El odio es la segunda puerta de la verdad y la puerta principal la de la mentira.
Baltasar Gracián
Si la verdad de una ideología política se pone a prueba todos los días – tanto por el debate de ideas como por su contacto con la realidad social–, a los políticos no les queda de otra más que justificar cada uno de los argumentos y declaraciones que vierten. De ahí que para cualquiera (incluidos los dirigentes de la IP) sea arriesgado asegurar que tal o cual aspirante a la candidatura del PRI, del PAN, del Verde, de MORENA o del PRD pasaría la prueba del detector de mentiras.
¿Metería el lector la mano a la lumbre por alguno de ellos? ¿Apostaría diez mil pesos a su honestidad y lealtad?
Si las preguntas enunciadas fueran sometidas a una rigurosa consulta pública, yo creo que todos los presuntos saldrían perdiendo, debido a que en México la duda y la desconfianza hacia los políticos forman parte del sentir popular. Son muy pocos los que se tragan las píldoras que sueltan aquellos que andan en plena campaña, tratando de ganar la candidatura de su partido para después hacer el intento de llegar a ocupar la Presidencia de este país.
Goebbels, el genio maléfico de la propaganda nazi, decía que una mentira repetida constantemente llegaba a incrustarse en el cerebro del destinatario, o sea el pueblo. E ironizaba al decir que el éxito de la Iglesia católica se debía, precisamente a que habían repetido lo mismo durante dos mil años.
Como Goebbels hubo varios mentirosos que hicieron historia. Por ejemplo: Víctor Gollanez (1893- 1967) fue uno de los agentes de publicidad intelectual más destacados de este siglo. El tipo –que por cierto no era perverso, sino solo un simpático mentiroso– pudo promocionar con éxito las ideas milenaristas para convertirse en un poderoso editor de libros, gracias a sus prácticas poco honestas, como lo fueron la piratería de temas y escritores. Sin embargo, toda su habilidad no le resultó para obtener el escaño del Parlamento inglés que tanto anhelaba. Y tuvo que quedarse con las ganas de ser político y conformarse con editar panfletos y libros sobre el tema, variante que también le hizo ganar mucho dinero.
Para que no digan que soy misógino, aquí les va el perfil de una mujer súper mentirosa: se trata de Lillian Hellman, la artista imaginativa que hizo de la invención una necesidad de sobrevivencia (murió en 1986).
Según su biógrafo, la desgracia de Lillian fue que “el descuido de la verdad llegó a ocupar un lugar central en su vida y obra”. Empero, la dama pudo convertirse en una de las pocas personas que aprovechó la persecución de la justicia que en Estados Unidos pena severamente el perjurio, la evasión fiscal y la mentira.
En los años 50 figuró en la lista negra del FBI (entonces ultra anticomunista) y prácticamente vivió a expensas de la propaganda que surgió de su poco ortodoxo estilo de vida. Hizo de sus experiencias éxitos editoriales que le dieron prestigio y autoridad intelectual.
Y para darle a esta entrega el toque poblano, permítanme recordar a Martín Villavicencio Salazar, el mitómano más famoso del siglo XIX. Resulta que este caballero engañó a todos haciéndose pasar por sacerdote. Incluso llegó a dar misa en la catedral de México, hasta que lo descubrió y atrapó la Santa Inquisición, a cuyos jueces también logró engañar. “Déjenme ir a Puebla a despedirme de mi familia y les prometo regresar a cumplir mi condena”, les dijo convenciéndolos de sus buenas y humanas intenciones. Se desapareció y meses después le echaron el guante para enviarlo a Terrenate, lugar de cual nunca salió. Su vida sirvió de inspiración a Vicente Riva Palacio para escribir la novela “Martín Garatuza”.
Si el lector se atreve y cuenta con tiempo para hurgar en los escritos, acciones y declaraciones de los políticos que con tanto afán buscan la candidatura de su partido, llenándose la boca con palabras y conceptos sobre democracia, autoritarismo, lealtad, disciplina, corrupción, honestidad, impunidad y federalismo, comprobará que la mayor parte de ellos podrían formar parte del selecto grupo de Goebbels, Gollancz, Hellman o “Martín Garatuza”. Digamos que son igual de mentirosos…