¿Hacia la grandeza de Puebla? (Crónicas sin censura 43)

Réplica y Contrarréplica
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La protesta rendida ayer por los nuevos candidatos del PRI ante su máximo líder nacional nos obliga a reflexionar, debido a que varios de los futuros representantes del pueblo coinciden en una peculiaridad: están totalmente desvinculados de quienes habrán de representar en el Congreso

¡Qué Dios nos agarra confesados!

     La grandeza y prosperidad que durante la colonia hizo de Puebla la segunda ciudad de la Nueva España, se cimentó en la polarización de la sociedad. La clase gobernante estaba constituida por la crema y nata de los poblanos, incluidos descendientes de encomenderos, clérigos politizados y uno que otro simpático y rico comerciante. Los indios y esclavos de color formaron el estrato más miserable. Y los ricos hacendados –la gente bonita de la época– fueron los que controlaron todas las manifestaciones culturales poniendo en la boga angelopolitana la moda cortesana de Europa.

     Después de tres siglos la nación despertó de su marasmo e inició el proceso político, cuyos alcances quedaron plasmados en la Constitución de 1857 primero,  y después en la de 1917, donde están fielmente interpretados los anhelos y las aspiraciones del pueblo, que hicieron de este país un hermoso ejemplo teórico de equidad e igualdad social. A partir de este parteaguas de nuestra historia, la sociedad empezó una marcha a contrapelo rumbo al encuentro de mandatos más democráticos y justos. La lucha fue intensa y socialmente muy costosa. Poco a poco los gobiernos estuvieron en manos de gente identificadas con las causas populares pero, sobre todo, con la ideología del México revolucionario hasta que…

     Pero solo en los cuentos infantiles hay finales felices. Por ello es que a veces nuestra realidad no va muy de acuerdo con el fundamento teórico–político que orgullosamente es profesado en los foros internacionales por nuestra clase política y diplomática. Durante el desarrollo del país y con el pretexto de adaptarnos a la modernidad y moda de la época, tuvimos que padecer excepciones dramáticas. Algunas de ellas, las modernas, se han presentado como si fuesen una prueba de calidad. Por ejemplo: los gobiernos de Manuel Avila Camacho y Miguel de la Madrid Hurtado fueron régimenes –a mi juicio–que en el México contemporáneo pusieron a prueba el basamento ideológico que durante más de un siglo nos ha sustentado. Cada uno -en su momento- sembró una semilla, cuya perdurabilidad y resistencia genética produjo una nueva variedad política económica de características derechizantes, modernas y progresistas. 

     Ahora en Puebla presenciamos cómo, de alguna manera, se reproduce el fenómeno que durante la colonia atrajo grandeza a la Angelópolis. El estilo de Manuel Bartlett Díaz tiene una mezcla rara, por una parte manifiesta su deseo de lograr un estado socialmente a la altura de su épico y estratégico proyecto comercial. Por otra parte, con el interés de lograrlo, invita al pueblo a sumarse, a los grupos políticos a solidarizarse con ese plan de grandeza, y a las cofradías a involucrarse directamente con el esquema de lo que será su gobierno; de aquí salieron algunos de los candidatos a diputados que por su extracción, origen y antecedentes parecen oponerse a la escencia representativa, popular, y democrática de la República, sobre todo estar lejos de un pueblo que– paradójicamente– es quien les dará su voto y con él la legitimidad para representarlo.

     Respetado lector; estoy convencido de que las intenciones de Manuel Bartlett Díaz son positivas y en beneficio de los poblanos. De igual manera que es su oportunidad (quizá la última) de demostrar su vocación de servidor público. Sin embargo, también puedo asegurarle que alguien lo ha sorprendido, con intención o irresponsablemente, colándole candidatos que harán de Puebla una reminiscencia colonial, pues con ellos la sociedad ha comenzado a polarizarse; la crema y nata podría llegar a gobernarnos; los pobres, como el chinito, corren el riesgo de quedarse no más “milando”; y “la gente bonita” está empeñada en volver por sus fueros. Ojalá me equivoque.

21/IX/1992

Alejandro C. Manjarrez