El verdadero ocio debe ser “perfeccionador de la vida.” La voluntad y la libertad comparten su esencia. Debe conceder la libertad de desarrollar todos los valores personales. “Hacer nada” es precisamente su opuesto. Es un tiempo que el hombre debe aprovechar para enriquecerse interiormente, con relación a:
El trabajo y el ocio son las dos grandes actividades del hombre. Ambas necesarias y deben relacionarse armónica y jerárquicamente. Aristóteles planteaba que el trabajo era el medio; el ocio, el fin. El mundo moderno se inclina a sobrevalorar el poder del trabajo olvidando lo fundamental del ocio. Uno descansa o se divierte como medio de recuperación física y mental para trabajar más y mejor. En este sentido el ocio se ha convertido en un medio. El trabajo tiende a entenderse como fin y como negador del ocio (de ahí la palabra “neg-ocio”).
El fenómeno del ocio está presente en toda la historia de la humanidad. Cuando el hombre alcanzó a satisfacer sus necesidades de casa, alimento y vestido, pudo cultivar un conocimiento desinteresado y comenzó a desarrollar las capacidades contemplativas y creadoras de su ser. El ocio implica un vertirse del hombre sobre sí mismo; en este movimiento hacia adentro, el hombre acoge dentro de sí todas las cosas y las humaniza. La Filosofía se origina gracias al ocio. En el caso de los griegos, su concepción axiológica indicaba que el ideal del hombre estaba ahí donde se practicara la contemplación de la sabiduría: la bondad, la belleza, y la verdad.
Entre los romanos encontramos el “otium,” que era el tiempo de descanso del cuerpo y recreación del espíritu necesarios para volver a las actividades cotidianas.
Según el sociólogo francés J. Dumazedier, el ocio cumple tres funciones:
Descanso
Diversión
Desarrollo intelectual, físico y artístico
El verdadero ocio debe ser “perfeccionador de la vida.” La voluntad y la libertad comparten su esencia. Debe conceder la libertad de desarrollar todos los valores personales. “Hacer nada” es precisamente su opuesto. Es un tiempo que el hombre debe aprovechar para enriquecerse interiormente, con relación a:
- Sí mismo - estar en silencio consigo mismo, expresarse creativamente a través de la poesía, la música o el arte, la lectura, las aficiones personales como el coleccionismo o modelismo, etc.
- Los demás – las tertulias entre amigos, los juegos, la convivencia de calidad con la familia, etc.
- Su ambiente – los paseos, contemplar la naturaleza, el deporte, las visitas culturales, jardinería, etc.
- Lo sobrenatural – no es coincidencia que los días de culto en la mayoría de las religiones son días en los que no se labora.
La satisfacción en el ocio se obtiene empleando capacidades que no son usadas de forma cotidiana. Lo paradójico es que muchas de estas actividades requieren de más esfuerzo y atención que el que exigen algunas labores, pero en este sentido hay que considerar que el descanso para la mente no es sólo el cese de la actividad, sino que el cambio de esta por alguna otra que se considere gratificante.
No es mera casualidad que los términos “ocio” y “ociosidad” tengan una connotación negativa en la actualidad, ya que el tiempo libre se considera tiempo que lleva a la improductividad.
Muchos hemos caído en el error de considerar al ocio como un tiempo en el que “se pierde el tiempo.” Cuando se le dice a alguien que “está de ocioso” generalmente es porque no sabe en qué emplear su tiempo libre y no hace algo de provecho.
La verdad es que el ocio es algo muy distinto. No debe ser tiempo perdido, sino bien invertido.
Dicho todo esto, es necesario distinguir entre el ocio formativo y el ocio nocivo. El medio en el que vivimos nos genera falsas necesidades y el ocio se convierte en un producto de consumo, en lugar de un proceso creativo. Ante el tiempo libre aparece un sinnúmero de ofertas por parte de los medios masivos de comunicación que convocan a que el tiempo libre se viva con poca profundidad. Cuando nos abocamos a ellas habría que cuestionarnos ¿lo hacemos libremente? ¿O nos lo exige el condicionamiento social? Muchas veces el hombre se encuentra imposibilitado de reconocerse como “ser libre” y se entrega a los artífices de la industria del ocio para encontrar placer y descanso. El ocio es libre e individual. No debe ser programado ni organizado desde fuera, haciendo nula la iniciativa propia.
Hay que descubrir y aprovechar las oportunidades que hay a nuestro alcance y vencer el aburrimiento, la rutina y la tentación de decenas de canales de televisión superficiales.
Desde pequeños recibimos información acerca de lo que se considera importante para la formación y ejercicio futuro de nuestras actividades laborales. Sin embargo poco se habla sobre la formación para el ocio, destinada a cubrir nuestro tiempo libre. Ante esto se hace patente la importancia de la educación para la óptima utilización del tiempo libre, con posibilidades para el aprendizaje, la creatividad, la diversión, la reflexión, el reposo y el cultivo de la propia personalidad. Es necesario aprender a ser autónomos para evitar la dependencia y perder nuestra individualidad en el gusto de la masa. Debe predominar la obligación interior sobre los condicionamientos exteriores.
Hay que luchar por encontrar tiempos libres de trabajo, y tiempos de trabajo libre. El ocio no es, en su sentido negativo, liberarnos DE algo, sino más bien, en un sentido positivo, liberarnos EN algo y PARA algo. El desafío es conseguir un tiempo de libertad para la libertad. Sólo en este sentido el ocio puede tener el valor de proteger la salud física, mental y espiritual y mejorar la calidad de vida.