Depender de la mediocridad es exponerse al fracaso

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Porque en política, como en la vida, no hay peor enemigo que el incompetente con poder...

En política y en el mundo empresarial, hay un error tan común como letal: rodearse de mediocres. Ya sea por amiguismo, pago de favores de campaña o simple negligencia, muchos gobernantes y empresarios caen en la tentación de llenar sus equipos con improvisados que no están a la altura del encargo. El resultado es predecible: una cadena de decisiones torpes, gestiones erráticas y crisis que terminan estallando en la cara del líder, quien al final es el único que carga con la responsabilidad del fracaso.

Es cierto que la juventud aporta frescura e ideas innovadoras, pero en un entorno convulso y plagado de desafíos, la inexperiencia puede convertirse en un lastre devastador. Los gobiernos que se enfrentan a crisis económicas, conflictos sociales o retos administrativos complejos no pueden darse el lujo de dejar sus decisiones en manos de quienes apenas están aprendiendo el oficio. Un joven talentoso puede brillar, sí, pero no se le puede exigir que pilote un avión en plena tormenta sin haber volado nunca.

El problema radica en la ceguera del poder. Algunos gobernantes creen que el cargo les otorga una especie de omnisciencia, como si sus decisiones mágicamente se convirtieran en aciertos solo porque ellos las avalan. Se convencen de que su amigo leal —aquel que fue eficaz consiguiendo votos— también será eficiente gestionando recursos, diseñando políticas públicas o manejando crisis. Pero la administración pública no se construye con palmaditas en la espalda ni con discursos grandilocuentes; se edifica con capacidad técnica, experiencia y responsabilidad.

Hay un dicho que bien deberían recordar quienes ocupan puestos de poder: “El incompetente no solo no resuelve problemas, sino que crea nuevos”. Los gobernantes que insisten en rodearse de aduladores, jóvenes sin preparación o personajes que solo buscan engordar su cuentas bancarias, están cavando su propia fosa. Porque cuando la ineptitud se traduce en escándalos, desvíos de recursos o decisiones catastróficas, el fuego no quema al subordinado, sino que consume al líder.

Un gobernante o empresario que apueste por la improvisación y la mediocridad terminará pagando un precio altísimo. Porque en política, como en la vida, no hay peor enemigo que el incompetente con poder.

Miguel C. Manjarrez