Grupos de presión

Los empresarios

El Relevo

Segunda parte

Betancourt gobernó libre de la tutela de Maximino a quien un viejo padecimiento privó de la vida el 17 de febrero de 1945. La muerte ocurrió en circunstancias sospechosas, en su casa de Xonaca, ciudad de Puebla, al regresar de un banquete celebrado en su honor.

    Betancourt fue el primer gobernador electo por seis años (1945–1951). Como su antecesor, contó con la simpatía y el beneplácito de un grupo de patrones que durante ese sexenio se dedicaron a realizar excelentes negocios, pero sin meterse en actividades políticas y lejos del enfrentamiento con líderes sindicales. Encontraban, pues, la mesa puesta para producir dinero: buenas relaciones con los servidores públicos, extraordinarias  asociaciones con políticos poderosos, un sindicalismo amansado por el poder caciquil del avilacamachismo y con las autoridades laborales de su parte.

    A los empresarios todo les salió bien excepto el relevo de Manuel Ávila Camacho y el fin de la guerra. Se les acabó el negocio que produjo la conflagración mundial, pero su tristeza fue atemperada con la toma de posesión de Miguel Alemán Valdés quien les hizo sentir su predilección cuando Fernando Casas Alemán –su primo y publicista– invitó a los principales industriales poblanos a reunirse en privado con el hombre que gobernaría la nación. Los buenos augurios se confirmaron en el momento que escucharon del candidato lo siguiente:

“La industria textil que en Puebla se ha desarrollado bajo los mejores auspicios y porque es fuente de trabajo para numerosos obreros, deberá modernizarse y buscar canales comerciales con objeto de obtener una demanda mayor a sus productos (…). La renovación efectiva de la maquinaria para aprovechar la técnica moderna, el aumento de la producción y la disminución de los costos mediante una revisión de sus métodos y procedimientos, con objeto de conservar los mercados conquistados durante el periodo de guerra y obtener otros nuevos, presentan la solución. 

Si la transformación de nuestra industria nacional de hilados y tejidos ha de realizarse razonablemente, tendrán que aportar su concurso (…) los factores que en ella intervienen –trabajadores y empresas– con el gobierno federal, pues la situación de esta industria afecta la economía de la nación. Ello cubrirá a sus trabajadores de los peligros del desarrollo y del salario insuficiente y estimulará los beneficios de las empresas.

    Hay un método perfectamente razonable para aumentar el consumo de los productos industriales y este consiste en crear necesidades mayores a nuestra población. Este será el resultado del impulso que haremos dentro del plan coordinado nacional que nos hemos trazado, de crear una economía de abundancia, mejorando el nivel de vida de la población del país.” Con ese aval y ante las alentadoras expectativas propuestas por el futuro presidente, los patrones perdieron el interés por la política activa y a cambio dedicaron su tiempo a usufructuar las facilidades que les proporcionaba el gobierno local.

    En el banquete que los industriales le ofrecieron a Miguel Alemán, Francisco Doria Paz, principal abogado de los textileros, ofreció la amistad y el apoyo de los empresarios poblanos, grupo en el que participaban libaneses, franceses, españoles y estadounidenses.

    Pasada la euforia de la visita electoral, la Cámara de la Industria Textil de Puebla y Tlaxcala se quejó porque el término de la Guerra había sorprendido a sus afiliados con las bodegas repletas de mercancía obligándolos a disminuir su producción mediante la reducción de jornadas de trabajo y despidos de personal. Además expresó su temor por el probable regreso de braceros provenientes de Estados Unidos y el necesario reajuste de personal ante la modernización de la maquinaria. Esto último se inició a principios de septiembre, cuando la empresa Atoyac Textil, propietaria de la fábrica El Mayorazgo, adquirió mil máquinas modernas.

    Por su parte, otros empresarios empezaron a visualizar grandes proyectos. Los miembros de la Cámara de la Industria Ganadera trataron de consolidar una idea muy ambiciosa: vender leche embotellada con sello de garantía en la tapa, lo cual requería de la aprobación del gobernador. A fines de septiembre, Luis Gómez de Alvear, presidente de la Cámara, y Ernesto Goitia, explicaron el plan al mandatario –entre otras cosas– cómo el consumidor se beneficiaría evitando el “bautizo” de la leche acostumbrado por los repartidores.

    Sin comprometerse, el gobernador prometió estudiar el asunto y emitir un dictamen a la brevedad posible. Ocupó el tiempo para conocer las experiencias del reparto de leche embotellada en la Ciudad de México. La información no fue de su agrado: había subido el precio de la leche sin que su pureza fuera total; se constituyó un problemático monopolio que hostilizaba a los pequeños ganaderos mediante violentas agresiones físicas. En la práctica circulaba la leche de tres calidades diferentes: la embotellada casi exclusiva para ricos; la bautizada, para la clase media; y la barata, leche adulterada que había ocasionado muchas defunciones. En consecuencia el proyecto se congeló (años después resurgiría con especial virulencia ocasionando un conflicto social que provocó  la caída del gobernador Nava Castillo).

    A principios de octubre, los dirigentes de la Cámara Agricola y Ganadera informaron al gobernador el temor que existía entre sus agremiados por la presencia de ingenieros en sus fincas, y porque los agraristas del estado Amenazaban con invadir los cascos de las haciendas debido a la falta de tierras afectables.

    El gobernador los tranquilizó explicándoles el trabajo oficial de los ingenieros, consistente en la rutinaria parcelación oficial con resolución definitiva. Les aseguró que si se habían presentado en las haciendas era con el deseo de conseguir alimentos o caballos alquilados y no para hacer trabajo agrario a escondidas.

