María Felix, la diva

Vida & Sociedad
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María Félix así lo confirma. Ella fue la única mujer que le inspiró respeto al músico y poeta Agustín Lara, un hombre que vio a las féminas como un objeto sexual.

Hay varias formas de “abrir los ojos”. La primera ocurre cuando descubrimos a nuestra madre coronada de estrellas o de cielo azul. La segunda sucede en el momento en que nos encontramos con el suelo, frío testigo de nuestros primeros pasos en esta vida. La tercera se presenta al ingresar a la escuela de párvulos donde nos muestran cómo socializar y trabajar en equipo. La cuarta coincide con el proceso hormonal que despierta en nosotros la libido y, por ende, el deseo que marca el resto de nuestra vida: es cuando observamos al sexo opuesto e idealizamos al ser más popular del momento, depende nuestro género. En el caso de las mujeres es obvio que sea un personaje cuya popularidad lo ha proyectado a los medios impresos, electrónicos e incluso al llamado séptimo arte.

De ahí, pues, el éxito de los y las artistas que llenan ese espacio en la existencia de los seres humanos. María Félix, por ejemplo, ocupó la mente de millones de mexicanos, primero sorprendidos y embelesados ​​con su belleza, y después fascinados con su carácter bronco pero femenino, audaz y al mismo tiempo respetuoso, directo y con frecuencia puntilloso. El orgullo llevó y mantuvo a esta dama en el estrato en el cual sólo se sostienen las personas congruentes y bellas en lo físico o en lo intelectual.

María Félix así lo confirma. Ella fue la única mujer que le inspiró respeto al músico y poeta Agustín Lara, un hombre que vio a las féminas como un objeto sexual. Él mismo lo confesó a sus amigos y como muestra escribió varias canciones inspiradas precisamente en la belleza y el modo de ser de quien fue su esposa. Jorge Negrete le entregó su amor y hasta el capital que nunca tuvo (le regaló el famoso collar de esmeraldas que compró fiado). Diego Rivera la idealizó y debe haber muerto con la frustración que provoca un amor mal correspondido. José Alfredo Jiménez sufrió el desamor y hasta el menosprecio de la famosa “doña Bárbara”, desilusión que puede leerse y escucharse en el “Último brindis”.Juan Gabriel estuvo a punto de convertirse en un macho de charrasca y bigotazo por su culpa ... o en santo si recordamos alguna de las canciones que le dedicó.

Alguna vez la escuché decir a Jacobo Zabludowski que la mujer llevaba la belleza en los pies, o sea, en la forma de caminar. Sin porte —decía La Doña— no se lucen las linduras por espectaculares que ellos sean. Y criticaba a las féminas que caminaban como “gallinas culecas”.

Trascribo unas de las líneas de Vicente Leñero, mismas que dibujan parte de la forma de ser de la mujer de origen sonorense:

Según cuenta Paco Ignacio Taibo, Ricardo Garibay tuvo que “sortear los prejuicios de las estrellas ... contra las palabras altisonantes. Cuando Garibay escribió “tetas” María Félix repelaba: 'Diga usted senos. No me gustan las palabras fact´. Cuando Garibay escribía 'vaya y trague mierda', María Félix gritaba que ella nunca iba a decir mierda ... ”

Y ya que hablo de Garibay debo comentar al lector que él fue quien comenzó a usar literatura en los argumentos del cine mexicano. Así nos lo cuenta:

“Llegué a tener detrás de mí, asomados por arriba de mis hombros, a María Félix, a Pedro Armendáriz y al Indio Fernández. Iban aprobando y desaprobando parlamento por parlamento, según me salían de la pluma. Ismael me había dicho, blandiendo el guión:

“—Desde aquí hasta acá no les gusta. Toda la secuencia entre el coronel Zeta y Valentín Razo, que no, que parecen putos. Y María que no firma la secuencia de la entrega, que es pura pornografía. Escúpase orita los cambios mientras iluminan el set.

”—¡Leñe, son más de quince páginas de diálogo!

”—Para usted es pan comido. No mar güevón.

"Y les avisaba a las estrellas: —Ya está haciendo los cambios Garibay".

María Félix fue, pues, una de las estrellas que formó parte del segundo firmamento que miramos embelesados ​​aquellos que nos gusta el cine. Allí quedó, en el celuloide, para la posteridad, mostrándose como ella quiso que la miraran: bella, directa, cabrona e inteligente.

 

Alejandro C. Manjarrez