Gilberto Bosques, relatos y poesías 18

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“Les comparto una semblanza de la vida diplomática del revolucionario, constituyente y diplomático poblano, Gilberto Bosques Saldívar.

En este caso él retornó a México después de haber salvado la vida a más de cuarenta mil refugiados que huían de la persecución de Hitler, por lo qué permaneció con su familia y toda la legación mexicana como rehén durante un año y tres meses.

Así mismo un poema inédito que me envía su hija Laura para que conozcan esa faceta de su padre”.

Manola Álvarez Sepúlveda.

Gilberto Bosques relata:

A la llegada a México encontramos una recepción popular, que realmente fue muy calurosa, que no esperábamos y que tomó ciertas proporciones.

En el libro Gilberto Bosques. La Diplomacia al servicio de la Libertad, se lee:

“El 19 de marzo de 1944, Gilberto Bosques llega a la estación de Buena Vista de la Ciudad de México, recibido triunfalmente por cientos de republicanos españoles reunidos en homenaje a aquel que había hecho tanto para ayudarlos. Todos desean mostrarle su agradecimiento por haberlos salvado de la mortal telaraña tejida por los nazis con la atroz complicidad del régimen colaboracionista de Vichy. Pues si pudieron encontrar refugio en el continente americano fue gracias a los esfuerzos y el valor de Bosques”.

El periodista Luis Spota reseña este recibimiento triunfal reservado a Gilberto Bosques en el periódico Últimas Noticias:

Fue un momento conmovedor, más de tres mil rostros, ancianos, hombres, mujeres, niños, se reunieron en masa, impacientes, a lo largo del inmenso corredor de la estación. Lenta, sofocadamente, arribaba la locomotora. Dos, tres silbatazos y el convoy negro, majestuoso, rodó por las vías. Entonces un millar de voces lanzó un ¡Viva el profesor Bosques! conmovedor, dramático, inmenso.

Tres banderas, dos mexicanas de una y otra parte y la bandera republicana roja, dorado y violeta al centro, se agitaron trémulamente cuando sus portadores las izaron. 

En el transcurso de las semanas siguientes fluyeron los mensajes de agradecimiento enviados por todos aquellos, alemanes, austríacos, húngaros, italianos, polacos, yugoeslavos, que deben su libertad y su emigración a México a Gilberto Bosques.

 

       EL POEMA 

 

CARTA DE SILJANSBORG

 

Meninas Teté y Laura

mis dos hijas del alma:

 

El primer día en Siljansborg

ha sido un milagro de escarcha.

 

Todo el día, un árbol

que tiende sus ramas

hacia la ancha ventana

ha estado

derramándose

en fina lluvia blanca

de polvo sutil

– sueño, fantasía, átomos de alma –

y en sartas de cristal, en sartas de estrellas diminutas

que eran como renglones

de lumínicas palabras.

 

Sobre cada rama

llegaba en vuelo el sol

para pulverizar también su llama

y para ser en el árbol, en los pinos,

en los aleros de las casas

un fulgor virginal

y una realidad blanca.

 

Todo el día, ese árbol

se desvistió de escarcha.

 

Primero fueron los pájaros 

que sacudían las ramas

para ver si era un sueño

esa fiesta de lúcidas pestañas;

después, un viento leve

que con desmayo de alas

se meció en cada rama embelesada.

Al fin, en el crepúsculo

un oro de ausencias y de gracia

recorrió el tronco y las ramas

para ungir al árbol desnudo

con óleos de consuelo

y augurios de mañanas.

 

Pero el árbol tuvo también

un cielo azul de tinta mexicana

con nubes mensajeras

y una inmóvil presencia de pinares

y un lago como página blanca.

 

Adentro, la prosa del hotel:

gente de todas trazas,

un claro predominio

de edades avanzadas

señoras que peinan canas

y tejen suéteres y calcetas

con gruesos estambres de lana,

que miran de soslayo

y se cruzan miradas

y forman cuadriláteros

de bridge o de canasta.

Un ambiente suave

de hospitalidad escandinava.

 

La música de un piano

y las parejas que danzan,

mientras parte un trineo

hacia la “Fuente Constelada”...

 

Luego, un silencio cóncavo

y unas luces lejanas.

 

Y a esperar otra vez el milagro, la hechicería, la magia

del invierno boreal

que es gran experto en todas

las transformaciones del agua

suspendida en los aires

y que vuela y que baja

hecha estrellas de nieve

y polvillo de escarcha...

 

Rativik, Suecia, 1951.

 

Manola Álvarez Sepúlveda

Nota: se respetó la redacción, la puntuación y la ortografía original.