Tal parece que “El Príncipe” de Nicolás Maquiavelo, se ha convertido en el principal enemigo de las principales agrupaciones políticas de Puebla. Pues casi todas han quedado divididas por las estratagemas apuntadas en la obra del político italiano.
Sin embargo, y a fuerza de tantas insistencias, la conseja es ya un método caído en una vulgaridad capaz de trastocar la ley y cometer homicidios, como el ocurrido en la última manifestación de la Unión Popular de Trabajadores Ambulantes ”28 de Octubre”, en la cuales los sicarios de la policía estatal mataron a la señora Juana Arenas.
Casi todos los partidos de la llamada oposición, se dicen víctimas de la máxima: “Divide y vencerás a tu enemigo”. El PAN, el PRD y el PRI sufren fisuras que, según sus líderes, ha propiciado el gobierno, especialmente Alberto Jiménez Morales asesor del gobernador del estado. También la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla padece la presencia de esas “termitas políticas”, contratadas para socavar su recia estructura social que hoy padece una de las crisis políticas más peligrosas de su historia, no por violenta sino por silenciosa.
En el caso de los ambulantes es conocido que se dividieron gracias a la promoción de la entonces CNOP estatal ahora UNE, dirigida precisamente por el vástago de don Alberto Jiménez Morales. Todos saben que esa división atomizó el ambulantismo poblano, al grado de generar grupitos sin dirección ni liderazgo hasta que apareció un error táctico gubernamental y la agrupación volvió por su segundo aire.
Pretender exterminar el ambulantismo es un sueño guajiro. La fuerza actual de este fenómeno social que data del México prehispánico, va de la mano de la pobreza. Mientras exista la marginación y estén ausentes las ofertas de trabajo en el campo, el pueblo, los campesinos y los desposeídos urbanos encontrarán en el ambulantismo la única oportunidad de sobrevivencia. Vaya hasta las naciones del primer mundo así lo han entendido y sus vendedores ambulantes están integrados a la sociedad. Ciudades cómo París y Nueva York, por ejemplo, cuentan con reglas para organizar fiscal y comercialmente a ciudadanos dedicados a esta actividad tan antigua como el hombre. Y en México especialmente en la entidad poblana, el ambulantismo es parte de nuestra cultura.
La guerra contra el ambulantismo no es nueva ni reciente. Ocurrió en Cholula cuando la aristocracia (la casta divina), cansada del espectáculo que daban los vendedores del tianguis, expulsó a los popolocas, los ambulantes de esa época. Éstos huyeron hasta Tepeaca, para poner en práctica una especie de tratado de libre comercio e introducir sus mercancías en Centro y Sudamérica. Después llegaron los conquistadores y la leva los reclutó como esclavos (encomienda le decían). Más tarde el comercio españolizado de Puebla, que experimentó la competencia “desleal” propuso y modificó la construcción del mercado El Parían, para, según creyeron, dar a los ambulantes ubicación definitiva y sacarlos de las calles céntricas de la ciudad. Efectivamente, unos salieron, pero otros llegaron a ocupar los espacios vacíos.
En este siglo aparecieron los árabes, quienes curiosamente, habían sido expulsados de Líbano por temor a las calles céntricas de la ciudad con puestos y mercaderías. Su presencia en Puebla, en las banquetas adyacentes a los mercados, dio a la venta callejera un nuevo rostro y una moderna filosofía comercial: el regateo y la venta en abonos.
Como verá usted, el ambulantismo es un fenómeno social y no una moda de los tiempos. No obstante, hay advenedizos convertidos en vendedores ambulantes a fin de evadir el fisco, y obtener pingües utilidades y politicastros que arribaron a la burocracia con el ánimo de manipular para su beneficio el poder público. Ambos grupos forman un nuevo linaje al que Maquiavelo le hubiera encantado usar para enriquecer su obra “La Mandragora”. Pero los politicastros son los únicos protagonistas de una comedia que no engaña a nadie y muestra, descaradamente, la delincuencia, la impunidad y la prepotencia del gobierno poblano.
15/VII/1992