Creo, pues, que cada año la sabiduría del indio de San Pablo Guelatao alienta, renueva y da vida a los principios humanos más sólidos y congruentes con la realidad del hombre. Que su herencia es parte de una filosofía capaz de resistir los más fuertes ataques de la estulticia. Y que sus enseñanzas prevalecerán a pesar de intromisiones o atentados contra el derecho de la mayoría. Que así sea...

Apunte usted entre los ejemplares que por ningún motivo merecen llamarse hijo de mujer, a los lenones, es decir, a los explotadores y tratantes de blancas y niños que han hecho del sexo una de las “industrias” más productivas de la época...

Si acaso el lector supone que soy antiyanqui, le aclaro que está equivocado. Como usted o como cualquier persona medianamente inteligente e informada, admiro la capacidad, el empeño, la tozudez y la inteligencia del vecino pueblo y, especialmente, la belleza de sus mujeres cuya anatomía rebela la excelencia de la cultura del trigo, la mantequilla y el jamón...

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