Trámites adrenalínicos

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En cinco años volveré, quizá ya no a renovar la licencia, sino a probar el nuevo modelo de transporte en aerotabla o hoverboard...

Ayer fui a renovar mi licencia. Ya con eso, uno espera sudoración, burocracia y uno que otro colapso nervioso. Pero no, lo inesperado fue que la atención —sobre todo la de los policías— fue… reconfortante. Sentí que si pedía un abrazo, me lo daban. Todo iba tan bien que empecé a sospechar.

Llega mi turno y el funcionario, con la sonrisa de quien ya vio caer a varios antes que tú, me dice que debo hacer un examen. Si no lo paso, adiós licencia. Pensé: perfecto, voy a ser un “viejito”, sin coche, sin dignidad, y con el trauma de haber reprobado una prueba de primaria sobre tránsito vehicular.

¿Y por qué el drama? Porque el último examen que hice fue hace 20 años. Dos décadas. En aquel entonces, los autos aún no tenían pantallas, ni sensores, ni Alexa que te dice por dónde dar vuelta. Me enfrenté al temido cuestionario automovilístico. Éramos cinco en la sala. Los cuatro anteriores a mí… reprobaron. Ni uno pasó. Una masacre vial.

No le voy a mentir: me entró un sentimiento de fracaso anticipado, de esos que huelen a trámite inútil y a “regrese otro día”. Eran 10 preguntas. Solo 10. Pero cada una redactada con el sadismo de quien te quiere ver llorar en el módulo.

Una pregunta decía algo como: “¿Cómo debe sacar usted el brazo para indicar que va a dar vuelta a la izquierda?” Yo pensé: ¿Qué? ¿¡El brazo!? Tengo más de 35 años manejando y jamás he sacado un codo para dar vuelta. Para eso inventaron las direccionales, ¿no? Así que le pregunté al funcionario: “Oye, si nunca he sacado el brazo, ¿eso es multa o folklore?” Se rió. Me dijo que era “en caso de que no funcionen las luces”. Ah, claro, porque cuando se funde un foco, todos nos acordamos de las señales con el brazo que enseñaban en la secundaria.

Pero bueno, no es por presumir —aunque claro que sí es por presumir— saqué 10 de 10. Ni yo me lo creía. No sé si fue suerte, intuición divina o trauma acumulado, pero pasé. Siento pena por mis compañeros caídos en combate: una señora de mi rodada, un joven de 16, otro de 18 (ambos estrenando bigote y licencia) y un señor en sus cuarentas, probablemente igual de oxidado que yo.

Mi consejo: no memorice, visualice. Imagine la escena. Si la pregunta es: “¿Hacia dónde debe mirar al dar vuelta en una intersección?”, y usted contesta “a la izquierda” o “a la derecha”, ¡error! La respuesta es: al frente, porque ahí es donde podrías chocar con algo, como un tráiler, un ciclista o con tu propia autoestima.

Así se vive el trámite de licencias en la siempre bella y amorosa Puebla. En cinco años volveré, quizá ya no a renovar la licencia, sino a probar el nuevo modelo de transporte en aerotabla o hoverboard. Aunque conociendo el ritmo de la burocracia, seguro me harán sacar el brazo para volar a la izquierda.

Miguel C. Manjarrez