Han cambiado las cosas gracias a que la democracia tiene un nuevo marco jurídico que acabó con las viejas costumbres para, tal vez sin haber sido la intención de los legisladores, modernizar las mañas electorales...
La duda, uno de los nombres de la inteligencia.
Jorge Luis Borges
Antes los mandatarios coordinaban las campañas de los candidatos de su partido.
Antes los candidatos decían que eran honestos para convencer a los electores.
Antes los ciudadanos votaban por quienes, en un digamos que adelanto de sus promesas, se ponían con su cuerno.
Antes ganaba la elección aquel que tuviera el mejor coordinador electoral (léase alquimista) y un equipo de expertos en el manejo de las urnas.
Antes el partido en el gobierno cuidaba las formas para promover, impulsar, ayudar y hacer ganar a sus candidatos: sacaba de la nómina oficial al escogido y lo mandaba a hacer talacha en el distrito o municipio por el que habría de contender.
Antes los partidos postulaban a militantes con capacidad de convocatoria personal.
Antes los políticos tenían mística de servicio y compartían parte de su riqueza con el pueblo que pretendían representar.
Antes bastaba una sonrisa o palmada del candidato para que el recipiendario se sintiera satisfecho y hasta animado a votar por él.
Antes ganaba la elección el candidato que, además de ser popular y previsor, contara con una estructura electoral tan eficiente como mañosa.
Han cambiado las cosas gracias a que la democracia tiene un nuevo marco jurídico que acabó con las viejas costumbres para, tal vez sin haber sido la intención de los legisladores, modernizar las mañas electorales.
Hecha la ley, hecha la trampa
Ahora el mandatario en funciones prepara e instruye al equipo que habrá de coordinar y manejar las campañas de sus candidatos.
Ahora basta que el candidato sea rico para sentirse con derecho a representar o gobernar a la sociedad, no importa si el origen de su fortuna es lícito o producto de la corrupción.
Ahora los candidatos contienden por el distrito o municipio donde cayeron los programas sociales, los mismos que manejó el gobierno con intenciones electorales etiquetadas éstas para promover las imágenes públicas de sus gallos. Y lo peor: ellos, los elegidos, lo presumen y se arrogan dichas promociones gubernamentales.
Ahora puede ganar la elección el candidato que cuente, no con un coordinador electoral, sino con varios preparados ex profeso dentro del gobierno. La alquimia actual incluye el manejo del padrón y la distribución de los responsables de casilla. Todo ello, en el mejor de los casos, apoyándose en el soslayo del órgano vigilante y responsable del proceso.
Ahora, para resultar ungidos, los candidatos tienen que formarse en las entrañas del ogro filantrópico. La talacha electorera se hace desde las oficinas de gobierno y con recursos oficiales.
Ahora son postulados aquellos cuya capacidad de convocatoria y compromiso supuestamente social, se constriñe al personal de las oficinas públicas afines al proyecto del poder Ejecutivo.
Ahora los ungidos como candidatos tienen una bien definida obsecuencia: su vocación es de servicio sí, pero dirigido a quien o quienes manejan su vida pública y en un descuido hasta sus actividades personales.
Ahora el votante en potencia no espera la palmada o el papacho. Lo que quiere es que la buena disposición del aspirante o candidato se manifieste en especie: material de construcción, dinero, despensas, tractores, fertilizantes, becas y otros de los beneficios derivados de los presupuestos federal, estatal y a veces hasta del municipal.
El reto ciudadano
Ya lo sabe el lector pero es importante subrayarlo: ahora gana la elección el candidato que tiene el apoyo de los cuadros que se formaron en el gobierno, estructura que así como levanta muertos, puede modificar la tendencia de la votación antes de que despunte el sol del día siguiente, depende del lugar y distancia donde se encuentren ubicados los comités distritales electorales.
Para concluir mis reflexiones que son producto de la observación, transcribo uno de los mensajes duros que circulan en las redes sociales:
“El ladrón vulgar te roba: el dinero, el reloj, la cadena, el celular, el auto. El político te roba: la felicidad, la salud, la vivienda, la educación, el futuro, la pensión, la diversión, el trabajo. El primer ladrón te elige a ti… Y al segundo lo eliges tú.”
Así que cuidado mis valedores: cierren sus oídos al canto de las sirenas. No permitan que los manipulen. Voten valiéndose de la inteligencia que, depende su creencia, Dios o la naturaleza les dio. Escojan al candidato no corrupto. Y no fallen porque una vez depositado el sufragio, ya no se admiten reclamaciones.