Entre Kamel Nacif Borge y Manuel Espinosa Yglesias, se teje una especie de leyenda que cuenta de forma exagerada cómo han hecho dinero y fabricado un extraordinario poder político...
Salta a la vista que estos personajes de la fama pública son algo así como los ahijados preferidos de la diosa fortuna, porque está los dotó de talento suficiente para crear, multiplicar y esparcir riqueza. Empero, y a pesar de que uno y otro están en las antípodas de la legalidad, parecería que fueron igualmente embarcados, concesionados y hasta emboletados por la magia negra del exgobernador Mariano Piña Olaya. De ahí que el nombre del primero esté en la picota de la justicia, por ahora en calidad de delincuente fiscal, y que el prestigio del segundo se encuentre entrampado en el eje de la balanza que distingue lo justo de lo injusto y lo derecho de lo chueco.
La aprehensión del señor Nacif en el estado de Nevada, Estados Unidos, ha propiciado gran efervescencia de comentarios que lo relacionan con el Poder Ejecutivo del sexenio anterior. Por ejemplo: se dice que con Piña Olaya realizó algunos tratos extra gubernamentales. Incluso hay quienes aseguran que fue tanta la empatía entre el gobernante y el textilero, que los dos terminaron siendo socios en lo que prometía ser el negocio del sexenio: las tierras de Momoxpan. Otros observadores le achacan esa sociedad al poderoso Alberto Jiménez Morales, asesor del hombre de Champusco. Y desde luego, no faltan quienes –agradecidos por la amistad o los favores –todo lo justifican diciendo: Mariano fue víctima de engaños por parte de sus colaboradores de confianza.
Kamel no dio mucha importancia a lo de Momoxpan, porque –según la “vox populi”– está acostumbrado a perder millones. De ahí que sus paisanos una y otra vez convencidos exageren: lo que Kamel pierda en la operación de las tierras ejidales o en el pago al fisco, en una noche podría gastárselo o reponerlo en Las Vegas. Y los íntimos del llamado “zar de la mezclilla” aseguran que cuantas veces venía a cuento, Nacif les decía que Mariano había resultado más vivo que él.
Le puedo asegurar que la relación de Piña Olaya con don Manuel Espinosa Yglesias fue concertada en otros estratos y bajo condiciones fuera de toda sospecha. Ello por la costumbre y aureola de honestidad que distinguen al filántropo poblano, cuyo trato con los gobernantes ha sido abierto, limpio y muy cuidadoso. No obstante y debido a que su fundación resultó ser la única beneficiada por el gobierno anterior, gracias a las cesiones en comodato del mercado La Victoria y del Museo Bello, don Manuel podría estar viviendo momentos muy desagradables dado la hola de protestas que ha despertado el destino comercial del mercado y sus supuestos vínculos personales con el exgobernador. De ahí que se haya juzgado acertada y oportuna su decisión para aclarar los tratos que hizo la fundación Amparo con el gobierno de Piña Olaya, sobre todo lo relacionado con el inmueble referido.
Queda claro que los apoyos aportados por el filántropo con la intención de ayudar al rescate del patrimonio arquitectónico de Puebla, fueron otorgados sin otra taxativa que su destino concertado y específico. Incluso que el propio exbanquero se aseguró de ello al condicionar que las obras de rescate fueran realizadas por constructoras relacionadas, afines o pertenecientes a su “holding” financiero. Por otra parte salta a la vista que por su fortuna y mano suelta, el señor Nacif pudo imponer al gobierno local todas y cada una de las reglas de su juego económico. Y también ha quedado expuesta la extraordinaria pero personalista habilidad del hombre de Champusco, quien – según dicen– se llevó hasta el mecate.
Después de las oportunas aclaraciones que habrá de hacer don Manuel y de las acciones de la justicia fiscal en contra del “zar de la mezclilla", solo nos queda esperar que un as bajo la manga de la justicia, derrote la impunidad que convirtió a Puebla en un estado de tahúres.
24/V/1993