Entre azulejos poblanos

Alejandro C Manjarrez
Tipografía
  • Diminuto Pequeño Medio Grande Más Grande
  • Default Helvetica Segoe Georgia Times

Este recorrido por la Puebla política, esboza la forma en que fueron cambiando el estilo y la costumbre para designar candidatos: desde el dedo cesáreo presidencial, hasta la aparición del poder del pueblo que logró “sacar al PRI de Los Pinos”, potestad avalada e incluso impulsada por los medios de comunicación que, gracias a la tecnología, ganaron inmediatez e influencia...

Ningún legado es tan rico como la honestidad

William Shakespeare

 

En febrero de 2009 me preguntaron cómo se veía el panorama político sucesorio y si me atrevía a predecir quién sería el próximo gobernador. Como la pregunta-reto se me hizo a través de las redes sociales, resumí en mi columna los antecedentes a lo que sería el proceso que —lo vimos después— trastocó la tradición política dado que el PAN postuló a un ex priista y el PRI del “góber precioso” decidió sacrificarse al nombrar candidato a un político de bajo perfil.

Edito pues parte de lo que escribí en el periódico Síntesis, historias que repliqué en varias páginas web así como en mi libro La Puebla variopinta, conspiración del poder. Lo interesante, creo, es que esos antecedentes hicieron las veces de preámbulo a la nueva dinámica del quehacer público local y también del nacional. Ello debido a las “novedades” que implementó Rafael Moreno Valle Rosas en cuyo gobierno destacó la heterodoxia política que, oh paradoja. compraron las dirigencias de Acción Nacional.

El doctor

Febrero de 1975

Alfredo Toxqui Fernández de Lara llegó al gobierno gracias a que Puebla había sufrido diez años de interinatos y gobiernos provisionales: los gobernadores fueron obligados a dejar el cargo después de tapar los hoyos políticos y financieros de sus antecesores.

La clase política de entonces quería que Puebla fuera gobernada por una persona que garantizara estabilidad y decoro institucional. Toxqui tenía esas cualidades así como una sólida y amplia cultura. De ahí que su nombramiento fuera aceptado sin objeción por los miembros de la cúpula del poder nacional. El estilo del doctor generaba agrado, confianza y simpatía.

Pasaron los años y el médico cholulteca logró tranquilizar la vida pública poblana. Su éxito lo animó a tratar de contravenir aquello de que “gobernador no pone gobernador”. E hizo el intento de postular a Marco Antonio Rojas Flores, un hombre al cual veía como si fuese su hijo. Contaba con amigos poderosos y simpatías para lograrlo; sin embargo, no tomó en cuenta que se opondrían los diputados federales apoyados por Gustavo Carbajal Moreno, a la sazón presidente del CEN del PRI.

Esta es la historia:

El abogado

México, 1980

Guillermo Jiménez Morales ganó la postulación gracias a que sus amigos y diputados Alfonso Zegbe Sanen, Victoriano Álvarez García y Gustavo Carbajal Moreno, se impusieron al profesor Enrique Olivares Santana, por aquellos días secretario de Gobernación.

—Está decidido, señores: el candidato será Marco Antonio Rojas —espetó el profesor Olivares a sus invitados.

Hubo un silencio sepulcral.

Alfonso miró a Victoriano y los dos a Gustavo. Éste último calló obligando a Victoriano a intervenir para lanzar su amenaza basada en lo que el tiempo convirtió en un chiste:

—Señor secretario: si queda Rojas como candidato, los diputados federales de Puebla denunciaremos al gobernador Toxqui; diremos que su gobierno ha sido el más corrupto en la historia de Puebla.

Sorprendido, Olivares Santana abrió desmesuradamente sus ojos hidrocálidos. Parecía nervioso. Pero guardó la compostura: era el coordinador del gabinete político presidencial. Es probable que estuviera esperando la reacción de los diputados debido a que Alfredo Toxqui, su amigo y cómplice político, pudo haberlo preparado. Carbajal, que se dio cuenta de que ya estaba hecho el tamal, tartamudeando, articuló las siguientes palabras, frases acompañadas por un tono que parecía amenazante:

—No sólo la diputación federal poblana, señor secretario; todos los legisladores del PRI se adicionarán a la denuncia.

Olivares se sorprendió aún más porque no esperaba que se le alebrestaran sus ovejas. Aspiró profundo para no decir algo que se le revirtiera. Con un “permítanme dos minutos”, se separó del grupo dirigiéndose al ‘teléfono rojo’ del despacho aledaño. Su intención: llamar al presidente José López Portillo. Tardó diez minutos. Antes de volver a sentarse soltó al trío de jóvenes políticos:

—Está bien. Sólo les pido que cubran las formas y convoquen una consulta entre los sectores. De usted, Gustavo, depende que el diputado Jiménez sea el candidato.

