Lidia Zarrazaga Segunda parte (Crónicas sin censura 21)

Réplica y Contrarréplica
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Cuando el gobernador supo que Lidia Zarrazaga apareció en la lista de candidatos a las diputaciones federales dijo sorprendido a Jaime Aguilar Álvarez:

“–¡Pero si tú te habías opuesto a que Lidia fuera diputada local! ¿Y ahora la apoyas para la diputación federal? ”

El arquitecto en cuyas decisiones políticas como coordinador del CEN del PRI en Puebla, parecen haber estado presentes las vicisitudes que tuvieron que sortear para crecer en la política, le contestó con aquella confianza y afecto que une a los amigos:

    “–Ahora que conozco su trabajo, se que es muy eficiente y capaz, Manuel. Te puedo asegurar que se trata de una extraordinaria priista con oficio político para impulsar y dignificar al partido. ”

    En este caso no se equivocó Jaime Aguilar; la presencia de la dama poblana en la Cámara de Diputados, abrió alguno de los espacios que había perdido el PRI. En los escasos siete meses que fungió como legisladora, Lidia demostró que todavía existen militantes dispuestos a luchar por sus convicciones y a trabajar intensamente por el pueblo, sin prescindir de la ideología social que ha dado sustento y fortaleza al sistema político mexicano.

    Fue una mujer tan preparada como valiente. Nunca se arredró ante ninguna manifestación de poder. Protestó cuando tenía que hacerlo a pesar de que ninguno de sus compañeros se atreviera por aquello de las malas caras o los regaños inspirados en la abyección, la mansedumbre o la falta de convicciones. Su actitud le ganó el respeto de Humberto Roque Villanueva y de los diputados de oposición. Sucedió lo mismo con el presidente Ernesto Zedillo.

    Cuando los diputados priistas acudieron a Los Pinos para escuchar los argumentos para el aumento del IVA y la petición presidencial para aprobar la medida, Lidia Zarrazaga se acercó al titular del poder Ejecutivo para comentarle:

    “- No es justo señor presidente. El pueblo votó por nosotros, pero no para que le respondiéramos de esta manera ¿Y ahora qué le vamos a decir? ”

    Al escuchar semejante reclamo, Roque Villanueva, el coordinador de los diputados priistas prefirió retirarse a determinada distancia para no inhibir a su compañera y al mismo tiempo para que el mandatario se expresa con toda libertad.   

    “- Lo sé diputada –dijo el jefe de las instituciones nacionales – . He estudiado y conozco el costo social de la medida. Lo lamento mucho. No hay otro remedio. Le pido me apoye. Es por México ”.

    Finalmente, la legisladora votó por el aumento del IVA pues quedó convencida de qué, en efecto no había otro remedio para salvar al país de una inminente debacle económica.

    Su independencia de criterio y su sensibilidad política le permitió, por ejemplo, adelantarse a un hecho que fortaleció la autonomía del Poder Legislativo. Y al hacerlo algunos de sus compañeros priistas la criticaron porque, según ellos, se había aliado con la oposición. Después tuvieron que tragarse sus palabras, pues a Lidia le asistía la razón ya que a partir de lo sostenido por ella el endeudamiento nacional deberá aprobarse antes en el Congreso de la Unión que es la máxima representación de los mexicanos.

    En esa tesitura nacionalista y junto con otros legisladores de diferentes partidos, la diputada estaba participando en la organización de un foro de soberanía nacional. Fue tal el impacto de la idea que Esteban Moctezuma coordinador del gabinete político, manifestó su apoyo irrestricto. Incluso, el lunes anterior a la tragedia que cegó la prometedora vida de Lidia Zarrazaga, el secretario de Gobernación organizó una cena en el hogar de éste para conversar con los diputados sobre la trascendencia del evento proyectado para mediado de julio próximo, del cual es obvio que surjan propuestas que afiancen el futuro de la nación.

    Esta es una gran parte de una intensa y productiva vida que merece el homenaje de la sociedad. Pero ese reconocimiento quedaría trunco ​​si no incluyéramos a Juan Bonilla Luna, su esposo, maestro, guía, asesor y compañero, quien ojalá encuentre la fuerza y ​​entereza necesaria para sobrellevar la enorme pena de haber perdido a Lidia.

27/VI/1995

Alejandro C. Manjarrez