Menos culto a la vanidad, más respeto por los que pagan la cuenta...
Me llamó la atención ver la cara de nuestro gobernador, Alejandro Armenta, representada en un muppet, difundida por la cuenta oficial del gobierno del estado. Al principio no entendí la intención, pero luego caí en cuenta: era parte de la tendencia ghibli, esa moda efímera en redes sociales donde los políticos enviaban sus fotografías para que una inteligencia artificial las convirtiera en caricaturas al estilo de algún creador de contenido animado.
La aplicación que ofrecía este servicio colapsó por la demanda y luego impuso un cobro de 20 dólares al mes para seguir usándola.
Vi entonces la opinión de un cibernauta que lamentaba cómo un estilo meticulosamente elaborado por un artista terminaba convertido en un simple producto de mercado masivo. Concluyó su comentario con una pregunta inquietante:
—¿Así será de ahora en adelante? ¿Se está usando algo bueno para fabricar basura?
Y entonces caí en cuenta: el gobierno de Puebla había hecho exactamente eso con la imagen de nuestro mandatario.
La misma aplicación advirtió sobre posibles violaciones a los derechos de autor. Pero aquello ya se había vuelto una infracción masiva; miles de personas habían convertido sus rostros en caricaturas.
En el caso de Alejandro Armenta, el motivo de su caricatura era peculiar: celebrar sus cien días de gobierno.
La curiosidad me llevó a investigar qué tenía de especial tal festividad. Lo que encontré fue una pachanga en horario laboral: un desfile de invitados especiales y dependientes del gobierno que se volcaron a felicitar la “gran labor” del gobernador en sus primeros cien días. Cientos de funcionarios escuchando autoelogios y las loas de los asistentes al gran arquitecto de los destinos de Puebla.
Qué bonito, pensé. Luego vino a mi mente el dinero. ¿Y esto cuánto costó?
Cada vez que usted vea una ceremonia de este tipo, si tiene alma de cuenta chiles, puede hacer cálculos rápidos de los llamados gastos hormiga.
Aquí va un ejercicio a ojo de buen cubero: cada lona para montar una mampara con el logotipo del evento puede costar hasta 55000 pesos. Súmele la luz, los edecanes, la limpieza, los cables, los videos, el costo hombre de los participantes en la logística… ¿Cuánto le gusta? ¿Doscientos mil pesos? Claro, eso si el evento no lo organizó algún amigo del régimen que cobra un 800% más.
Pero mi objetivo no es auditar cada minuto empleado en esta fiesta personalísima. El punto es que fue una celebración pagada con dinero público.
Luego están los otros gastos, esos que nadie nota. Cada persona que acude a este tipo de eventos también invierte algo de su propio presupuesto. Quizá alguien que no pensaba bañarse ese día, se bañó. Tal vez no tenía previsto usar traje, así que lo llevó a la tintorería, o peor, compró uno nuevo. Algunos usaron el transporte público, otros pagaron una aplicación de taxi; hubo quienes llevaron su auto compacto, su deportivo, su camioneta blindada o, en el caso de los más entronados, su aeronave. Multiplíquelo por el número de asistentes y verá el tamaño del derroche.
Y todo para qué. Para estar sentados con cara de fuchi, fingiendo interés, mientras el gobernador se escucha a sí mismo. Seguro más de uno aguantó una emisión de gas estomacal de grandes proporciones, tragándose no solo la incomodidad, sino también el coraje de estar perdiendo el tiempo en la gran fiesta del ego.
Habrá quien diga que estos gastos son mínimos, que no afectan el rumbo del estado. Pero, ¿cuántas calles se podrían pavimentar con ese dinero? ¿Cuántas luminarias se podrían instalar? ¿Cuántos parques se podrían rehabilitar? ¿Cuántos medicamentos se podrían comprar o cuántas ambulancias se podrían adquirir?
Alejandro Armenta, en su sencillez, podría haber evitado esa fiesta narcisista. Bastaba un mensaje corto y preciso para informar a sus gobernados sobre sus logros.
Y a todos aquellos que, por costumbre o por inercia política, destinan recursos para asistir a este tipo de eventos, les dejo una idea: si ya tienen contemplado gastar esos 100, 200 o miles de pesos, mejor donen ese dinero a fundaciones que apoyen a niños con cáncer o a cualquier otra causa noble.
Al final, el aplauso al gobernador se diluye en el eco de su propio ego, pero el dinero público se va y no regresa.
Menos culto a la vanidad, más respeto por los que pagan la cuenta.
Hasta la próxima
Nota: Fotografía tomada de la cuenta oficial de Facebook del gobierno del estado de Puebla