El “final feliz” para los diputados poblanos y su líder Carbajal fue que su amigo llegara a ser gobernador a pesar de que José López Portillo no lo tuviera entre sus preferidos, vaya ni siquiera conocidos. Lo que influyó en este “golpe de suerte”, fue el decidido rechazo que hacia la candidatura manifestó el general Miguel Ángel Godínez, jefe del Estado Mayor Presidencial. “Quiero concluir la misión que me encomendó usted, señor presidente; me gustaría seguir a su lado hasta el final de su mandato”, respondió el divisionario a López Portillo, cuando éste le dijo las palabras mayores proponiéndole la gubernatura de Puebla.

A esas circunstancias se debió que Gustavo Carbajal recibiera la orden o autorización de buscar al priista que habría de suplir al doctor Alfredo Toxqui. “Yo ya no tengo candidato —le dijo López Portillo—, así que usted, presidente del partido, será el responsable de postular al poblano que cumpla con los requisitos de la República”.

Y Guillermo Jiménez Morales fue gobernador. 

El litigante

México, 1982

Mariano Piña Olaya escuchó del presidente las frases del dios sexenal. Era Miguel de la Madrid. Éste le debía quien sabe qué tantos favores desde que ambos fueron compañeros de banca en la Facultad de Derecho de la UNAM, tiempos en que Miguel formó parte del grupo que la plebe llamada “Los polveados”. Alguno de sus condiscípulos me comentó que cuando estudiantes, Piña protegió a De la Madrid de los ataques contra su ostensible delicadeza, estilo que combinaba perfecto con su encanto personal, actitudes las dos que molestaban en demasía a los representantes de la raza de bronce.

Por eso la confianza de Mariano para decirle al entonces candidato a presidente de México, que le gustaría ser senador de la República.

—No seas flojo —respondió De la Madrid a Piña—, tienes que trabajar. Mejor te hago diputado y después… después ya veremos.

Así ocurrió y Mariano Piña puso en el pecho de Miguel de la Madrid, su amigo y compañero de aula, la Banda Presidencial.

Meses después el presidente le ordenó al secretario de Gobernación Manuel Bartlett, cuidar y proteger a Mariano. Puede ser que hasta le haya anticipado que lo convertiría en gobernador del estado de Puebla, la entidad que Piña Olaya escogió porque, entre otras cosas, su primogénito había nacido cerca de San Martín Texmelucan, alumbramiento que se dio en medio de una tempestad que produjo deslaves y crecidas que obstruyeron los caminos: me contó el propio Mariano que ya no le fue posible retornar a la ciudad de México. Y que los gritos de dolor primero y después el chillido del recién nacido reverberaron en el bosque, impresión que pasó a formar parte de sus malos recuerdos (por el susto).

Como lo apunta la versión oficial, los padres de Piña vivieron y trabajaron en Champusco. De aquella pequeña comunidad asediada por la pobreza casi extrema, la familia Piña Olaya huyó hacia el Distrito Federal.

Poco antes de ser electo gobernador y en un arranque de sinceridad, Mariano dijo al que esto escribe:

“Nunca imaginé que llegara yo a gobernar el estado donde pasé los peores momentos de mi niñez. Y donde sufrí el susto que me indujo a borrar a Puebla de mi mente: mi primer hijo nació debajo de una tormenta mientras que su madre era asistida por una comadrona. El río había crecido y el parto se adelantó. Fui a cobrar en especie los honorarios de algún asunto…”

Cuando Piña Olaya tomó posesión como gobernador se olvidó de los malos ratos… y también de la pobreza. 

El extraño

México, 1992

Manuel Bartlett Díaz arribó a la entidad después de haber pactado su designación con Salinas. La República debía parte de la estabilidad política que permitió a Carlos ser presidente de México. No hubo rechazo a su solicitud para gobernar el estado de Puebla. Digamos que le salió barato al Estado mexicano porque lo que pudo haber sido un conflicto de orden político, resultó una sana y conveniente negociación: el gobierno de Puebla a cambio de la discreción de quien por esos días era el hombre mejor informado del país.

El encargado del manejo político a favor de Bartlett fue Raúl, hermano de Carlos Salinas de Gortari. Es obvio que en el seno de ese poder se armó la estrategia pensada para hacer menos traumatizante la postulación. Por ejemplo: Raúl encargó a Bartlett gestionar en la entidad poblana los beneficios sociales que entonces promovía el Estado mexicano. Al poco tiempo de esta oportuna comisión, Manuel fue designado candidato al gobierno de Puebla.

