Puebla es un estado donde los partidos políticos deberían ser ideológicamente más competitivos y vigorosos.
A pesar de que cada año y medio hay un proceso electoral, nuestras organizaciones políticas están desarticuladas, desorganizadas, desideologizadas. Marchan y crecen casi de milagro. Actúan bajo un esquema de inspiración puramente personalista.
El PRI, que es el partido más hecho, vivió hasta hace pocos meses un período difícil debido al eficaz cacicazgo burocrático de Alberto Jiménez Morales. Don Betín no dejaba nada al azar. Durante seis años su rienda dirigió el destino de casi todos los poblanos dedicados a la política. De ahí que el pasado sexenio haya sido el más dañino para el priismo local. Y por tantas frialdades, desprecios, bloqueos y humillaciones, la clase política prefirió guardarse o quedarse esperando mejores días y ocasiones más propicias.
Por su lado el PAN brilló intensamente cuando Manuel J. Cloutier lo cobijó y le dio sus mejores momentos políticos. Entonces se le acercaron dos enjundiosos neopanistas cuyo ruido opacó la razón ideológica y el decoro partidista. Y fue precisamente en esa época cuando por arte de magia y como punta de lanza, apareció doña Ana Teresa Aranda y su fan y consejero don Francisco Fraile García.
De la izquierda solo podemos decir que fue atacada por el síndrome canceroso de la división interna. Gracias a que fue penetrada por la virulencia política que con tanto éxito cultiva la cofradía del resentimiento. Sus expectativas son tan pobres e inciertas, que hasta hoy no se le conocen objetivos políticos concretos. Tampoco ha demostrado tener presencia en la entidad. Su discurso está en desacuerdo con la realidad y más aún con la época. Creo que debe preocuparse sobre todo si se atreve a analizar – sin prejuicios e inteligencia– cada uno de sus triunfos electorales de la última contienda, los cuales logró porque pudo cooptar a los trásfugas del partido oficial. De las trece alcaldías ganadas por la oposición ocho quedaron en manos de priistas que por haber perdido la nominación de su partido original, buscaron cobijo en otros organismos.
Al PRI se le presenta un panorama lleno de promesas. Esto es porque no tiene enemigo enfrente aunque– según reconocen sus jerarcas – existen algunos motivos complicados y difíciles (la Mixteca entre ellos) para su estrategia de reestructuración. Es muy probable que logre sus objetivos a pesar de tener en contra algunas complicaciones aparentes. Seguramente ingresará a una etapa de consolidación que hará mucho ruido, sobre todo cuando entre sus cuadros aparezcan algunas sorpresas con etiquetas patronales.
Nos queda claro, pues, que el partido en el poder se vigorizará a partir de una mezcla interesante y extraña confirmada por la militancia que fue desplazada durante el cacicazgo burocrático. Desde luego que también podremos ver nuevos políticos provenientes del sector empresarial pues existe la posibilidad de que en ese instituto aparezca la nueva gente, poco vista, con gran entusiasmo y quizás hasta dispuesta y convencida a integrarse en cuerpo y alma al esfuerzo de reestructurar los cuadros, las actividades y los programas del proselitismo tricolor. Es previsible que a la nueva dinámica se integren varios militantes priistas que fueron desplazados por el cacicazgo referido.
La preocupación priista se ha agudizado ante la cercanía del proceso electoral que habrá de cambiar presidente de la República. Ya no quiere más sorpresas como la de hace seis años. Pretende moverse con la seguridad de que su triunfo será tan contundente como claro. La experiencia anterior alertó sobre el exceso de confianza. Empero, lo extraño es que mientras el PRI está decidido a no dormirse en sus laureles, la oposición parece estar conforme con vivir de los recuerdos de 1988.
23/IV/1993