La Puebla de los chamucos (Crónicas sin censura 47)

Réplica y Contrarréplica
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El chamuco ronda en Puebla

¡Aguas! Es una expresión coloquial que denota peligro. Casi todos la usan para alertar al amigo o a la persona en riesgo. Data del siglo pasado, cuando la gente se dormía junto a la bacinica, por aquello de las presiones de la vejiga. Al despertar, el encargado de tirar los orines abría la ventana y los lanzaba a la calle al tiempo que gritaba: ¡Aguas! Como podrá usted imaginar algunos transeúntes madrugadores, los desmañanados, cuyos reflejos aún estaban medio lentos y adormilados, eran sorprendidos por esa abominable lluvia amarilla. Así de insalubre y desagradable era la costumbre.

     La voz de alerta forma parte de la cultura popular. Hoy la usamos en este espacio con el ánimo de despertar de su modorra a los políticos que habrán de gobernarnos a partir de 1993. Por ahora este ¡aguas! Va dirigido al próximo titular del poder Ejecutivo y al futuro alcalde de la Angelópolis. Nuestro deseo es que el problema del agua no los tome papando moscas, o les caiga encima dejándoles un mal sabor, o un color y olor profundamente desagradable.

     El del agua potable en Puebla es un problema que tiene varias aristas, aparte de lo productivo que ha resultado ser para el Sistema Operador de Agua Potable y Alcantarillado de Puebla (SOAPAP) de la capital. Sus expectativas son terribles. Los poblanos que dependen del manto acuífero de la cuenca donde se extrae este líquido vital, podrían pasar muy malos ratos si llegara a romperse el equilibrio osmótico que durante siglos ha mantenido aisladas las corrientes o depósitos sulfurosos.

      Estas aguas, que por cierto abundan en el subsuelo poblano, habían estado confinadas por la presión del acuífero de agua potable. Pero debido a la continua extracción del líquido para satisfacer el consumo popular, la presión se fue perdiendo y las aguas sulfurosas empezaron a penetrar en los mantos potables. Hoy, con alarmante frecuencia, se encuentran restos de sulfato en casi todos los pozos de la cuenca Angelopolitana y parte de la de Cholula. Su presencia en los diferentes rumbos de la ciudad corrobora que el fenómeno de sulfurización está avanzando. Con él se presenta la amenaza de un colapso ecológico de grandes magnitudes, que puede ocurrir bruscamente, de la noche a la mañana. Si eso pasara, todos los pozos que dotan de agua potable a Puebla se contaminarían, y cualquier mañana, la llave del agua de su casa o de la mía, podría expulsar un fuerte olor a azufre, como un aviso de la naturaleza para que ni usted ni yo, ni nadie, use el líquido vital, hasta hoy cristalino e inodoro.

      Aunque el problema se ha medio ventilado entre los jerarcas del ambiente oficial, todavía no lo toman en serio ni el SOAPAP ni el ayuntamiento de la Angelópolis. Su soslayo quizá se deba al deseo de cuidar el negocio del agua que, según los números, ha resultado muy productivo, y por ende, excelente. Para no apestarlo mejor se quedan calladitos. La autoridad cree que el asunto es intrascendente, exagerado o jalado de los pelos. Por su parte, la dirección del SOAPAP no puede distraerse en ponderarlo, porque está muy ocupada recaudando las cuotas del agua potable, en lugar de instalar medidores para recaudar lo justo y eximir a quienes no gozan de este elemental servicio. Tomar en cuenta el asunto implicaría alterar el pronóstico de recaudación (de 800 millones de pesos en 1989, subió a cincuenta mil millones en 1992. A futuro inmediato se esperan cien mil millones de pesos). Sin embargo, los datos, las pruebas y los resultados están ya en manos de una organización de profesionales, esperando una respuesta responsable.

      Para los poblanos es muy importante que este asunto se ventile de inmediato. La presión de las aguas sulfurosas aumenta en la medida en que se extrae el agua potable. El equilibrio osmótico en cualquier momento podría romperse y provocar alteraciones ecológicas de intensa gravedad. La alteración del equilibrio político sería una consecuencia social inmediata, pero sin importancia si la comparamos con el daño ocasionado por el azufre. De la Puebla de Los Ángeles pasaríamos a ser –por aquello del olor– la Puebla de los chamucos. Así que ¡aguas! mis candidatos. No se me duerman porque se los lleva el diablo.

28/VIII/1992

Alejandro C. Manjarrez