Hace quince años recibí tres valiosos consejos que me han permitido desarrollar y disfrutar el género de la columna. Me los dio Irma Fuentes, a quien solo vi en dos ocasiones, en la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión, cuando ella reporteaba para el periódico Novedades y yo para el Rotativo.
Presentación
Debo a la señora Fuentes no haber caído en los frecuentes excesos que prohíja la libertad constitucional del periodista y haberme librado de la tentación de crear escenarios a partir de las interpretaciones – a veces obligadas – que suelen utilizar los columnistas interesados en enriquecer sus comentarios.
En primer lugar me recomendó nunca insistir más de cuatro veces seguidas en las faltas o errores cometidos por una misma persona “Con ello –me dijo– evitaría el desgaste que produce la tozudez del periodista acostumbrado a sentirse dueño de la verdad. Si logras evadir la seducción que bloquea a la autocrítica, ganarás credibilidad.
El segundo consejo fue que concediera el beneficio de la duda a quienes por sus errores ocupan los espacios de la prensa. “Debemos creer en los servidores públicos –me advirtió –hasta que su mala fe, la incompetencia o deshonestidad sea comprobada de manera fehaciente”.
Y el tercero que administrara la información. “No muestres todas tus cartas porque al hacerlo corres el riesgo de propiciar desde confusiones hasta linchamientos periodísticos –adujo–.
Siempre guárdate un as bajo la manga. Y no olvides fomentar la curiosidad y la participación de la gente para, si acaso existen, obtener más datos que enriquezcan el contenido de la columna, y darle así contundencia a esa carta.”
Otra recomendación que la suerte me llegó escuchar partió de la experiencia y bonhomía –casi fraternal– de Manuel Sánchez Pontón, decano del periodismo Poblano. Don Manuel –como se le conoce en el medio– me hizo el siguiente comentario “Usted podrá escribir lo que quiera siempre y cuando no tenga cola que le pisen. Y lo mejor es que enarbole las causas justas del pueblo ”.
El oficio periodístico de Guillermo Cantón Zetina, con quien tuve la satisfacción de colaborar en Excélsior, me ubicó en el medio ayudándome a comprender que para escribir una columna se necesita además de cultura periodística, información de calidad basada en la historia resiente y remota y, desde luego, del trabajo de equipo. Guillermo me contagió el entusiasmo de pulsar las teclas y firmar frases e ideas envueltas en la jiribilla que tanto agrada a los lectores de las entrelíneas.
Respetado lector: esos consejos y el empeño por encontrar la verdad me obligaron a escudriñar el ambiente periodístico.
Conocí métodos y estrategias de varios colegas. Y de alguna manera –aunque accidental– formé parte del grupo sentenciado a la muerte civil por el gobierno, precisamente cuando siendo presidente de la República Miguel de la Madrid decidió que sólo diez diarios nacionales obtuvieran publicidad oficial, como el lector entenderá ello nos dejó sin tribuna, o sea sin trabajo, a quienes escribían en los medios informativos que no entraban en la lista, entre ellos la Revista Impacto y el periódico Rotativo.
Esa persecución visceral concebida y auspiciada por De la Madrid– quien con su intransigente actitud– mostró la repulsión que sintió por los periodistas– me acercó a los directores de Impacto y Rotativo (en el semanario hacía entrevistas y en el diario la columna “Entorno Político ”). De los propios protagonistas supe que Mario Sojo Acosta fue injustamente presionado y perseguido, solamente porque no quizo dar un brusco viraje de 180 grados que le exigía Mauro Jiménez Lazcano, encargado de la imagen presidencial. Y que don Luis Cantón Márquez resultó víctima de la estrategia del gobierno, en el que entrañas la tecnocracia encontró un hábitat ideal para reproducirse.
Las experiencias personales y la orientación de amigos y colegas, fue el comienzo de una lucha permanente destinada a ganar lectores, empeño, como ha pasado el tiempo, el reto ha ido incrementándose en virtud de que cada día estos exigen mucho más, y por ende están más preparados para seleccionar periódicos y autores de notas editoriales y columnas.
Posteriormente, en 1989, con la intención de responder a los compromisos que todos, sin excepción, tenemos con la sociedad, publiqué el libro Puebla el Rostro Olvidado, para dejar constancia del perverso control gubernamental que por aquellos días imponía el gobernador Mariano Peña Olaya y más tarde Alberto Jiménez Morales. Entonces escribí que el condiscípulo de Miguel de la Madrid Hurtado era también su imitador político.
En este libro sinteticé la información de las investigaciones de varios años. Venturosamente el resultado me animó a continuar en la brega y cumplir con la deuda que, por haber nacido, adquirimos con la sociedad, con el legado de nuestros ancestros y con la familia que formamos. Lo hice entusiasmado por el ejemplo de los hombres en cuya vocación la sociedad siempre figuró en lugar preponderante. De ahí mi empeño en luchar contra las corruptelas sin importar su origen, destino o consecuencias.
Las mismas razones me indujeron a sacar a la luz pública este libro que en dos tomos compila las columnas publicadas en el periódico Síntesis, más cuatro escritas para la sección Puebla de El Universal. Las he agrupado por temas y a manera de crónica para que puedan servir de guía a los interesados en el periodismo político como fuente de consulta y apoyo a los que escriben por afición, vocación u oficio. Tengo la esperanza de que sean útiles, pues se trata de un trabajo constante –y a veces agotador– inspirado en los consejos, conocimientos, escritos, experiencias, e interés profesional de colegas, amigos y colaboradores, a quienes conservo en el rincón de mis gratos recuerdos y de quienes todos los días recibo su energía vital.