte y del saber. Eduardo Vásquez Valdez, titular de la secretaría de Salud, que ya no ve lo duro sino lo tupido, y Juan Antonio Badillo Torre, de Educación Pública cuya inexperiencia en el quehacer público le obliga a trabajar a contrapelo.
Finalmente aparecen el grupo de veladoras quienes, a juicio de la comunidad, les quedó grande el puesto. A él pertenecen la dama Martha Gamboa Cerdán y el viajero Jorge Freyre Jácome (aunque no es secretario así se siente) y varios subsecretarios que no dan el ancho. Supongo que ellos tienen encendidos hasta los cirios pascuales con la esperanza de que el gobernador siga atrapado por su nobleza, sentimiento que hasta hoy le ha hecho excederse en oportunidades con sus colaboradores.
Por ello–creo– el pueblo, los olvidados, esperan que don Manuel se indiscipline consigo mismo renueve, poblanice, y de más consistencia a su gabinete.
19/X/1994