La Puebla variopinta, conspiración del poder (Capítulo 18) La clase política en caída libre

Réplica y Contrarréplica
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En política, lo que comienza

con miedo, termina en tontería.

Samuel Taylor Coleridge

 

Antes de entrar en materia hago un recuento de los daños y beneficios (supongo que encontraré alguno por ahí):

En cuatro décadas Puebla tuvo de todo, como en botica: el derrumbe de tres poderosos gobernadores (general Antonio Nava Castillo, general y doctor Rafael Moreno Valle y el doctor Gonzalo Bautista O’Farril).

Movimientos estudiantiles relacionados con la política estatal, algunos con su cuota de sangre.

Crímenes, vendettas y acciones legales violentas que aún no figuran en la estadística criminal de Puebla a pesar del medio millar de muertes.

La complacencia de la prensa dominada, corrompida o irresponsable que, entre otras cosas, omitió referir eventos como el de Pantepec (26 campesinos asesinados por guardias blancas) y el de Izúcar de Matamoros, donde perecieron los secuestradores y delincuentes que asolaban la región (nunca se supo nombre y número de muertos pero prácticamente fueron todos los que operaban en la zona).

La mediatización y control económico de los “jefes de línea” de la Universidad Autónoma de Puebla y, por ende, la postración del pensamiento crítico.

El comienzo del impresionante desarrollo de Antorcha Campesina, cuya cuna se apestó a pólvora.

La validación sexenal del cacicazgo en la región de Atlixco.

El enriquecimiento insultante de varios gobernadores y sus secuaces o socios.

Las maromas legaloides para vender o concesionar el patrimonio del pueblo, estratagemas auspiciadas por dos que tres gobernantes; verbigracia: la participación de algunos empresarios en los procesos de corrupción solapados por el gobierno; la manipulación de la justicia con el propósito de favorecer a los amigos y parientes de personas con intereses políticos; la comalada de nuevos millonarios, algunos de ellos testaferros del poder y de los funcionarios del gobierno; y la aparente ceguera de los partidos políticos, todos sin excepción.

Por esas y otras actitudes parecidas se desmoronó la credibilidad del pueblo hacia los políticos. Aunque era consciente de lo que ocurría, la sociedad pasó por alto las corruptelas de los miembros de la burocracia dorada. En lugar de protestar se guardó para mejores días el cobro del cúmulo de agravios. Nadie alzó la voz ni denunció hechos ilícitos o injustos. Hubo voces silenciadas o manipuladas con dinero, prebendas, apoyos y hasta la vieja componenda: “Si tú me ayudas yo te ayudo, de lo contrario me veré imposibilitado y no podré meter la mano por ti”.

Mientras todo eso pasaba en Puebla, el país sufría convulsiones políticas que llevaron a la sociedad a vivir con el Jesús en la boca y el cuchillo de la esperanza clavado en el hipotálamo. El mal de la corrupción había invadido las estructuras. El pueblo mexicano guardó en algún rincón de su cerebro todas las ofensas del poder ése —reincido en la cita de Juan de Palafox y Mendoza— que representa la miseria de su propio poder.

Las elecciones de 2012 hicieron las veces del bálsamo que cura todo menos los malos recuerdos que, por desventura, en la tierra de los Clavijero, Lafragua, Orozco y Berra, Flores, Pérez Salazar, Cabrera, Serdán y Bosques, adquirieron otro cariz: el proceso electoral sorprendió a la sociedad, y al gobierno del estado de Puebla le permitió reacondicionar su esquema futurista (similar al que llevó a Enrique Peña Nieto y a Televisa a la fama popular), método que en un santiamén se convirtió en lastre a pesar de la justificación más o menos razonable: Moreno Valle iii había dicho que la promoción en los medios electrónicos persuadiría a los dueños del capital para invertir en la entidad, derrama económica que mejoraría las condiciones del pueblo, además de borrar la mala fama pública que dejó Mario Marín Torres, el Precioso que, asegura la vox populi, se llevó hasta el mecate.

La llegada a Puebla de la industria automotriz Audi, sería mediáticamente manejada como uno de esos logros, en este caso aderezado con exenciones fiscales por doce años y el obsequio de casi quinientas hectáreas, más la construcción de la multimillonaria infraestructura, incluida la carretera.

La auto-promoción nacional televisiva confirmó lo dicho por el propio mandatario poblano cuando, al inicio del mandato que el pueblo le había otorgado, espetó convencido y entusiasta: si ganamos las elecciones con los periodistas en contra, no necesitaremos de ellos para gobernar.

Buena, mala o visceral, aquella reacción burocrática sirvió al gobierno para justificar la aplicación del presupuesto de Comunicación Social, dinero que se destinó a la compra de espacios y menciones en la televisión nacional, en especial Televisa. Podría ser una decisión chambona si partimos de que el gobernante se debe al pueblo que lo eligió, no así a los consorcios de la comunicación nacional, tema harto discutido en el 2012. Y también considerarla venturosa si partimos de que sin habérselo propuesto indujo en la prensa del estado de Puebla la necesidad de quitarse el lastre que durante años se le fue formando con el moho de las complacencias sexenales y la pátina de las notas políticas laudatorias.

¡Vaya coincidencias!

A final de cuentas hay que reconocer que Moreno Valle impulsó al periodismo al propiciar que se insertara en la nueva época donde la información instantánea va acompañada de la verdad que exige el gran bloque de internautas bien informados. 

 

 

 

 

Alejandro C. Manjarrez