   Para apaciguar a los inquietos ganaderos y agricultores, el gobernador tachó de balandronadas las amenazas agraristas y afirmó que los gobiernos estatal y federal eran absolutamente legalistas. También aseguró que la pequeña propiedad y las haciendas con superficies aceptables serían respetadas y que nadie se apoderaría violentamente de la tierra sin atenerse a las consecuencias.

   Las Palabras de Betancourt lograron apaciguar las inquietudes de los dirigentes de la Cámara Agrícola. De inmediato transmitieron a sus agremiados las alentadoras noticias a fin de serenarlos e instruirlos para actuar ante cualquier atropello, sin olvidarse de la capacidad del gobierno para reprimir a quienes realizaran desmanes.

    Después de varios meses, los dirigentes de la Cámara aseguraban que los agitadores seguían mal aconsejando a los campesinos e invitándolos a invadir propiedades con el pretexto de la improductividad agrícola. El gobernador ordenó al departamento agrario frenar esa campaña por medios persuasivos e informar a los campesinos la decisión del gobierno de aplicar la ley a quienes se apoderaran ilegítimamente de las tierras.

    La cúpula empresarial también  fue beneficiada por la política gubernamental. El gobernador en alguna forma impulsó las manifestaciones públicas de culto católico, como la celebración de las bodas de oro de la coronación de la Virgen de Guadalupe como reina de México y Emperatriz de América, realizadas en muchas ceremonias donde participaron destacados dirigentes patronales. En una de ellas José Antonio Pérez Rivero, se refirió a la Virgen como descubridora y civilizadora de América.

    La difusión radiofónica de la conmemoración fue patrocinada por la Cámara de la Industria Textil, el Centro Patronal de Puebla y los bancos Nacional de México– sucursal Puebla–, Mercantil de Puebla, de Oriente y de Puebla.

    La asistencia a la catedral, al templo de Guadalupe y calles aledañas fue impresionante. Los fieles católicos vieron desfilar la bandera mexicana junto al estandarte guadalupano, y cantaron el himno guadalupano entre gritos de ¡Viva Cristo Rey! ¡Viva la Virgen de Guadalupe!

    El momento culminante llegó cuando escucharon en todas las radios del estado el saludo y la bendición papal transmitida desde Roma. Poco después el gobernador hizo público su deseo de bajar los impuestos “…siguiendo la política de don Benito Juárez “. Buscaría fórmulas como lo había hecho con los gravámenes a la propiedad de vehículos, sin dejar de realizar la obra pública planeada.

    El gobierno de Carlos I. Betancourt propiciaba así el auge de las organizaciones patronales. El 2 de noviembre de 1945 estrenó oficinas la Alianza de Camioneros de Puebla (portal Hidalgo 104), inauguradas por Bernardo Chávez, personaje que durante el régimen de Gustavo Díaz Ordaz, se encargó del espionaje telefónico. En ese acto, Luis Méndez González, pronunció un discurso en los siguientes términos:

“Esta institución camionera, fiel a sus propósitos y respetando la tradición histórica de la Alianza de Camioneros de México, ha dejado en nuestra patria el perfecto entendimiento entre sus miembros y la sublime idea de orientar su industria para dar un mejor servicio social.

    Reconozco que la industria del autotransporte tiene serios problemas que resolver, pero si el poder público realmente responde a su ideología democrática, si el poder de la prensa sigue siendo el orientador de nuestras angustias y si la masa ciudadana se responsabiliza en sus deberes cívicos, los camioneros de Puebla, por mi conducto, hacen profesión de fe y lealtad para seguir sirviendo a la Patria, a la sociedad y a la familia.

    En cada uno de nuestros hogares existe encendida la lámpara votiva de nuestra gratitud  para aquellos funcionarios que, cumpliendo con su deber, nos ayudaron en las horas angustiosas. Pero al mismo tiempo, de los labios de nuestras madres, de nuestras esposas y de nuestros hijos, brota y brotará el reproche necesario para los que quieren traicionar, corromper y relajar la industria del autotransporte, patrimonio de México y de los mexicanos, orgullo de la economía nacional, último reducto de la riqueza y honradez de los mexicanos”.

En el banquete ofrecido posteriormente, Miguel Méndez Ruiz pidió un minuto de silencio “por la grata memoria de Maximino Ávila Camacho, que procuró el bienestar de Puebla y de toda la nación”.

    El mandato de Betancourt transcurrió en medio de lisonjas, favores, reciprocidades y manifestaciones de complacencia entre él y los empresarios, comerciantes e industriales. El censo había demostrado la superioridad industrial de los poblanos sobre Nuevo León, tradicionalmente considerada como la región más industrializada del país. Los problemas surgidos en el ambiente industrial y empresarial, fueron más o menos resueltos por el gobernador. Los líderes sindicales de corte oficialista y sus antagónicos empresarios, casi siempre acudieron al arbitraje del jefe del poder ejecutivo.

    Las elecciones presidenciales (7 de julio de 1946) dieron al candidato Miguel Alemán un triunfo arrollador.

    Los negocios florecieron. El gobernador acostumbraba resaltar las amplias garantías al capital y en consecuencia se complacía con los aplausos que le prodigaban los hombres de negocios. Se incrementaron las inversiones privadas, principalmente en la construcción y la propiedad urbana. Muestra de ello es que en esos ramos –agosto de 1946– se realizaron operaciones por ocho millones 95 mil pesos, derrama que dejó al gobierno estatal 41 mil 278 pesos y setenta centavos de contribuciones en el Registro Público de la Propiedad.

Alejandro C. Manjarrez

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