El discurso que le costó a un legislador mexicano que le cortaran la lengua y lo asesinaran

Réplica
Tipografía
  • Diminuto Pequeño Medio Grande Más Grande
  • Default Helvetica Segoe Georgia Times

El mundo está pendiente de nosotros, señores miembros del Congreso Nacional Mexicano, y la patria espera que la honréis ante el mundo, evitándole la vergüenza de tener por primer mandatario a un traidor y asesino”...

El senador chiapaneco Belisario Domínguez quien, al impedírsele leer un discurso ante los senadores lo hizo circular el 19 de septiembre de 1913. He aquí lo que dijo:

“Señores senadores: Todos vosotros habéis leído con profundo interés el informe presentado por Victoriano Huerta ante el Congreso de la Unión, el día 16 del presente. Indudablemente señores senadores, que, lo mismo que a mí, os ha llenado de indignación el cúmulo de falsedades que encierra ese documento. ¿A quién se pretende engañar, señores?... ¿Al Congreso de la Unión? No, señores. Todos sus miembros son personas ilustradas que se ocupan de la política; que están al corriente de los sucesos del país y que no pueden ser engañados sobre el particular. Se pretende engañar a la Nación mexicana, a esa noble patria que, confiando en vuestra honradez ha puesto en vuestras manos sus más caros intereses ¿Qué debe hacer en ese caso la representación nacional? Corresponder a la confianza con que la patria la ha honrado; decir la verdad y no dejarla caer en el abismo que se abre a sus pies.

La verdad es esta: durante el gobierno de don Victoriano Huerta no solamente no se ha hecho nada en bien de la pacificación del país, sino que la situación actual de la República es infinitamente peor que antes; la Revolución se ha extendido en casi todos los estados; muchas naciones, antes buenas amigas de México, se rehúsan a reconocer a su gobierno por ilegal; nuestra moneda encuéntrase despreciada en el extranjero; nuestro crédito en agonía; la prensa entera de la República amordazada o cobardemente vendida al Gobierno y ocultando sistemáticamente la verdad; nuestros campos, abandonados; muchos pueblos arrasados; y, por último, el hambre en todas sus formas, amenaza extenderse rápidamente en toda la superficie de nuestra infortunada patria. ¿A qué se debe tan triste situación?

Primero, y antes que todo, a que el pueblo mexicano no puede resignarse a tener como presidente de la República al soldado que se apoderó del poder por medio de la traición y cuyo primer acto como presidente de la República fue asesinar al Presidente y Vicepresidente legalmente ungidos por el voto popular, habiendo sido el primero de éstos quien colmó de ascensos, de honores y distinciones a don Victoriano Huerta, y habiendo sido aquél, igualmente, a quien Victoriano Huerta juró públicamente lealtad y fidelidad inquebrantables.

La paz se hará, cueste lo que cueste, ha dicho don Victoriano Huerta. ¿Habéis profundizado, señores senadores lo que significan estas palabras en el criterio egoísta y feroz de don Victoriano Huerta? En un loco afán de conservar la presidencia, don Victoriano Huerta está cometiendo otra infamia, está provocando con el pueblo de Estados Unidos de América, un conflicto internacional, en el que, si llegara a resolverse por las armas, irían estoicamente a dar y encontrar la muerte todos los mexicanos sobrevivientes menos Victoriano Huerta y don Aureliano Blanquet, porque esos desgraciados están manchados con el estigma de la traición y el pueblo y el ejército los repudiarían, llegado el caso.

Cumpla con su deber la representación nacional y la patria estará salvada, y volverá a florecer más erguida y más hermosa que nunca. La Representación Nacional debe deponer de la presidencia de la República a don Victoriano Huerta por ser él contra quien protestan, con mucha razón, todos nuestros hermanos alzados en armas; y, de consiguiente, por ser él quien menos puede llevar a efecto la pacificación, supremo anhelo de todos los mexicanos.

Me diréis, señores, que la tentativa es peligrosa, porque don Victoriano Huerta es un soldado sangriento y feroz que asesina sin vacilación a todo aquel que le sirve de obstáculo. No importa señores, la patria os exige que cumpláis con vuestro deber aún con peligro, con seguridad de perder la existencia. Si en vuestra ansiedad de volver a ver reinar la paz en la República os habéis equivocado, habéis creído en las palabras de un hombre que ofreció pacificar la nación en dos meses y lo habéis nombrado presidente de la República, hoy que veis claramente que este hombre es un impostor ¿dejáis, por temor a la muerte, que continúe en el poder?

Penetrad en vosotros mismos, señores, y resolved esta pregunta ¿qué se diría de la tripulación de un gran navío que en la más violenta tempestad y en un mar proceloso nombrara piloto a un carnicero que sin ningún conocimiento náutico navegara por primera vez y no tuviera más recomendación que la de haber traicionado y asesinado al capitán del barco?

Nuestro deber es imprescindible, señores, y la patria espera de vosotros que sabréis cumplirlo.

El mundo está pendiente de nosotros, señores miembros del Congreso Nacional Mexicano, y la patria espera que la honréis ante el mundo, evitándole la vergüenza de tener por primer mandatario a un traidor y asesino”.

El 7 de octubre siguiente, el Coronel Alberto Quiroz, en cumplimiento de la orden de Victoriano Huerta, apresó al legislador para trasladarlo al cementerio de Coyoacán, donde lo asesinó a balazos y le cortó la lengua en un acto que pretendía atemorizar a la sociedad.

Años después, en la presidencia de Adolfo Ruiz Cortines, se creó la medalla de honor “Belisario Domínguez” del Senado de la República, para premiar a los hombres y mujeres mexicanos que se hayan distinguido por su ciencia o su virtud en grado eminente, como servidores de nuestra patria o de nuestra humanidad.

Redacción Réplica