Los “dones”

Réplica y Contrarréplica
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El legado de Alejandro C Manjarrez

Una compilación de las mejores columnas políticas elaboradas por el periodista y escritor en la época digital. El periodo publicado en diarios impresos se denomina, crónicas sin censura. Búscalo en este portal.

Hay quienes pasan por el bosque

y sólo ven leña para el fuego.

Proverbio ruso

Nobleza obliga.

Dicho popular

 

2005, año non, año de don. Eso debería decir la hoy politizada sabiduría popular acostumbrada a pluralizar lo que tendría que ser singular. Ello porque en febrero estrenaremos dones: don Mario y don Enrique. Uno y otro producto de doña Democracia, la “señora gorda” que para los priistas se vistió de colores alegres y festivos, y que para los panistas se transformó en una de las lúgubres reencarnaciones de la Llorona, el mito con antecedentes prehispánicos, la leyenda en cuyo llanto se alcanzan a escuchar los nombres de Francisco Fraile y Pablo Rodríguez, los hijos pródigos del blanquiazul que se metieron en el ojo de un huracán electoral, fenómeno supuestamente controlado por el Partido Acción Nacional.

            Aclaro que el “don” apuntado nada tiene nada que ver con el sentido monárquico de la acepción (de origen noble). No. Se trata de la oferta social que los futuros gobernantes traen en el morral de las buenas intenciones, propuestas que incluyen el rescate de los valores poblanos, entre ellos los relacionados con el legado histórico y cultural que conforman el orgullo de la poblanidad, sentimiento que entre otras cosas incluye la música, la literatura, la ciencia, las artes plásticas, la religión y las costumbres, todas ellas expresiones que agrupadas tienen el don de unir a los poblanos.

            Es obvio que me refiero a la unidad que, por ejemplo, convocaron Urbano Deloya Rodríguez, Ramón Sánchez Flores y José Luis Ibarra Mazari, los cronistas que pasaron a otra dimensión sin haber encontrado lo que otrora convirtió a Puebla en una de las sedes del conocimiento y el desarrollo cultural, convocatoria que –hay que subrayarlo– nunca tuvo la respuesta oficial que merecía. Basta voltear hacia el pasado reciente para comprobar que el gobierno municipal de Luis Paredes de plano se olvidó de la existencia del Consejo de la Crónica de la Ciudad de Puebla, el organismo aglutina a los cronistas poblanos; o sea, que nunca se le ocurrió producir algo de lo que aportaron Urbano, Ramón y José Luis.

            Tanto la Puebla de mis amores de Urbano Deloya, como el Balcón de Ibarra Mazari y la historia rescatada por Ramón, fueron publicadas sí pero a fuerza de presiones y esfuerzos personales. Gracias al interés de su hijo Guillermo, de la obra de Urbano sólo se llegó a editar un tomo. Del segundo sabemos que sus “balcones” podrían formar una interesante y rica colección de anécdotas e historias poblanas siempre y cuando a cualquiera de los próximos gobiernos se le ocurriera hacer la recopilación. Y de Sánchez Flores nos enteramos que su enciclopedia histórica quedó prácticamente sin publicarse debido a los embates que sufrió el presupuesto de la Secretaría de Cultura del gobierno del estado de Puebla.

            En fin, el compromiso social, cultural y político de Mario Marín Torres y Enrique Doger Guerrero, nos induce a suponer que en un futuro cercano Puebla podría contar con la “memoria” o el anecdotario histórico que todavía no tiene publicado. Y que a través de los hechos que forman nuestra identidad sería posible encontrar la unidad que por lo que usted quiera y mande se ha negado a pesar de los esfuerzos a cargo de los cronistas poblanos que murieron (Deloya en el 2002 y Ramón y José Luis en el 2004) empeñados en rescatar para la sociedad aquello que enriquece sus valores, que da forma al orgullo de ser poblanos.

            Esperemos, pues, que la unidad sea la divisa de los poblanos de ésta y de las próximas generaciones. Y que acabemos con la historia aquella que nos endilga la fama de desunidos, complicados y conflictivos.

Alejandro C. Manjarrez