Una vez que transcurrió un lustro de aquel pacto que convirtió en gobernador al ex secretario de Gobernación y de Educación Pública, éste decidió buscar la Presidencia de México. Pero antes tuvo que quitarse el sambenito de la “caída del sistema” en un intento de convencer a la clase política nacional y a los medios de comunicación. Su mensaje subliminal: que él podría ser uno de los paradigmas de la democracia. Al soltar la sucesión en Puebla supuso que podría llegar al proceso interno del PRI nacional sin la mácula del autoritarismo que le endilgaron y lo había hecho anti popular, vulnerable.

La entidad entró así al proceso de “ciudadanizar” las candidaturas del Revolucionario Institucional. Y el PRI se abrió para convocar lo que fue la primera contienda interna por la candidatura al gobierno del estado, algo nunca visto en Puebla: Melquiades Morales Flores, Germán Sierra Sánchez y José Luis Flores Hernández, recorrieron pueblos y comunidades con la intención de conquistar a los priistas cuyo voto decidiría cuál de los tres debería representarlos.

Y los compadres ganaron

Puebla, 1998-2005

Melquiades Morales Flores pescó al aire la intención de Bartlett. Y sin pensarlo mucho se lanzó como candidato. “Ahora o nunca”, debe haberse dicho. Fue tal el impacto que causó su “pre destape” que sus dos adversarios ya no pudieron hacer nada para enfrentar a la estructura y experiencia electoral del hijo de San Andrés Chalchicomula. De esta forma, gracias al interés político-personal de Bartlett, Melquiades pudo concretar el sueño que inició el mismo día que decidió hacerse el “compadrito” más popular e influyente de Puebla, el estado que gobernó.

Mario Marín Torres, conocido en el mundo mediático como “el góber precioso”, resultó el principal beneficiario del impulso democrático “patentado” por don Manuel. Y puede ser que en ese empujón hayan aparecido otras fuerzas como, por ejemplo, la de la información política-económica que tuvo y tiene Bartlett, circunstancia que, imagino, propició un arreglo de altura.

Especulo:

—Si queda Mario —pudo haber dicho Bartlett a Melquiades—, tú serás un ex gobernador feliz, tranquilo e intocable. De lo contrario mi grupo y yo no podremos operar para eliminar el efecto de las infidencias que desatarían brutales persecuciones judiciales en contra tuya y de tus colaboradores…”

Según la vox populi, Marín no formaba parte de los planes sucesorios de Melquiades. Es obvio que se sabían sus “cositas” y que entre los dos había un menosprecio mutuo.

El día de la protesta de Mario Marín como candidato a gobernador, encontré a Bartlett en algún restaurante Los Portales del centro histórico de Puebla. “Siéntese —me dijo—, le invito un café… o un tequila… lo que guste”. Acepté el café y directo le pregunté:

—¿Cómo ve usted a Mario Marín: cree que pueda con el paquete?

—Es un hombre muy conocido en el estado y sabe mucho de la política local —respondió acentuando la mueca facial que inspiró a los caricaturistas.

—Pero para traer a Puebla obras importantes e incluso dinero de la Federación, se necesitan de buenas relaciones en el centro neurálgico del país. Y Mario es un político muy local —cuestioné.

Bartlett se me quedó mirando con sus ojos de político malévolo antes de responder a mi comentario:

—Durante mi gobierno, él, Mario, me ayudó a resolver varios conflictos políticos (fue su secretario de Gobernación). Desde la campaña colaboró conmigo; Piña me lo recomendó para que coordinara la promoción al voto. Como conoce a todos los grupos me fue muy útil… —hizo un estratégico silencio para tomar aire y soltar una de sus cartas bajo la manga—: si es necesario yo mismo me encargaré de que la República lo reconozca y acepte. Será sin duda un buen gobernador...

—La cultura del esfuerzo, ¿verdad? —jugué.

—De origen campesino… Ya van dos, Melquiades y Marín.

—Ya lleva usted dos al hilo —insistí.

Sonrió con su mueca de príncipe mandarín.

Como no hubo reacción a mi último comentario, supuse que había acertado. De acuerdo con la conseja popular, el que calla otorga…

La magia de la democracia

Este recorrido por la Puebla política, esboza la forma en que fueron cambiando el estilo y la costumbre para designar candidatos: desde el dedo cesáreo presidencial, hasta la aparición del poder del pueblo que logró “sacar al PRI de Los Pinos”, potestad avalada e incluso impulsada por los medios de comunicación que, gracias a la tecnología, ganaron inmediatez e influencia.

En este fenómeno participó Manuel Bartlett, obviamente sin habérselo propuesto. Su acierto fue soltar el proceso de sucesión en Puebla para, como ya lo apunté, tratar de quitarse de encima el peso del desprestigio que en 1988 produjo la supuesta “caída del sistema”.

El resto de esta historia forma parte del libro que he denominado La Puebla variopinta, trabajo que incluye el trayecto político del cual resultó beneficiario Rafael Moreno Valle, nieto del general del mismo nombre que también fue gobernador del estado.

Alejandro C. Manjarrez